He oído a algunos burlarse de Hipólito Mejía cada vez que expresa su orgullo de haber nacido en Gurabo. Quienes lo hacen, no conocen lo que es Gurabo. O lo que fue. Gurabo entró temprano en nuestra historia. Fue cuna de innumerables figuras notorias de la misma. Y muestra de los valores que una vez nos caracterizaron y que hoy, lamentablemente, hemos perdido. Como gurabero que soy – de lo cual también me enorgullezco más allá de las burlas– quisiera dar a conocer algunos datos y compartir algunas reflexiones sobre los valores que caracterizaron a sus habitantes.

Ya en 1515, el licenciado Lucas Vásquez d’Ayllón, militar, adelantado, explorador y Oidor de la Real Audiencia durante el gobierno de Nicolás de Ovando, tenía una estancia en Guaurabo (topónimo original, de origen indígena). Es de suponerse que Vásquez d’Ayllón adquirió esta propiedad en razón de su importancia política y de la cercanía de esta al primer asentamiento de Santiago, en la vecina Jacagua.

Gurabo fue, como otras comarcas cercanas, víctima de las invasiones de nuestros vecinos occidentales: primero, de las de los franceses, como las de Delisle y Decussy, y luego las de los haitianos. En el primer caso, participó en acciones de retaliación, como en la batalla de la Sabana Real o de la Limonade, a la que envió compañías de lanceros de a pie. En el segundo, militares guraberos participaron de manera decidida en las batallas de Santiago, Beller y Sabana Larga. De igual manera, combatieron contra los déspotas de la Primera República, como en la revolución de 1857, contra el gobierno dictatorial de Báez.

Llegada la anexión a España muchos militares de carrera guraberos pasaron a servir a la bandera española. Hay que reconocer que la hispanofilia gurabera fue tan intensa como su haitianofobia. Adriano López Morillo, un militar español que combatió en las guerras de Restauración escribió que  “en Gurabo y en La Sierra fue donde tuvimos a nuestros más leales amigos". La explicación de este hecho tal vez resida en el perfil demográfico de Gurabo: una parte importante de su población había inmigrado desde las islas Canarias el siglo anterior. Su identidad con la Madre Patria se mantenía, al parecer, intacta. Dicho esto, hay que agregar que también las filas restauradoras contaron con guraberos entre sus soldados y colaboradores: muchos hacendados aportaron dinero, reses, plátanos, arroz, café, tabaco y azúcar a la causa restauradora.

Durante la época de “Concho Primo” y, posteriormente, la era de Trujillo, los guraberos, al igual que el resto de los dominicanos, estuvieron divididos entre los bandos contrincantes. Así, algunos fueron “bolos” y otros “rabudos”. Así unos fueron trujillistas y otros opositores.

En esta larga participación política se destacaron figuras tales como los generales Rafael Gómez, Domingo Hernández y Ángel Reyes y el hacendado José Ramón Domínguez, durante las guerras de Independencia y de Restauración; el general Simón Díaz fue uno de los cabecillas del golpe de estado a Horacio Vásquez que precedió el ascenso al poder de Trujillo (quien trató, en vano, de tenderle luego una emboscada);  Rubén Díaz Moreno formó parte de los mártires que encabezó Manolo Tavárez Justo y su hermano Edmundo moriría en San Francisco de Macorís en 1965.

Los guraberos cultivaron  con éxito el café, el cacao, el tabaco y la caña de azúcar. Una muestra de la bonanza económica consecuencia de su marcado amor al trabajo la da Pedro M. Archambault, quien dice que "la caballería estaba constituida por gente trajeada, pues no iba rota ni descalza como la infantería […] por lo regular usaba chaqueta de paño azul especialmente la de Gurabo […] donde todos eran hacendados”. Al prestigio económico se agregaba el social. Los hacendados guraberos se codearon con la oligarquía nacional. Así, el presidente Juan Isidro Jimenes y el médico Alejandro Llenas se casaron con dos de las hijas del terrateniente José Ramón Dominguez.

La valentía de los guraberos fue legendaria. En efecto, Hipolito Mejía no fue ni el primer ni el único “guapo de Gurabo”. De los guraberos dijo Archambault que “su personal de buena índole tenía fama de bravo…" Y Lopez Morillo habla de “los valientes gurabeños (sic)”. Acaso no sea una coincidencia que el patrono de Gurabo sea San Bartolomé, el “santo del cuchillo”. Esta valentía es muestra, me parece, de un alto sentimiento de honor, valía y dignidad.

Otra de las características del Gurabo de antaño fue su solidaridad comunitaria. Pedro Francisco Bonó escribió en 1867 que "hay secciones rurales como Gurabo  […] que tienen más población y riquezas que algunas comunes, y donde los fundos agrupados permiten, como a veces los vecinos lo han hecho a su costa, establecer escuelas primarias sin el menor incoveniente". Y añade que "ninguna otra de las comunes de la provincia de Santiago, Sabaneta, Montecristi,  San José de las Matas ni Dajabón tienen escuelas".

Pero hablo del Gurabo que fue, del que ya no existe. La ausencia de una política urbanística permitió que barrios enteros se implantaran donde antes hubo cultivos. La ley del menor esfuerzo sustituyó al tesón (¿Para qué trabajar los conucos si motoconchar es más fácil?). Su identidad comunitaria se esfumó cuando se convirtió en un barrio más de Santiago. Y con su identidad desapareció su solidaridad y su capacidad de iniciativas cívicas. Salvo escasas excepciones.

Hipólito Mejía es un reducto de ese Gurabo que se fue. Siente, al igual que yo, creo, una profunda nostalgia por el mismo. Y esta nostalgia es legítima, pues es el único antídoto contra el olvido. Recordar lo que fuimos es imprescindible para que lo volvamos a ser. Por eso es necesario que cada dominicano rescate del olvido los recuerdos de sus terruños. Y que se enorgullezca de los mismos. Y que haga suyos sus valores.