ALGO EXTRAÑO les sucede a los jefes retirados del Servicio de Seguridad de Israel, el Shin Bet.

El servicio es, por definición, un pilar central de la ocupación israelí. Es admirado por los (judíos) israelíes, temido por los palestinos, respetado por los profesionales de la seguridad en todas partes. La ocupación no podría existir sin ella.

Y aquí está la paradoja: una vez que los jefes del servicio dejan sus puestos de trabajo, se convierten en portavoces de la paz. ¿Cómo es posible?

En realidad, hay una explicación lógica. Los agentes del Shin Bet son la única parte del establecimiento que entra en contacto real, directo, todos los días con la realidad palestina. Ellos interrogan a sospechosos palestinos, los torturan, tratan de convertirlos en informantes. Recogen información, penetran en las partes más remotas de la sociedad palestina. Ellos saben más sobre los palestinos que nadie en Israel (y tal vez en Palestina, también).

Los inteligentes entre ellos (los oficiales de inteligencia de hecho pueden ser inteligentes, y a menudo son) también piensan sobre lo que llegan a conocer. Arriban a conclusiones que evaden muchos políticos: que nos enfrentamos con una nación palestina, que esta nación no va a desaparecer, que los palestinos quieren un Estado propio, que la única solución al conflicto es un estado palestino junto a Israel.

Y así vemos un fenómeno extraño: al salir del servicio, los jefes del Shin Bet, uno tras otro, se convierten en francos defensores de la "solución de dos estados".

Lo mismo ocurre con los jefes del Mossad, el servicio de inteligencia exterior de Israel.

Su trabajo principal es luchar contra los árabes en general, y los palestinos en particular. Sin embargo, en el momento en que salen del servicio, se convierten en defensores de la solución de dos estados, en contradicción directa con la política del primer ministro y su Gobierno.

TODO EL personal de los dos servicios secretos es, pues, secreto. Todos, excepto los jefes.

(Este es mi logro. Cuando yo era un miembro del parlamento (Knesset), presenté un proyecto de ley que estipulaba que el nombre de los jefes de servicio se hiciera público. Se rechazó el proyecto de ley, por supuesto, al igual que todas mis propuestas, pero poco después el Primer Ministro decretó que los nombres de los jefes, de hecho, se hacen públicos.)

Hace algún tiempo, la televisión israelí mostró un documental llamado Los porteros, en el que se les preguntó a todos los antiguos jefes vivos del Shin-Bet y el Mossad sobre las soluciones al conflicto.

Todos ellos, con diferentes niveles de intensidad, abogaron por la paz basada en la “solución de dos estados”. Ellos expresaron su opinión de que no habrá paz hasta que los palestinos alcancen un estado nacional propio.

En ese momento, Tamir Pardo era el jefe del Mossad y no podía expresar sus opiniones. Sin embargo, desde principios de 2016, es de nuevo una persona privada. Esta semana abrió la boca en público por primera vez.

Como su nombre sugiere, Pardo es un judío sefardí, nacido hace 63 años en Jerusalén. Su familia vino de Turquía, donde muchos judíos encontraron refugio después de la expulsión de España hace 525 años. Por lo que no pertenece a la “élite askenazí” tan detestado por la parte “Oriental” de la sociedad judía-israelí.

El punto principal de Pardo era una advertencia: Israel se está acercando a una situación de guerra civil. Aún no estamos ahí, dijo, pero nos estamos acercando rápidamente.

Esta, según él, es ahora la principal amenaza que enfrenta Israel. De hecho, afirmó que esta es la única amenaza que queda. Esta declaración significa que el hasta hace poco jefe del Mossad no ve ninguna amenaza militar a Israel −ni de Irán ni de Daesh (ISIS) ni de nadie más−. Este es un desafío directo a la tabla principal de la política de Netanyahu: que Israel está rodeado de enemigos peligrosos y amenazas mortales.

Pero Pardo ve una amenaza que es mucho más peligrosa: la división dentro de la sociedad judía de Israel. No tenemos un oído civil –todavía−. Sin embargo, “nos estamos acercando rápidamente a ella”.

¿GUERRA CIVIL entre quién? La respuesta habitual es: entre “derecha” e “izquierda”.

Como ya he comentado antes, derecha e izquierda en Israel no significan lo mismo que en el resto del mundo. En Inglaterra, Francia y EE.UU., la división entre izquierda y derecha tiene que ver con preocupaciones sociales y asuntos económicos.

En Israel, también tenemos una gran cantidad de problemas socioeconómicos, por supuesto. Pero la división entre “izquierda” y “derecha” en Israel se refiere casi exclusivamente a la paz y la ocupación. Si uno quiere un final de la ocupación y la paz con los palestinos, uno es “izquierdista”. Si uno quiere la anexión de los territorios ocupados y ampliar los asentamientos, es un “derechista”.

Pero sospecho que Pardo se refiere a una ruptura mucho más profunda, sin decirlo explícitamente: la brecha entre los judíos europeos (“Ashkenazim”) y los “orientales” (“Mizrahim”). La comunidad “sefardí” (“española”) a la que pertenece Pardo, es vista como parte de los orientales.

