El circo mediático concentra toda la atención en la figura del payaso-malabarista. El presidente tuitero lanza mentiras e insultos al aire, manteniendo al mundo en ascuas y desviando el enfoque de los temas nodales a los de su conveniencia puntual. Como corolario, su constante embate ha revitalizado a muchos medios que él ha maliciosamente bautizado con el epíteto de “FAKE NEWS”, porque exponen a diario sus bribonerías de mal gusto.
Aunque circulan vaticinios de que por diversos motivos el presidente Trump no concluirá sus cuatro años de mandato constitucional, a pocas personas preocupa el carácter de su sustituto. El vicepresidente no se conduce como comediante trasnochado ni ataca alegremente a los que no concuerdan con sus ideas. Mantiene la ecuanimidad y se expresa con cortesía. Cuando fue objeto de un sermón de parte del elenco del musical de Broadway, “Hamilton”, durante la transición en noviembre, escuchó a los actores con respeto y sin posteriormente hacer escándalo. Mientras Trump atacaba con tuits a la compañía teatral “sobrevalorada” y demandaba una disculpa, Pence minimizó el incidente asegurando que había captado el mensaje sobre la diversidad y la unión, insistiendo en que Trump “se está preparando para ser el presidente de todos los estadounidenses”. En esa ocasión. Pence se comportó como el escudero caballeroso limpiando la inmundicia de su amo, y ha seguido haciendo igual en múltiples ocasiones posteriores.
En público Pence exhibe un comportamiento muy correcto: desde su vida familiar hasta su corte de pelo contrastan con el libertinaje y la greña del presidente. Al lado de Trump, Pence parece un inocente monaguillo. Su estilo pausado y vocabulario pulido son como un bálsamo después de la violencia de gestos y verborrea de su líder. La imagen pública de Pence es la de un estadista, y de hecho ha viajado a Europa a calmar los ánimos de los aliados que desconfían de la bufonería y el desparpajo de su jefe. Tiene por encomienda acudir como bombero a controlar los efectos del discurso incendiario de Trump, y para contener el daño interpreta con sentido acomodaticio sus tuits. Aparenta ser un digno bateador emergente, listo para ir al plato en caso de faltar el tuitero mayor, sin dar indicios de que pretende desplazar al titular a destiempo.
En efecto, por su comportamiento mesurado, Pence inspira confianza, mientras que Trump provoca sospechas por su conducta errática. Si todo lo que dice y hace Trump pasa automáticamente a ser cuestionado y verificado, las declaraciones de su vicepresidente no son inmediatamente sospechosas. Cuando Trump miente, aunque algunos ciudadanos creen sus mentiras, de inmediato muchas personas sabemos a ciencia cierta que son embustes, y siempre es denunciado por periodistas de fuste. Cuando Pence miente- y sin dudas lo hace, aunque no sabemos con qué frecuencia- generalmente pasa desapercibido. Solamente en algunos casos importantes sus embustes han sido expuestos por acuciosos reporteros e investigadores. Precisamente por eso es tan peligroso su abuso de la mentira para encubrir acciones deleznables.
Un ejemplo de la peligrosidad de las mentiras del vicepresidente es el caso de su encubrimiento de las acciones del asesor de seguridad presidencial, ex general Mike Flynn. El 15 de enero 2017 ante las cámaras de televisión Pence declaró tajantemente que el equipo de Trump no había tenido contacto con los rusos durante la campaña electoral y la transición. Alegó que toda la noticia sobre ese tema era una embestida maliciosa de la oposición para restar legitimidad al gobierno de Trump. En ese momento negó tajantemente el contacto con el embajador ruso, sin decir que su supuesta fuente había sido el propio Flynn. Posteriormente Pence fingió sentirse molesto, alegando que el asesor presidencial de seguridad le había mentido al negarle que hubiera hablado con el embajador ruso. Pero resulta que la procuradora fiscal adjunta Sally Yates había advertido al equipo de Trump sobre las llamadas de Flynn antes de la inauguración, y de nuevo en la Casa Blanca a finales de enero 2017 con detalles y pruebas, sin que se tomaran medidas contra el asesor de seguridad. Solo unas semanas después, cuando el escandalo salió a la luz pública con la confirmación de que Flynn había incluso conversado sobre las nuevas sanciones de Obama a Rusia por la intervención durante las elecciones, Trump pidió la renuncia de su asesor de seguridad. Pence sabía todo el tiempo el secreto sobre las conversaciones de Flynn con el embajador ruso, como es muy probable que conozca de los otros contactos del equipo con los rusos, sin decir nada. Además, no hizo nada al respecto hasta que el escándalo estalló en los medios. Pence miente, y no sobre un asunto baladí, sino para encubrir a un potencial traidor a la patria y para no confesar su propia complicidad.
Pero el hallazgo que prueba la mendacidad disimulada de Pence es la revelación de que Flynn había aceptado 535,000 dólares para cabildear por los intereses del dictador turco, Erdogan, vía una empresa de carpeta holandesa, propiedad de un colaborador del gobierno turco. Confirmado públicamente este hecho en marzo al Flynn registrarse tardíamente como lobista en Washington, periodistas preguntaron a Pence sobre este nuevo escándalo. Inmutable, el vicepresidente negó rotundamente conocimiento previo del asunto. Según Pence, se había enterado recientemente por la prensa. Sin embargo, el entonces vicepresidente electo había recibido una explícita carta del diputado Elijah Cummings dirigida a él como director del equipo de transición, fechada 18 de noviembre 2016, advirtiendo sobre el conflicto de interés de Flynn al trabajar como cabildero de la dictadura turca en Washington, pues en ese momento ya se rumoraba su próximo nombramiento al alto cargo en la Casa Blanca. Una carta oficial como la del prominente legislador difícilmente se olvida o ignora, por lo que el embuste es flagrante. Pence ha utilizado no solo evasivas sino mentiras manifiestas para encubrir actuaciones deleznables- si no delictivas- en más de una ocasión. Pence engaña tanto para salvar el pellejo propio como los pescuezos de su jefe y cercanos colaborares.
Aunque generalmente los medios siguen concentrados en las charlatanerías del trolero mayor y seguimos embobados por la recta apariencia de Pence, al menos algunos reporteros y comentaristas empiezan a prestar atención a las falsedades del bateador emergente. Es evidente que no se puede confiar en Pence tampoco, y que sus mentiras veladas son potencialmente más peligrosas que las groserías y hechos alternativos de su capitán, sobre todo si nos agarran desprevenidos. Por nuestra parte seguimos atentos a las simulaciones del vicepresidente, pues hace meses que Bob Satawake había advertido que Pence no es el monaguillo que parece ser. Guerra avisada no mata a soldado.
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