La República Dominicana posee una de las economías más dinámicas de América Latina, con un promedio anual de crecimiento en las últimas décadas de alrededor de un 6.5%.
En los últimos años nuestro país, como parte de la dinámica que ha marcado el desarrollo del capitalismo y el comercio mundial, ha estado insertándose de manera sostenida en los mercados globales.
Hoy tenemos tratados de libre comercio con 49 países, que nos han abierto las puertas a un mercado de más de mil millones de consumidores. Hemos firmado con Europa (500 millones de potenciales consumidores), a través del Acuerdo de Asociación Económica (EPA por sus siglas en inglés) y con Centroamérica y los Estados Unidos con el DR-Cafta (360 millones de potenciales consumidores). En adición, tenemos un activo comercio con las islas cercanas y el vecino Haití, nuestro segundo socio comercial tanto en volumen como en monto y único país con el que mantenemos una balanza comercial positiva.
Asimismo, en este momento se están abriendo las conversaciones para viabilizar la puesta en marcha de otros tratados con países como Chile, Colombia y México.
Ser una economía tan abierta a los mercados globales nos plantea grandes retos, pero también enormes oportunidades para el crecimiento y el desarrollo, siempre y cuando sepamos negociar estos acuerdos y demandar equidad en las relaciones bilaterales, dadas las diversas potencialidades que como país poseemos.
Nuestra ubicación geográfica nos da una ventaja logística comparativa para abastecer tanto los mercados de Latinoamérica y los Estados Unidos como de Europa. A pesar de esto y de tener un entorno favorable, como es una economía en crecimiento con baja inflación, y una relativa, aunque cada vez más precaria, estabilidad política y social, hemos ido perdiendo competitividad en los mercados internacionales. El país y nuestras empresas nunca han podido hacer las reformas y cambios necesarios para insertarse con éxito en este mercado global.
Nuestras exportaciones, excluyendo las zonas francas y las mineras, han venido disminuyendo a un ritmo de más de un 3% en los últimos cinco años. Nuestra balanza comercial es deficitaria con todos los países con los cuales hemos firmado estos acuerdos, e incluso con todos los que tenemos relaciones comerciales sin tratados, con la excepción de Haití.
Las relaciones comerciales son cada vez más asimétricas. Con nuestro socio principal, Estados Unidos, el déficit actual está sobre los 3,500 millones de dólares anuales y con los países centroamericanos es de cerca de un 80%.
Por otra parte, sectores claves para nuestra economía y sobre todo para el crecimiento del empleo como la manufactura, siguen disminuyendo su aporte al crecimiento. Hace apena dos décadas este aporte estaba en 18.6%; hoy ha disminuido a un 10.2%.
El total de la industria local, que incluye zonas francas, minería, construcción y manufactura, ha reducido su aporte al crecimiento desde un 28% cuando firmamos el Dr- Cafta hasta un 24% al cierre del 2016, según el Banco Central.
Estos datos nos indican que es imperativa la necesidad de realizar transformaciones profundas en nuestro modelo de desarrollo productivo, si es que existe uno claramente definido, el andamiaje institucional y hasta de nuestra visión y construcción democrática.
Si queremos sobrevivir y desarrollarnos como sociedad de forma armoniosa e inclusiva, en un entorno internacional de feroz competencia, tenemos que ser capaces de empezar a provocar estos cambios sin más dilación.
Para posibilitar el proceso de transformación se requiere de una clara visión y comprensión de los males y las carencias históricas de nuestra nación y una puntual claridad de hacia donde debemos ir como país.
Comprender el contexto mundial en el cual actuamos y cómo nos relacionamos en este mundo global es clave para desarrollar estrategias a corto, mediano y largo plazo, que nos permitan construir el país que queremos. Políticas públicas y estrategias que nos posibiliten ser parte de los nuevos protagonistas en términos económicos que necesariamente surgirán en las próximas décadas como parte de un nuevo orden mundial en continua evolución.
Los cambios que experimentarán las economías globales también traerán consigo una nueva configuración del poder político con los cuales tendremos que lidiar. El juego empezó y hemos sido convocados, de nosotros depende si nos quedamos en las gradas como meros observadores del éxito de otros, o participamos de manera activa en nuestro propio triunfo.
Pero para jugar con éxito necesitamos con urgencia un liderazgo político y empresarial comprometido, que junto al liderazgo social sean capaces de llevar a cabo estos cambios. Este liderazgo debe ser responsable, íntegro, transparente y honesto, con profunda capacidad de sacrificio y que ame sinceramente esta media isla, que logre unir las voluntades de diez millones de dominicanos y dominicanas con la finalidad de que todos seamos protagonistas en la construcción de un país más próspero, una sociedad más horizontal, equitativa y de riquezas compartidas.