Según Adam Smith, padre de la economía moderna, el ser humano siempre ha sentido la necesidad de comerciar a través de intercambios mercantiles. Desde épocas muy remotas, el hombre acuñó rudimentariamente un comportamiento comercial certificado en la actualidad por diversos antropólogos. En el neolítico, la manera de comerciar era evidentemente el trueque, consistente en el intercambio de un bien por otro, un material por otro o una propiedad por otra.

Naturalmente, con el tiempo el trueque fue considerado un sistema de comercio ineficiente abriendo paso a la aparición de monedas hechas en base al oro y la plata; metales preciosos cuyo valor es aceptado mundialmente. De acuerdo a la historia, el pueblo Lidio fue el primero en usar monedas de oro y plata para saldar el pago regulado a tropas militares. En ese sentido, fue el “electro” la primera moneda hecha mediante una aleación del oro y la plata con un peso aproximado de 4,70 gramos.

De los metales preciosos, la humanidad evolucionó al uso del llamado Papel Moneda. En principio, hizo falta la aparición de Estados e instituciones que certificaran la validez de dichas emisiones y que confirieran el derecho a los portadores a intercambiarlos por bienes y servicios de cualquier índole. Para el siglo XIX, los Estados asumieron el patrón del oro y la plata para respaldar el dinero, y ya para los años que cursaron entre el 1870 y la Primera Guerra Mundial se acuñó únicamente el patrón oro. Posteriormente, tras los acuerdos de Bretton Woods, se aprobó el Dólar Norteamericano como la única moneda respaldada en las reservas de oro, haciendo pues que las demás monedas fueran dependientes del dólar para sustentar su valor. En nuestros días, aquella realidad de dependencia ha variado un poco, y el dinero circulante resulta inorgánico y fiduciario, dependiendo única y exclusivamente del carácter subjetivo que se desprende del elemento confianza y que debe generar la legalidad impregnada por sus respectivos Estados.

La confianza en el papel moneda, sin embargo, depende mucho de factores imponderables que amenazan constantemente a las economías de los pueblos. La moneda sin respaldo se devalúa y la economía prontamente se tambalea, y en cualquier momento puede sucederse una hiperinflación capaz de mermar tanto el valor monetario como el poder adquisitivo de las personas, hasta el nivel de corroer la confianza que los usuarios tienen en el dinero.

Por otro lado, el porte del dinero representa un problema que se va haciendo cada vez más evidente. La seguridad es uno de los factores que el dinero en físico no garantiza, ya que las personas, fundamentalmente en los países en vía de desarrollo, están constantemente expuestas al robo o a la pérdida involuntaria del papel moneda. De igual modo, no es viable tener grandes sumas de dinero guardados en un bolsillo o en una cartera, puesto a que la viabilidad se hace imposible y se incrementa el riesgo de portarlo. De ahí que se haya avanzado a la idealización de métodos más eficientes de crédito que permiten garantizar seguridad y comodidad; como las tarjetas de crédito y las transacciones digitales.

¿Pero, es este el futuro necesario de la manera en que las personas ejecutan sus transacciones y pagan sus servicios? Lo cierto es que aun con las tarjetas de crédito no es posible disfrutar de mayor seguridad con respecto a las economías personales.

El futuro llama a una realidad distinta a la que las personas viven en la actualidad; una realidad que impondrá la sustitución del papel moneda y las tarjetas de crédito por medios más eficientes de pago. Ya no hará falta el pago en dinero a un servicio particular, ni el débito bancario en la manera que lo conocemos en nuestros días.

El problema de la inseguridad solo podrá resolverse adjudicando a la persona misma el crédito a través de una especie de dinero electrónico o digital; pero no aplicando los débitos mediante una tarjeta susceptible de fraude o alteración, sino mediante el empleo de métodos más individualizados y personales como el posible uso de microchips implantados en las personas mismas. Todo el dinero, naturalmente, no será más que puntos digitales que se irán acumulando en las cuentas personales de los usuarios, y estos serán debitados mediante la colocación de una mano (posiblemente) en las máquinas de débito. Por lo tanto, no se tratará ya del uso de tarjetas o de dinero en efectivo, sino de dinero digital almacenados en registros (cuentas) que serán a su vez debitados a través de microchips instalados en áreas específicas del cuerpo humano.

Lo dicho anteriormente no es ciencia ficción y no se encuentra muy lejos de la realidad; pues el mundo cuenta actualmente con la tecnología necesaria para dar un paso de avance en ese sentido y cambiar para siempre el sistema económico internacional. Al pasarse balance, serán superados los tradicionales problemas que comporta el uso de tarjetas de crédito o el porte del dinero en efectivo, y, ciertamente, estaremos en la etapa de la historia mundial donde “nadie podrá comprar o vender si no tuviera el registro único contenido en el microship instalado en el propio organismo”