Al día de hoy resulta impredecible hacia cuáles derroteros nos conducirá la problemática domínicohaitiana, puesta sobre el tapete por la conocida y justa sentencia del Tribunal Constitucional, y agudizada y agravada por el estilo altamente suspicaz de las autoridades dominicanas al prohibir las deportaciones y borrar la línea fronteriza por un año mientras oleadas de haitianos irrumpían en el territorio nacional.

El tránsito por la problemática domínicohaitiana del presidente Danilo Medina, del presidente sombra Gustavo Montalvo, del actual Canciller de a jugando, analfabeto de la diplomacia y carente de orgullo nacional –no me acuerdo de su nombre- y de otros actores gubernamentales dejan mucho, pero mucho qué desear.

¿Con qué derecho, a resultas de qué el presidente Medina decidió transgredir la legislación vigente al disponer gratuitamente servicios de inmigración y naturalización a nacionales de otros países, valga decir que a los haitianos ilegales que en su mayoría entraron por su suspicaz política de no deportación y frontera abierta?

¿A cuenta de qué, para complacer a quién o a quiénes, el presidente Medina se ha gastado la friolera de casi 2 mil 500 millones de pesos, aproximadamente 60 millones de dólares, para favorecer a inmigrantes de una Nación cuyos dirigentes corruptos y desacreditados son fichas de los Estados Unidos y otras fuerzas supranacionales interesadas en homogenizar la isla, o lo que otros dicen “fusionarla”?

¿A cuenta de qué y con cuál propósito el Presidente Medina se reunió a solas, valga decir en secreto, con el inefable y genuflexo Secretario General de la ONU la última vez que nos “visitó”? ¿Qué se trató allí? ¿Qué se comprometió?

Por lo demás, ¿y quién le ha otorgado a un Presidente el derecho de secretearse con uno de los líderes principales del absurdo que conduciría al país a una singular guerra civil, el de pretender homogenizar la isla; el mismo que dizque le “solicitó” reconocer a un millón de haitianos como dominicanos?

Ni el Presidente títere de Haití, ni su Primer Ministro, ni su Canciller, ni mucho menos el Secretario General de la OEA son locos de amarrar para hablar en las formas desconsideradas que lo han hecho, como si con sus formas y contenidos estuvieran haciendo advertencias sobre compromisos contraídos.

¿A qué viene la excesivamente suspicaz decisión de convertir el país en sede de la próxima reunión de eso que aún llaman OEA, instrumento de poderes supranacionales, la que junto con Estados Unidos transgredió todas las normas estatutarias, políticas y morales interamericanas al invadirnos y ocuparnos en 1965?

¿Y es que se ha olvidado que el Secretario General de la OEA de entonces, al estilo gansteril de Chicago, le ofreció al coronel Francisco Caamaño Deñó, un buen fajo de dólares y bienestares para que abandonara la presidencia del gobierno constitucional y saliera del país?

Son los mismos. Los países que han renunciado e integrado otra organización regional saben que allí nada vale la pena, que la OEA existe “cuando le ponen asunto” y en la mente de su partida de viven bien.

¿O acaso vamos a seguir jugando el jueguito de la desacreditada y aislada OEA de “mete el deíto aquí, que la cotorrita no está ahí?”. ¿O acaso nos gustaría otra FIP, denominada esta vez Fuerza Interamericana de Pus?