La sabiduría popular tiene expresiones realmente maravillosas ya que condensan situaciones inverosímiles del diario vivir en pocas palabras, por un lado, y describen un estado de cosas, por el otro, que sería bastante difícil comunicarlo sin ese mínimo de palabras y ese máximo de sentido. La expresión, aduanera en su origen, de “hacer de la vista gorda” junto al vocablo netamente caribeño de “cogioca” expresan el estado de anomia moral del que se viene hablando hace décadas en el país y al que se le da poca continuidad en los centros de gestación de opinión.

Es que la cogioca, ese estado generalizado de malversación o engaño con el objetivo de lucrarse a expensas del erario, describe muy bien las acciones más frecuentes sobre las que intelectuales de toda índole y líderes religiosos se hacen de la vista gorda en la actual coyuntura política nacional. Como para buen entender bastan pocas palabras, debo decir que uno esperaría que las personas que no son, por lo general, gruesos de entendimiento tuviesen un mejor discernimiento en cuanto a sus simpatías y su accionar en términos políticos. Pero no, parece que la obtención de favores o el continuar “mamando” de las ubres públicas (como solían decir antaño) pesa más que la honorabilidad y el buen juicio moral.

Hay un concepto trabajado por Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) en su Tetralogía de la Ejemplaridad que nos conviene en estos momentos politiqueros: la ejemplaridad pública. Todo ciudadano es libre de hacer con su vida privada lo que le plazca y ofrecer sus simpatías a quien considere represente sus intereses, sus ideales políticos o religiosos; estamos claros de ello. La autonomía en la vida privada es un derecho legítimo en las democracias actuales. Ahora bien, la cosa pública y sus intereses se manejan de otro modo y no solo en su ordenamiento jurídico, sino también en su orden moral y ético. Gomá Lanzón sostiene que todo ciudadano debe procurar con su comportamiento ser una “influencia civilizatoria” hacia los demás. Aquí es donde lo privado y lo público se ordenan y entretejen dialécticamente de modo tal que las exigencias éticas que, como ciudadano responsable, exhibo en mis acciones particulares y profesionales también debo exigirlas en el orden público.

Por esto es por lo que me asusta la conducta, generalizada en estos momentos en el país, de hacer de la vista gorda de parte de líderes religiosos, intelectuales y personalidades del mundo social y empresarial. Las personalidades públicas, llamémoslo de ese modo, deben marcar el tono de la ejemplaridad pública en una nación, si lo que se pretende es crear un país capaz de sustentar unas reglas mínimas de ejercicio democrático. En estos momentos en que casi se olvida el tema del “imperio de la ley” como sustento de la igualdad y la justicia social, se hace necesario apelar a la ejemplaridad pública, al compromiso ético moral particular hecho público.

Cada personalidad influyente en el ámbito social no solo debe mostrar unos comportamientos conformes a la ética, sino que también debe exigirlos a todo aquel que conduzca o pretenda conducir el Estado y administrar las arcas públicas. No puede, como el oficial aduanero, hacerse de la vista gorda y no exigir a quien debe responder por sus acciones contrarias al orden jurídico y ético de una nación.

La práctica política estaría mal dirigida si se piensa que la política se reduce a mera negociación de intereses de múltiples sectores o esporádica participación de los representantes de las comunidades. El ámbito de la política es el espacio de lo público, en términos de Hannah Arendt. Lo público es lo que está a la vista de todos, la acción individual factible de ser enjuiciada por todos porque nos afecta a todos.

¿Por qué apelar a esta dimensión ética de la acción pública, por tanto, política? La razón es sencilla: el sistema de justicia dominicano, en el momento actual, no tiene la libertad suficiente para asumir su rol en una democracia. No en el estado actual de las cosas. Además, lo jurídico en sí mismo no es suficiente para ordenar la convivencia libre y justa de una comunidad política, cualquiera que sea su origen y su historia.