Se escucha por ahí que ya nos hemos ido acostumbrando a convivir con la pandemia. ¿Será eso lo que explica que mucha gente se vaya de juerga, sin reparar en protocolos? ¿Cuáles otras desviaciones están ocurriendo en estos tiempos?
Cierto es que la COVID-19 ha servido como acelerador de cambios. Y ante los cambios hay diversas actitudes, desde capacidad para generarlos o aprovecharlos hasta la simple inacción, sin olvidar la actitud reactiva ni la de quienes siguen “en Belén, con los pastores”.
Medir resultados sin perder de vista los procesos es un método muy recomendable y recomendado para medir los avances. Es por ello que vendría muy bien echar una ojeada a lo logrado, incluyendo el proceso, a lo largo de este tiempo de pandemia.
Como ejercicio, cada quien podrá escoger para medir, desde temas muy personales y particulares hasta asuntos de interés general. Como ejercicio, en este caso concreto, propongo una muy breve mirada a lo ocurrido en los gobiernos municipales.
Como hemos de recordar, se trata del estamento de gobierno más cercano a las personas. En consecuencia, su avance, mucho, poco o ninguno, como su retroceso, han de incidir de manera muy significativa en cada ser humano de la demarcación de que se trate.
Recordemos que, por primera vez, la toma de posesión de las autoridades edilicias, tanto en ayuntamientos como en juntas de distritos municipales de la República Dominicana, se realizó en fecha 24 de abril. Recordemos también que acabábamos de iniciarnos en temas de pandemia y de protocolos relacionados con la misma.
Si bien es cierto que lo primero pudo servir para llamar la atención y marcar una diferencia, no menos cierto es que lo segundo ha servido para que su rol haya quedado mucho más relegado de lo que regularmente ocurre y mucho más alejado de lo que debiera ser.
Quizás sea esa situación la que ha llevado a que muchos de nuestros ediles nos distraigan con temas como el nombre que se le pondrá a una calle o si se le cambiará el sentido a otra, que no estaría mal, siempre que eso no haga perder claridad del rumbo a que se desea conducir el territorio.
En un entorno enrarecido, justificado con la pandemia, ya ha transcurrido el primero de cuatro años de gestiones llamadas a construir consenso para esclarecer un rumbo que implique avance compartido. Eso, como es entendible, se ha de soportar en capacidades de gestión que viabilicen políticas, planes, programas y proyectos que repercutan en real avance territorial.
Hasta el momento, salvando casos en que uno que otro salte a la palestra por algún problema con la basura, entre letargo y disimulo discurre un período que muy bien ha podido ser aprovechado por las municipalidades dominicanas para marcar una diferencia y avanzar a gestiones que justifiquen el apelativo de “Poder Municipal”, para los estamentos gubernamentales más cercanos a las personas.
No se trata de lograr, al menos de un salto, niveles como los que pueden exhibir Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido o países nórdicos. Se trata de tomar como referente lo que, desde hace medio siglo, ha significado reemplazar el modelo tradicional de organización y entrega de servicios públicos, basándose en jerarquía burocrática, centralización y control directo, por una gerencia pública basada en una racionalidad económica que busca eficiencia y eficacia, teniendo como norte el real avance del territorio.
Recordemos que las crisis sirven para dos objetivos básicos: rendirse y sucumbir o aprender y reinventarse. El propio saber popular expresa que la necesidad es madre de la ciencia. Si aquella Ley 166-03, que disponía la entrega del 10% del ingreso no especializado del Presupuesto Nacional a los Ayuntamientos, nunca llegó a ser aplicada, quizás esta etapa de crisis sea más apropiada para avanzar en ese sentido.
Por supuesto, recordemos algo básico: lo habitual es que haya más requerimientos que recursos para satisfacerlos. De todos modos, si gestionamos adecuadamente en la escasez nos habremos ido entrenando para gestionar bien en la abundancia.
En suma, en tiempos de tanta desorientación, resultaría altamente esperanzador y hasta estimulante contar con territorios que realmente marquen una diferencia por la forma como son gestionados.
Dicho en argot beisbolero, en las manos de las actuales gestiones municipales de nuestro país está la oportunidad para poncharse o para sacarla por los cuatrocientos once.