§-26. Se vio, anteriormente, el significado de los dos primeros nombres de Dios en la cultura bíblica hebrea. Ahora Didier Dumas (1943-2010) propone el sentido que tiene el tercer y último nombre de Dios: «Elohim representa los soplos del padre, y Adonai, el tercer nombre de Dios, es su apelación sonora, a la que el niño accede cuando puede hablar y plantear sus preguntas edípicas. Adonai es “papá” o “mamá”. Es la apelación con la que uno se sirve para invocar al Creador cuando se le dirige la palabra.» (P. 29).
Un caso curioso de mala traducción lo presenta Dumas cuando da cuenta del encuentro entre Abrahán y el rey-sacerdote de los cananeos, Abimelec, y el rey de Jerusalén. Cuando Abimelec reconoce y bendice a Abrahán como triunfador frente a los enemigos de Sodoma, le dice a Abrahán que en premio a su triunfo escoja un décimo del botín del rey. Abimelec, que venera a Él, Elion (Él= Altísimo), solita a Abrahán, que en nombre de Él, Élion, tome su parte del botín. A lo que Abrahán le responde que levanta la mano en nombre IHAH, Él, Élion (el Altísimo), creador de los cielos y la tierra y que no tomará, ni desde un hilo hasta una pizca de sándalo, nada de lo que le pertenezca a Abimelec.
Dumas aclara que las traducciones bíblicas de Occidente, desde la Ecuménica hasta la de André Chouraqui, en nombre de la unidad de Dios, confunden dos términos diferentes usados tanto por Abimelec como por Abrahán: Él, Élion. Pero no significan lo mismo. Para Abimelec, es un dios pagano; para Abrahán, es un dios monoteísta. De modo que el Altísimo en el discurso de Abimelec es una cosa y en el de Abrahán, otra completamente distinta (p.30).
§-27. Y a propósito, es de Abrahán, descendiente de Noé, según Dumas quien «renueva la relación de filiación con Dios que Adán no supo preservar.» (P. 32). Con el sacrificio de su propio hijo, Isaac, Abrahán le probó a Dios obediencia y fe en Él. Y cuando se disponía a clavarle el cuchillo a su vástago en la piedra de sacrificio, constatada por Dios la fe monoteísta conservada por Abrahán, Dios salva a Isaac. El sacrificio de Isaac tiene dos vertientes: la posición de la madre, Sara, que se opone, y la posición de Abrahán, que al renovar la alianza con el Dios único, está dispuesto a obedecer la palabra de su Señor, quien le ha solicitado el sacrificio del único hijo que le ha dado a esa pareja, pues Abrahán ha tenido ya otro hijo, Ismael, con su esclava egipcia Agar. A partir de este hecho, sabemos ya cuál es la significación de Isaac para el pueblo hebreo y la de Ismael, expulsado junto con su madre, del hogar de Abrahán y Sara. Dos religiones y dos legitimaciones distintas: el judaísmo y el islamismo.
Para los fieles que mantienen la fe del carbonero, esa historia bíblica es interpretada linealmente. Pero para las disciplinas que se ocupan de la salud mental del niño, el discurso de Dios dirigido a Sara para anunciarle que dará a luz un primogénito, esta última se ríe de tal ocurrencia, porque es un anuncio que está fuera de toda lógica; ella se ríe y niega haberse reído cuando Dios le pregunta por el motivo de su risa. Ella responde que con sus 90 años a cuestas y su señor con 100, ¿no es absurdo o imposible tener hijo a esa edad? Pero para el mito o el cuento popular nada es imposible. Lo fantástico es su especificidad, al igual que en los cuentos de hadas. El poema hace que las cosas sucedan.
Y la lección de Dios a Sara y Abrahán la lee Dumas simbólicamente, o poéticamente, como diría Meschonnic. En primer lugar, para Dumas esa lección con respecto a Isaac tiene que ver simbólicamente con el tema de la sexualidad y educación de los hijos, aplicable a todo tipo de sociedad, del pasado remoto como del presente en que vivimos: «La responsabilidad de los padres, y particularmente del padre, con respecto a la salud mental del niño es por el contrario un tema mayor del libro Génesis. Se encuentra en la descendencia de Noé como en la de Abrahán. El texto cedacea de tal modo ese tema bajo diferentes facetas, y no subestima ni el peso de los fantasmas parentales en la salud mental del niño ni los efectos del incesto en la sucesión de las generaciones, como se verá a propósito de la descendencia de Noé.» (P. 95).
