Recuerdo de mis estudios de teología de la vida religiosa, en el Seminario de los Padres Vicentinos de  Colombia, que compartí con peruanos, bolivianos, venezolanos, puertorriqueños, ecuatorianos, colombianos y doce dominicanos más, gracias esto a los Padres Paúles de República Dominicana y al Padre Jaime Vergara.

Pero lo que más me marcó de esa experiencia fiueron aquellas reflexiones sobre la fraternidad humana, en las que el Padre Arboleda provincial de esa congregación en Colombia en 1977, nos hacia entender que los fundamentos de la fraternidad humana alcanzan su sentido y trascendencia en la comunidad sacramental: en el Padre, en el Hijo y  el Espíritu Santo. Esta Koinonía o vivencia de la unidad de tres realidades se concretiza través de la eucaristía o comunión  con Cristo que se manifiesta y realiza en  la relación  de amor y respeto hacia el prójimo.

El razonamiento filosófico, sociológico, antropológico y sicoanalítico parecen no ser suficiente para explicar y recriminar, que la forma de actuar y operar, los métodos  y las técnicas policiales de segar la vida y creerse con la autoridad para ello, son inaceptables en el marco de una comunidad cristiana y civilizada.

Creerse dioses que pueden disponer del don sagrado de la vida y limitar su esencia, la libertad, es una mentalidad  atea y diabólica de quienes así piensan, propia de la barbarie y de un espíritu atribulado por Satán; con la que se destruye la fraternidad humana y la convivencia cristiana.

Siguiendo este mismo orden de ideas, el mayor reclamo que  Yahveh hace al hombre en el viejo testamento se lo hace a Caín cuando de forma inquisidora en el libro de génesis  le pregunta ¿dónde está tu hermano Abel?  ¿Por qué lo mataste?  ¿Por qué derramaste sangre inocente?, acontecimiento brutal y criminal sucedido entre dos hermanos movido por la envidia, el resentimiento y la ambición.

Los Judíos del siglo I hasta nuestra era no han podido librarse de un estigma funesto que, como culpa arrastran a lo largo del tiempo y la historia: haber matado el hijo de Dios, el salvador, el mecías,   un hombre inocente y justo. El crimen de sangre es el mayor pecado contra la fraternidad, es una acción perversa y un pecado capital contra la comunidad humana.

Todo ciudadano que movido por la corrupción, la envidia y la ambición; sin excepción,  debe responder por los crímenes que cometa contra la persona humana, no importa las circunstancias en que estos acontezcan, en defensa propia o no; igual exigencia, prevalece con más razones para los miembros de la Policía Nacional.

Los Intercambios de disparos, las fichas policiales, el prontuario delictivo o el presumir que "se va  a mandar ", no son  una licencia abierta  para matar. El que mata, Policía o no, debe responder a la sociedad y a la comunidad humana  en los tribunales por sus hechos y, pagar por ello según lo establezca la ley.

Hasta Caín tenía plena y total conciencia  de que a quien se confía el cuidado del otro,  "no debe dañar y lastimar ", al responder a Yahveh cuando pregunta por su hermano Abel, ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano? El  temor que sintió Caín de ser ejecutado  por el  primero que  lo encontrara al haber  matado a su hermano, recibe de Jehovah en cambio  la garantía de que no sería así, en razón de  que  quien matara a Caín, sentencia Yahveh, "será condenado siete veces ", en otra palabra el que mata al que mata, se hace doblemente reo de condena.

El 5° Mandamiento de la ley divina es claro: "No Matarás ".

("Esta reflexión es apta sólo para los que creemos en Dios" y en una cultura de paz y amor.)