El escenario electoral venezolano tras la muerte del presidente  Hugo Chávez nos pone  frente a lo delicado y peligroso que resulta para ciertos  pueblos elegir  apropiadamente a quienes los dirijan.

En un mundo que parece desgranarse sin que se vislumbren líderes iluminados, preparados y desinteresados como han sido los casos de un Mandela o de un Gandhi.

Pareciera que la humanidad esta huérfana de seres humanos comprometidos con sus sociedades, son "líderes  políticos de cartón", como Federico Henríquez Grateraux  les llama. De aquí que resulte lamentable y hasta  triste ver al señor Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, intentar emular a su recién  fallecido líder,  olvidando, que el carisma no se hereda y que el caudillo es insustituible.

Poniendo, además, sobre el tapete un estilo político-mercadológico que pretende que los políticos pierdan las formas ante el pueblo sin que nada pase, dirigiéndose a los votantes como si fueran retrasados mentales carentes del más mínimo respeto.

Algunos pagan las consecuencias,  mientras otros  salen airosos, como ha sucedido en un   pasado reciente en Ecuador, con Bucaram; en República Dominicana, con Hipólito Mejía, y en Haití, con Martelly, por citar algunos casos.

Se trata de una especie de bufonería proselitista que, no obstante, permite llegar al poder. Todo esto a pesar de cometer errores que  en los países del Primer  Mundo conducirían a los candidatos al final  de sus carreras políticas.

Desde su aparición,  Chávez   inspirado  por  el genio de Simón  Bolívar, representó un rompe cabezas para los estudiosos  de la  política, que no sabían cómo calificar  a aquel hombre que, al  trascender las limitaciones  de la cárcel, se convierte  en uno de los  lideres más controversiales y carismáticos que ha tenido Venezuela.

Chávez combinaba un verbo que reflejaba los matices mas folklóricos de la sociedad venezolana con un  toque de insolencia y simpatía por la izquierda, salpicado de un talento para comunicar que impuso un estilo de decir las cosas muy propio de Chávez, y  que  Nicolás  Maduro, su delfín, ha intentado imitar cayendo en desafortunadas intervenciones que rayan en el ridículo.

Ha surgido en Maduro un  cierto mimetismo verbal  chavista, que pretende utilizar los mismos tiempos y entonaciones en sus alocuciones. Su voz parece arrastrar los matices de  una semblanza, en las expresiones del fallecido, pero lejos del toque carismático.  Mientras,  analistas políticos argumentaron y argumentan que la palabra de Maduro aleja a los tradicionales simpatizantes del chavismo, algo  que incluso dirigentes del gobierno  admitían, al reconocer  que el candidato no era el más apropiado. Uno de sus desaciertos de campaña fue el haber convertido a  Chávez en un pajarito, algo de lo cual se hizo eco  la prensa internacional en tono de sorna, lo que no impidió que Maduro continuara usando los símbolos, el estilo y la memoria chavista, durante la corta e intensa  campaña.

Entre otras cosas, llegó a  llamar “maricón” a Henrique Capriles,  candidato de la oposición, cerrando su campaña  vinculado a las tradicionales y olvidadas culturas indígenas  a los ritmos modernos, mientras  coronado  de  una diadema de plumas multicolores, cantaba   un desafinado reggaetón inspirado en la burguesía venezolana.

El  presidente-candidato agotó su discurso  en   todos aquellos  posibles acontecimientos públicos  que lo llevaron  a  quedarse en el poder en una Venezuela inspirada en la memoria–presencia de Chávez, sumergida en una necrocracia (pretender que el muerto siga gobernando)  que hacen de la revolución bolivariana uno de los escenarios más confusos para la democracia latinoamericana.

Ha quedado claro que se puede hacer el ridículo y ganar elecciones, aun sea con un “margen pírrico”, como se ha calificado   los 224 mil votos lo que representa  1.5 puntos,  que  separan a  Capriles de Maduro, y con miles de anomalías registradas.

Pareciera que a los votantes no les preocupa quien los gobierne, no les importa si están formados  académicamente, si son éticos, o si tienen cierta inteligencia emocional, en fin, si saben pensar.

Hoy día  cualquier cantante puede ser presidente, mientras cualquier señora hereda el liderazgo del marido.

La oferta política no se  relaciona necesariamente con  el bien social, se basa en  estrategias  mercadológicas donde la vestimenta, la simpatía, las dadivas y otras superficialidades se tornan atractivas y determinantes para manipular las  poblaciones.

Desde que la política se ha convertido en el negocio más lucrativo y con mayor posibilidades de  evadir el peso de la ley, delincuentes e improvisados han encontrado en el quehacer político un universo para  realizar sus “sueños”.

Y como no se trata de conquistar espacios de liderazgo real, sino de construir  clientelas, todos creen   que pueden  aspirar, dando por sentado que al pueblo se puede llegar a través  del espectáculo "canfinflero” y del dinero. De esta manera se pone en crisis la clase política y su quehacer, en ciertas sociedades donde se pretende  que el votante  debe   permanecer atado al “hechizo” político farandulero. Basta observar las campañas políticas en la actualidad.

El   proceso electoral venezolano  ha roto los   esquemas  de  observadores, al pretender que hacer el ridículo ponía en suspenso la opción del candidato-presidente de  ganar elecciones.

Lo cierto es que  en medio de todos los desaciertos verbales de Maduro, están allí,  amenazando con su  verbo a la oposición que no termina por aceptar su triunfo. Le dejan claro que no tiene intenciones de negociar ,  tras 14 años de transformaciones que le han cambiado la vida, para bien o para mal, a una población de 28 millones de habitantes,  armada, [1] sumida  en la violencia y  el malandraje que  impone las reglas de gobernabilidad. Todo esto con una crisis económica  y un desabastecimiento de alimentos, donde  la  corrupción recuerda y supera los años de AD y COPEY.

Todo parece indicar que la revolución chavista sin Chávez pasará por un momento del cual el mundo será testigo. La oposición impugna las elecciones y  el nuevo presidente la acusa de “planear la desestabilización”, dejado claro en una errática  alocución que de seguir las protestas para el conteo de votos se verá   en la necesidad de “radicalizar la revolución bolivariana”, “anunciando ya que” iba a gobernar con mano dura”. ¿Y eso  en qué consistirá?

[1] Se cree que hay 3 millones de armas en manos de civiles. Dato de Roberto Briceño, Observatorio de la violencia Venezolano.