Lo que hace este distanciamiento tan potencialmente peligroso, y explica la advertencia directa de Pardo, es el hecho de que la inmensa mayoría de los orientales son de “derecha”, nacionalista y al menos ligeramente religiosa, mientras que la mayoría de los askenazíes son de “izquierda”, más orientados a la paz y seculares. Dado que los askenazíes también están, en general, social y económicamente mejor situados que los orientales, la grieta es profunda.

Cuando Pardo nació (1953), aquellos de nosotros que ya estábamos conscientes del comienzo de la grieta se consolaban con la creencia de que se trataba de una fase pasajera. Una grieta como esa es comprensible después de una inmigración masiva, pero el “crisol” iba a hacer su trabajo, el matrimonio mixto ayudaría y después de una o dos generaciones todo el asunto  desaparecería, y no se volvería a ver.

Pero eso no sucedió. Muy por el contrario, la brecha se está profundizando aceleradamente. Los signos de odio mutuo son cada vez más evidentes. El discurso público está lleno de ellos. Los políticos, especialmente los de derecha, fundamentan sus carreras en la incitación sectaria, dirigidos por el mayor instigador de todo: Netanyahu.

Los matrimonios mixtos no ayudan. Lo que ocurre es que los hijos e hijas de parejas mixtas suelen optar por uno de los dos lados, y se vuelven extremistas de esa posición.

Un síntoma casi cómico es que la derecha, que ha estado en el poder (con breves interrupciones) desde 1977, se sigue comportando como una minoría oprimida y culpa a las “viejas élites” de todos sus males. Esto no es del todo ridículo porque las “viejas élites” siguen siendo preponderantes en la economía, los medios de comunicación, los tribunales y las artes.

El antagonismo mutuo está aumentando. El propio Pardo ofrece un ejemplo alarmante: su advertencia no provocó ninguna tormenta. Pasó casi desapercibido: no fue más que un breve artículo en las noticias de televisión, una breve mención en las páginas interiores de la prensa escrita, y eso es todo. No vale la pena alterarse. ¿O sí?

UNO DE los síntomas que puede haber asustado a Pardo es que la única fuerza unificadora de los judíos en el país −el Ejército− también está siendo víctima de la grieta.

El ejército israelí nació mucho antes de que Israel, en la clandestinidad  por la independencia, que tenía su base los kibbutzim socialistas askenazíes. Las huellas de ese pasado siguen siendo notables en los niveles superiores. Los generales son en su mayoría askenazíes.

Esto puede explicar el extraño hecho de que 43 años después de la última guerra real (la guerra del Yom Kipur de 1973), y 49 años después de que el ejército se convirtiera principalmente en una policía colonial, el comando del ejército sigue siendo más moderado que la clase política.

Pero desde abajo está surgiendo otro ejército, un ejército en el cual muchos oficiales inferiores usan kipá, un ejército cuyos reclutas nuevos crecieron en hogares como el de Elor Azariya  y fueron educados en el sistema escolar israelí nacionalista que produjo a Azariya.

El juicio militar de Azariya sigue desgarrando a Israel varios meses después de su inicio y meses antes de que concluya en un veredicto. Azariya, como se recordará, es el sargento que mató a tiros a un atacante árabe gravemente herido, que ya estaba tendido en el suelo, sin poder hacer nada.

Día tras día, este asunto agita al país. El mando del ejército está amenazado por lo que ya se acerca a un motín generalizado. El nuevo ministro de Defensa, el colono Avigdor Lieberman, apoya abiertamente al soldado contra su jefe de personal, mientras que Benjamín Netanyahu, un cobarde político como de costumbre, respalda a ambas partes.

Este juicio hace tiempo dejó de tener que ver con una cuestión moral o disciplinaria, y se ha convertido en una parte de la profunda fisura que está separando a la sociedad israelí. La imagen del asesino de aspecto infantil, con su madre sentada detrás de él en el tribunal, acariciándolo,  se ha convertido en el símbolo de la amenazadora guerra civil de la que Pardo habla.

MUCHOS ISRAELÍES ya han comenzado a hablar de “dos sociedades judías en Israel”, y algunos incluso hablan de “dos pueblos judíos” dentro de la nación judía israelí.

¿Que los mantiene unidos?

El conflicto, por supuesto. La ocupación. El perpetuo estado de guerra.

Yitzhak Frankenthal, un padre desconsolado y un pilar de las fuerzas israelíes de la paz, ha llegado con una iluminadora fórmula: no se trata de que el conflicto árabe-israelí se le haya impuesto a Israel. Más bien, es a la inversa: Israel mantiene el conflicto, porque necesita el conflicto por su propia existencia.

Esto podría explicar la ocupación sin fin. Se ajusta bien a la teoría de Pardo de la guerra civil que se aproxima. Sólo el sentido de unidad creado por el conflicto puede evitarla.

Se trata de conflicto o paz.