Cuando Juan Bosch regresó al país, después de la muerte de Trujillo, hace ya más de cincuenta años, la República dominicana era un escenario al que la violencia le había arrebatado el protagonismo de su propia historia. Trujillo no solo había sido el tirano inclemente que nos narra la leyenda, sino que su persona se había convertido en el imaginario popular en un ser mágico que en su despliegue creaba todas las cosas. Algo así como el “Espíritu absoluto” del sistema filosófico de Hegel. En rigor, él había sustituido de manera ideal, y con el telón de fondo de la violencia, a la sociedad en su conjunto, y tras su muerte nos vimos obligados a propiciar una apertura sobre el mundo real.

Juan Bosch fue, sin discusión alguna, la llave que nos abrió el camino hacia la recuperación de la realidad. Se introdujo en el escenario que dejaba el trujillismo armado de un lenguaje social que estaba destinado a recuperar el espacio histórico que Trujillo le había escamoteado al pueblo, y además, a transformar  con acciones concretas la invisibilidad de la participación del nivel popular en los hechos históricos. Es por eso que su lenguaje originó la acusación por parte de los sectores conservadores, de que él introdujo la lucha de clases en nuestro país. La prensa de la época repite hasta el histerismo el estigma del espectro político conservador de inicio de la década de los años sesenta del siglo pasado, según el cual las malsanas orientaciones del profesor Juan habían traído a la República Dominicana el fenómeno de la lucha de clases.       

En sus charlas radiales, iniciadas en el 1961 luego de veintitrés años de exilio,  empleaba una estrategia didáctica. Sus recursos eran descriptivos, llenos de imágenes y provistos de un lenguaje traslaticio que remataba con el uso de términos contundentes para fijar lo dicho. En cierta forma, el cuentero que él era narraba una historia sencilla para describir hechos muy complejos de la vida social. De esta manera sus charlas constituyeron para la época un verdadero acontecimiento en la comunicación radial. Por eso, expresiones que entonces se hicieron populares, como “Tutumpotes”, “Carros pescuezo largo”, “Oligarquía”, “Hijo de Machepa”, y muchos otros que deslindaban los grupos sociales, eran expresiones que contribuían a reingresar el papel de las masas en el escenario de la historia, del cual Trujillo había expulsado a todo el mundo. Una de las características del relato de la historia trujillista es su absoluto divorcio con la totalidad del imaginario historicista de la nación. Trujillo era un héroe en solitario, únicamente sus actos construían el relato de la realidad, y la única realidad existente era la que llenaba su espacio.

Eso es lo que origina que esos términos, vivamente sembrados en la estima popular que Bosch había logrado imponer con sus charlas radiales a partir del año 1961, fueran interpretados como un discurso que introducía la lucha de clases en la República Dominicana. Pero el lenguaje boschista de entonces aunque novedoso y audaz, no eran los ornamentos de la dialéctica marxista, ni el ritual de confrontación de las clases sociales en conflicto; sino la piel del pueblo, que recuperaba de esta manera su primacía. Todos los días, hablando en un tono didáctico, recuperando la comprensión de la historia en movimiento, Juan Bosch contaba una historia que se revelaba como la fulguración de una verdad, moviéndose entre el espesor de la palabra y la historia robada. Porque de eso se trataba. De restituir la visión de sí mismo, fortalecer el papel del pueblo en el desenlace de los acontecimientos futuros como hacedor de historia, y lograr un mayor nivel  de conciencia en el pueblo que había sido alienado durante treinta y un años. Ése es un costado inexplorado de la vida política dominicana, y en el próximo artículo veremos cómo Juan Bosch lo fue tejiendo.