El transfuguismo, vocablo que define la práctica de pasar de un partido a otro por conveniencias personales, ha sido uno de los vicios más perniciosos de la política dominicana. Y como uno de tantos legados de nuestra debilidad institucional, se entiende que el legislador tratara de subsanar estableciendo una disposición en la Ley de Partidos que prohíbe a quien haya sido precandidato de una organización aspirar a cargo electivo alguno por otra en un mismo evento electoral. Si se aplicara con rigor el dispositivo de la ley, el expresidente Leonel Fernández tendría que esperar la campaña del 2024 para presentarse de nuevo como opción presidencial.
Pero como dice el refrán quien hizo la ley hizo la trampa, el precepto no se le aplicará. La Junta Central Electoral, a la que Fernández acusó ante el Tribunal Superior Electoral de un fraude en su contra, desliz que anoche trató de rectificar desvinculando al órgano de la supuesta trama, tiene potestad para rechazar su candidatura. Pero es casi seguro que no lo hará porque tal decisión, por más que esté ajustada a la ley, será impugnada y algún tribunal fallará en favor del dirigente político. Todos saben que su salida del certamen tendría más repercusiones negativas sobre el proceso por más que se empeñe en obstaculizarlo si permaneciera dentro de él.
De todas maneras, su presencia en la competencia por la Presidencia de la República agrega novedades interesantes al debate, como su aparente conversión y reiterado convencimiento de superioridad sobre sus contrarios. “Superioridad” guiada esta vez por “el espíritu divino”, con el cual, de la cima de un partido que lo catapultó tres veces a la Presidencia de la República, llegó a una minúscula agrupación que cambió de nombre por sus iniciales, supuesta ahora a abandonar el ateísmo para acogerse a la transformación espiritual que enseñara el líder la noche del domingo en un discurso.