Es aquí donde se aprecia la capacidad de lectura simbólica y poética de los libros que componen el Viejo Testamento, y particularmente en el Génesis, de donde Dumas libera una forma nueva de lectura que había estado escondida hasta para los analistas literarios de este texto en el que se encuentran tratadas todas las prácticas humanas. Explica Dumas su aproximación sicoanalítica y hasta antropológica del primer libro de la Biblia: «Bajo ese ángulo, el Génesis aparece pues como una obra de una finura clínica tanto más sorprendente cuanto que prefigura los descubrimientos más recientes del sicoanálisis. Aquí, donde el texto trata por primera vez de la responsabilidad de los padres en la etapa de los problemas del niño, el libro esquematiza en efecto los datos de una manera que es sorprendentemente parecida a la del sicoanálisis contemporáneo.» (P. 96).
Dumas se refiere al caso de Abel, quien «encarna el modo mediante el cual Jacques Lacan ha teorizado el impacto en el nivel del nombre propio. Mientras que Caín ilustra la manera en la cual Françoise Dolto situaba el origen de la sicosis del niño en el edipo no resuelto de los padres al explicar que los padres de los niños sicóticos habían procreado inconscientemente su hijo, no unidos, sino semejantes a ellos mismos. Y es este precisamente el caso de Eva que, al concebir imaginariamente a Caín con IHVH, le procrea con el que representa, para ella, como para Adán, su padre y su madre. » (Ibíd.)
Y evoca Dumas, para nosotros, padres de hoy, las distintas formas en que muchas parejas conciben a los hijos: «la concepción mental de los seres humanos descansa entonces en motivaciones parentales que, más o menos inconscientes, están en el origen de los problemas por los que se nos consulta.» (Ibíd.).
¿Cuáles son esas motivaciones de las parejas para procrear hijos? Dumas afirma: «Existen, por ejemplo, los niños concebidos para aferrarse a un hombre; los que llegan para evitar una separación o forzar un matrimonio. Las mujeres, al saber que los hombres son a menudo más fieles a sus hijos que a ellas mismas, no es raro que traten de retenerles con un embarazo. Ahora bien, como en este último caso, no es el deseo sexual sino el hijo el garante de la presencia del padre, la responsabilidad con la que su madre le carga puede ser aplastadora. Pues el día en que el padre abandone a la madre por otra mujer, el niño será considerado como el principal responsable de esa partida. Existen también los hijos sustitutos de otro hijo muerto cuyos padres no han podido realizar el duelo. Ser concebido en remplazo de un hijo muerto puede marcar toda la existencia. Este ha sido el caso de Salvador Dalí o Van Gogh.» (Pp. 96-97).
Este cuadro trazado por el sicoanalista y sicogenealogista Dumas ilustra lo que en el artículo anterior fue llamado con la frase bíblica “separar el cordero del rebaño”. El cordero son los hijos; el rebaño, los padres. Estos deben pensar primero en la salud mental del niño si no desean criar hijos sicóticos y estar continuamente donde le sicólogo o el sicoanalista: «Un número enorme de niños son procreados a través de proyectos que, inconfesados, se revelan en su origen como neurosis o sicosis que ha obligado a los progenitores a someterse a un sicoanálisis. La historia de Caín y Abel está orientada a precaverse contra ese género de cosas.» (P. 97).
Y finaliza el análisis de la simbología bíblica sobre la salud mental del niño con este colofón de Dumas: «Al atribuir así al padre la responsabilidad de dar nombre al hijo, la Biblia no subestima el papel de la mujer. El texto considera que al contrario, como la mujer ocupa un lugar capital en la construcción corporal [del niño], se corre el riesgo de hacerle olvidar que no ocurre lo mismo en el àmbito de su construcción mental.» (Ibíd.).
La cual, como se dijo, es responsabilidad exclusiva del padre.