Situado en una perspectiva Socio-antropológica, frente a las informaciones recibidas, vinculadas a los efectos del Coronavirus en la población, invito a pensar, con frialdad, a valorar no solo las informaciones técnicamente elaboradas y suministradas por el Órgano Rector del sistema sanitario dominicano, el Ministerio de Salud Pública. 

Hablo, reitero, entre técnicos investigadores, que conocen la  existencia de variadas disciplinas y metodologías de estudios diferentes. Que se atreven a ver el bosque, la realidad, desde múltiples enfoques y dimensiones. 

En ese sentido, invito a valorar, también, las informaciones de las calles, de la población y sus territorios culturalmente estructurados, no para buscar verdades, aunque las hubiese, sino para escuchar e interpretar el sentir, sus valores, creencias, sus miedos, sus aprehensiones e incertidumbre, su cotidianidad, sus recursos económicos, Etc., sobre un hecho que desborda la oficialidad y que se expresa en preocupaciones, lamento, dolor, angustia, impotencia y gritos. 

Esas informaciones expresan, además, un saber que no suele interesar ni interpretar ciertas academias. Son informaciones que vienen del lodo, de la altura de la montaña, de surcos intransitables de pobreza o de territorios no priorizados, y que no necesariamente son consideradas por expertos en sus códigos y metodologías de "saber científico consagrado”, aún provengan del sector oficial. 

Al menos, esas informaciones indican lo obvio: que la gente ve morir sus seres queridos, mientras órbita a distancia el saber de la ciencia, y en ocasiones y por causas y razones múltiples, orbita, del mismo modo, distante la agenda de servicio oficial. 

Igualmente, y para formarnos un juicio amplio y diverso sobre la dimensión de la pandemia, hay que prestar atención a las informaciones y datos de alto calado de nivel profesional, ubicados en diferentes organizaciones sociales, económicas y políticas, pero que no están articulados al plan del gobierno contra el Coronavirus. Tomarlas, al menos, como referentes de análisis. 

Al decir esto, entre técnicos e investigadores, motivo a valorar, desde esta mirada, otras miradas, -además de la oficial- y de sectores de alto calado de saber intelectual. Es una mirada que no persigue alcanzar verdades con carácter cuasi "métrico", sino detenerse en el drama de dolor, desde el cual salen estadísticas sin lágrimas, desalmadas; el drama observado al "estar ahí", y es creador de nuevas sensibilidades, las cuales llevan a ritmos, cobertura, roles y calidad de las políticas sanitarias comprometidas con la vida de aquellos a quienes históricamente se les ha negado el derecho a una vida digna. 

Mi invitación es, en definitiva, un desafío a tener o incorporar, en la medida de lo posible,  una mirada socio-antropológica, no neutra, sino solidaria, que va al corazón de los hechos, producidos en contextos complejos (a los que solemos escapar o desconocer); que toma en cuenta el observar, sentir, razonar de la gente que camina “descalza” o que se monta  en el  carruaje de un  sistema sanitario probablemente que le es desconocido; que toma en cuenta las múltiples miradas y expresiones de esa gente  que por derecho manifiesta, expresiones de voces que me unen al recuerdo de mi abuela, quien con sabiduría de vida -ancla de su sobrevivencia- y recogiendo expresiones de generaciones pasadas, decía: "¡Ju…! dos ojos ven más que uno y cuatro más que dos".