El zapatero habla de zapatos. La deportista habla de deportes. El político habla de política. La empresaria habla de negocios. ¿Y los intelectuales? ¿De qué hablan los intelectuales?
Todos somos intelectuales porque tenemos la capacidad para pensar. Por lo menos, de eso nos convenció el pensador italiano Antonio Gramsci en Sus cuadernos de la cárcel. En ese texto Gramsci incluyó una distinción clave, la de los intelectuales tradicionales y los intelectuales orgánicos. Los primeros son los que provienen de una escuela específica o que pertenecen a una tradición del saber en particular. Los orgánicos vendrían siendo los que emergen espontáneamente de los procesos de cambio social, los que representan a sus clases o grupos en una determinada sociedad. Todos somos intelectuales, pero no todos ejercemos la función o el oficio del intelectual. Y yo agregaría que tampoco todos ejercemos la actividad intelectual con el mismo sentido de responsabilidad.
La República Dominicana tiene intelectuales muy preparados y capaces. Pero como en toda sociedad, también abundan los mediocres e inseguros de sí mismos. Especialmente, se destacan esos intelectuales obsesionados con que todas las demás personas también se obsesionen con las obsesiones particulares de ellos.
Los más insufribles, a mi modo de ver las cosas, son aquellos a los que parece no importarles un bledo que el público los entienda. En cada ocasión. se demuestran indispuestos a comunicar sus ideas u opiniones en términos que manejan las demás personas que no son especialistas en el tema.
Obviamente, en sus círculos de especialistas cada intelectual puede prescindir de estrategias tales como la simplificación y ejemplificación de conceptos o asuntos relevantes a un tema y puede darse el lujo de la abstracción. Pero en la esfera pública que compartimos con demás ciudadanas y ciudadanos, teniendo en cuenta la diversidad de niveles de educación y repertorios lingüísticos, no puede dominar el discurso particular del especialista o el de una determinada cultura intelectual.
Que no haya el mínimo esfuerzo por redactar sus descripciones y explicaciones en términos comprensibles o, por lo menos, traducibles me parece una equivocación y una falta de consideración hacia el público lector, hacia la ciudadanía. Uno no puede olvidar que está colocando sus textos en un medio de comunicación masiva, el cual exige un mínimo vocabulario básico compartido y una actitud orientada hacia el diálogo.
En fin, vine aquí a ofrecer una modesta opinión y aquí está: la sección de opinión de Acento.com no es el lugar indicado para un tratado de semiología. Tampoco es el lugar para textos repletos de interminables frases que con un solo soplo pretenden cultivar, afirmar y contradecir todas las relaciones complejas de la epistemología, la teoría del conocimiento. La labor intelectual es una labor ardua y muchas veces solitaria y por eso merecemos compasión y compresión. De igual modo, le debemos al público la misma cortesía.