Un sociólogo dominicano me hizo la historia de una rabieta protagonizada por un joven compatriota en la entrada del Louvre (Museo parisino) porque los franceses se negaron a hacer una excepción con él. El motivo de su disgusto fue que la de taquilla no encontró valor en el argumento de que como el habilidoso jovencito solo acababa de cumplir los 18 lo ¨justo¨ era que le cobraran la tarifa de menor. Desde el punto de vista de las ciencias sociales se trata de un evento muy interesante. La representación gráfica de un choque de culturas.

Yo amo este país, creo en su potencial y jamás me atrevería a decir que lo francés es necesariamente mejor que lo dominicano y viceversa. No obstante, creo que el evento encierra valor pedagógico para un pueblo que lucha con un terrible sentimiento de inseguridad, desconfianza y tasas de criminalidad en ascenso. El muchacho, ya un adulto joven,  evidenció una preocupante desconexión con el valor de respetar la norma y no pudo dominar la realidad resumida en que ahí no se iba a hacer un excepción. El joven no es ni ladrón, ni matón, ni más sinvergüenza que el promedio. Lo que sí es hijo de una generación en donde pendejo es el que hace fila, tonto es el que paga la luz si puede evitarlo y donde no es mal visto utilizar sin autorización el Wi Fi del vecino. Creo que aquí hay dudas de que hemos redefinido los límites de lo decente, deseable y hasta lo tolerable. Y que en cada caso no siempre ha sido para bien.

¿De quién será la culpa? La respuesta depende de a quién se le pregunte. Pero por lo mucho que se habla de jueces y justicia parecería que una parte importante de la gente ha llegado a pensar que con castigo, cárceles y jueces duros todo se resuelve. Lo curioso  es que en RD las sentencias, como norma, nunca han sido laxas. Siempre que los casos alcanzan la jurisdicción de juicio y la acusación esta medianamente bien sustentada muy raro es el juez que no condene. De hecho, en los últimos 10 años hemos visto una indiscutible explosión en el número de presos y entre ellos no faltan condenas muy severas. Y sin embargo la sensación de inseguridad se ha agravado.

Mi esperanza, la que me atrevo a compartir con todos ustedes, es que no tenemos que esperar a que los otros cambien. Pequeños ajustes en nuestra manera de pensar, mas mansos frente a los que componen nuestro entorno y menos mensos frente a los que les confiamos la dirección pública haría una gran diferencia. Optemos por una sociedad de derechos y deberes antes que ser un espacio de privilegios y excepciones. Sin olvidar que aun en el hipotético caso de que cada dominicano tenga lo que se necesita para ser un ¨tigre¨, lo que no parece ser posible ni deseable, seguir optando por el tigueraje nos lleva irremediablemente al punto en donde  nos comeríamos unos con otros pues no hay selva para todos.