“La prueba de la existencia de la democracia estaría siendo acreditada por las apariciones en televisión de Juan Bolívar, Huchi, Zapete, Edith Febles y Nuria Piera”, dice Guillermo Cifuentes. Lo hace luego de afirmar que en nuestro país hubo una transición inconclusa. En párrafos anteriores recita que el país “vive “momentos de retroceso”, de supresión del avance hacia la democracia, que hay sectores que se juegan el último intento de salvar el autoritarismo heredado por Trujilo”. Dice también que se hace necesario hablar sobre ello, debido a que no hacerlo es ignorar el peso de esa herencia. En eso estamos de acuerdo.
Más que un retroceso vivimos un punto de quiebre. Lamentablemente no contamos con la madurez política para que dicho proceso pudiera ser mejor matizado por la incidencia social. Y esto tiene mucho que ver con que algunos sectores han querido dibujar un escenario maniqueo en el que “los malos” tienen un color definido. Como si fuera posible.
La transición fue trunca cuando quienes estuvieron llamados a desmontar el modelo rentista, lo hicieron mal o no lo hicieron, abriendo paso al regreso de Balaguer en 1986. Posterior a eso, la mayoría de quienes se presentaron como demócratas terminaron igualmente conectados a la estructura rentista legada por el balaguerato, o simplemente enredados en su propia maraña de contradicciones e imposibilidades. Pero los avances democráticos están y no hay posibilidad de negarlos. Lo que no hemos podido es construir la democracia que queremos, porque lo que está probándose en la actual coyuntura es que muchos de los que se llaman demócratas prefieren jugar el juego antagónico del fin. Cambiamos el norte democrático, el debate deliberativo, la confrontación argumentada por el grito desesperado y la designación del dolo ajeno. Y en ese prado anti-político nada florece.
Lo extraño es que Cifuentes pueda leer en la ruptura y desmonte de la estructura rentista de un caudillo particular (Leonel Fernández) un gran pecado contra la democracia que él mismo reconoce incipiente o inexistente
Lo extraño es que Cifuentes pueda leer en la ruptura y desmonte de la estructura rentista de un caudillo particular (Leonel Fernández) un gran pecado contra la democracia que él mismo reconoce incipiente o inexistente. La lectura, conveniente o autocomplaciente, obvia que incluso la construcción de nuevos liderazgos que buscan ser alternativa incorpora los rasgos antidemocráticos que durante tanto tiempo han caracterizado el país político. Porque, para poner un simple ejemplo,la reserva de candidaturas senatoriales en el PLD no es distinta de la reserva de candidaturas presidenciales, congresuales y municipales en fuerzas que se dicen alternativas.Negar que hemos dado pasos para superar esa herencia, que no es de Trujillo sino que es parte de la constitución cultural de nuestro ethos, es hacer un chiste. Limitarnos a esos pasos, un error.
Rescato del texto de Cifuentes su interpelación al lector sobre la necesidad de determinar qué representan hoy el leonelismo y el danilismo. Si bien el autor lo enfoca con otras intenciones, su llamado es un aporte, porque alienta a los distintos sectores sobre la necesidad de mirar detenidamente el peso específico de ambos liderazgos que son, en la actualidad, las dos fuerzas con vigencia que se disputan el escenario político (aunque no necesariamente el electoral), con estilos diferenciados y matices bien definidos. Ambos con trayectorias distintas y, como todos (grandes y chicos), matizados por el entorno y la realidad política dominantes.
Lo que no aporta en ningún sentido al avance democrático es querer hacer designaciones antojadizas y especulativas sobre elementos que son reales. Lo que no es saludable para aprovechar la actual ruptura, es el pronunciamiento demagógico que pretende el fin de la historia. Toda ruptura trae reordenamiento y los sectores alternativos que se pretenden democráticos hacen mayor servicio erigiéndose en interlocutores, para construir consensos y disensos hacia la democracia, que autoexcluidos y crispados. Entiendo que Medina está abierto al diálogo y a la confrontación en ese sentido. Así lo ha demostrado.
Lo otro, lo que se pretende motorizar para 2016, es el falso debate de la dictadura, que ya fue inútil en 2012, pero que además se torna irresponsable en un sistema que a todas luces se consume a sí mismo. La alternativa, la transición que todos en algún momento dijimos querer, no se construye desde fuera con las mismas prácticas de dentro, sino desde dentro construyendo consenso sobre prácticas que rompan con lo establecido.