Desde antes de que hubiera la pandemia, la tele transportación era una fantasía común.  Llegar a los sitios por internet y no tener que lidiar con tapones, calores o estacionamiento.  Las personas físicas todavía no nos podemos mover de esta manera, pero sí que se han multiplicado las reuniones por esta vía y, aunque sí se requiere cierto tiempo de “transporte” (no es lo mismo participar por Webex que por Teams, Zoom o Google Meet y hay que adaptarse a la multiplicidad de plataformas) es evidente que, aunque sin la calidez ni la facilidad del intercambio concreto, llegar a las reuniones es hoy más cómodo ahora que hace seis meses.

Pero este tipo de reunión no sólo es más cómodo, es más posible.  Esta semana participé en una reunión de la Federación El Arca, grupo internacional de comunidades de convivencia con la discapacidad mental.  Lo que anteriormente se hacía una vez al año y, de manera masiva cada cinco años, reunir colaboradores de diferentes continentes, ahora lo hacemos sin muchas complicaciones. El objeto de la reunión era eso mismo, trabajar la imposibilidad de una reunión física, abordar la posposición de la celebración de la asamblea quinquenal que suele reunir a unos 400 participantes de todo el mundo, muchos de ellos con factores de riesgo ante la covid. Pero el mismo hecho de posponerla implica ponerse de acuerdo y reunirse de manera virtual para acordar otras vías.  Así tuvimos conocimiento de primera mano, aunque digital, de lo que se veía en las noticias de marzo y abril: la región nordeste de Francia quedó muy afectada y hubo fallecimientos; en América Latina, como lo están empezando a reflejar los indicadores macroeconómicos, las comunidades han tenido menos ingresos que para el mismo período en años anteriores y en las comunidades de habla inglesa los problemas han sido adaptar las prioridades gubernamentales a la cotidianidad. Las maneras de recaudar fondos de todos han tenido que apoyarse en lo digital y la preocupación por la seguridad del intercambio de información empieza a estar presente en todos los dominios.

A la misma tendencia se refería Mark Cuban, un gran emprendedor norteamericano, en una conversación sobre el presente y el futuro de los mercados financieros y quien veía la transición hacia lo digital como el modo de supervivencia de la mayoría de los negocios, inclusive los restaurantes, que ahora están llamados a hacer entregas a domicilio en lugar de recibir clientes.  Adicionalmente, para alguien cuyo centro de interés ha sido siempre el mundo de los deportes y de los negocios, su discurso sonaba casi socialista.  Mucha confianza en el consumo de las mayorías, pero también proponía acciones públicas como el financiamiento de que uno de los progenitores se dedique a supervisar la educación de los hijos y la inversión en la remuneración de personas que se dediquen a cuidar ancianos y enfermos. Que lo diga un político socio demócrata europeo es normal, que lo diga un admirador confeso de Ayn Rand es otra cosa.

Estos son ejemplos de vivencias personales mías o de otras personas.  Otras fuentes también indican el mayor valor de lo digital. Por imperativo de distanciamiento físico, no social, todas las líneas de actividad que incorporan un componente digital han aumentado su valor.  Las acciones de zoom valen hoy día más y, según Forbes, uno de los hombres más ricos del mundo, Jeff Bezos, el dueño de la plataforma de ventas digitales Amazon, registró el mayor incremento de riqueza en un día del que se lleve cuenta.  Cuando la misma publicación buscó las mayores riquezas en América Latina, encontró que, por mucho, el latinoamericano más rico en estos momentos es Carlos Slim, dueño de un conglomerado de empresas de comunicación.   

Ya sea desde el mundo del trabajo, de la solidaridad, o de los negocios, el presente nos indica que el apoyo digital es la herramienta más grande de la que disponemos y está disponible y accesible literalmente a cualquiera que tenga la imaginación, el talento y la laboriosidad de aprovecharla.