Ajá, ahora resulta y viene a ser que el Papa Francisco, máximo representante de Dios en la tierra en estos momentos dice, afirma y se destapa de un fuetazo, declarando ante el asombro y la estupefacción de muchos fieles católicos, que el infierno no existe. Al menos, el infierno tradicional de interpretación humana y como castigo divino que durante siglos nos lo han vendido esos señores con sotana desde los púlpitos de las iglesias, en los colegios y todos los lugares posibles.

Se acabó con ese lugar donde por sus pecados uno iba por toda la eternidad a sufrir penas horribles a manos de unos demonios representados en imágenes de libros y catecismos por unos señores de color rojo, en un ambiente de azufre quemado, con barbas de chivo, con cuernos, medio cuerpo humano y el otro medio de cabra, a lo sátiro, con unos tridentes pinchando y torturando a los condenados mientras se sancochaban en una caldera con aceite hirviendo.

Uff, que alivio deben sentir muchos creyentes que han vivido y viven acongojados con ese terrible flagelo en sus conciencias por sus faltas y pecados. Ya era hora de que a estas alturas en el siglo XXI alguien de la Iglesia con dos dedos de frente pusiera las cosas un poco más en orden.

Durante más de dos mil años, la humanidad católica compuesta por cientos o miles de millones de creyentes han venido soportando el temor máximo del infierno, y  los sacerdotes, obispos, cardenales y papas se han aprovechado en todos los sentidos de este miedo sacro. Desde obtener ganancias descaradas por sacar del infierno a cualquier familiar o amigo por una cuota de dinero que se abonara como hacían en la edad media, o el perdón total de los pecados -recordemos las bulas- cometidos, es decir un vulgar negocio de compra y venta que ha perdurado hasta nuestros días.

O de instrumento de sumisión por las amenazas de condena eterna inculcado desde bien pequeños y hasta los últimos días de la vida, si no se cumplían las leyes y preceptos religiosos. Una de las principales reticencias del rey Enrique VIII para adoptar la nuevo culto en Inglaterra era el miedo a ir al infierno por toda la eternidad al separarse de Roma. Entre el deseo carnal por la Ana Bolena y las intrigas e intereses de otros, laicos y religiosos, pudieron convencerlo, aunque no fue tarea fácil.

El Papa Francisco, dice en estos momentos que las almas creyentes contemplarán a Dios, y las pecadoras simplemente desaparecerán puesto que el infierno no existe. Tendrán que venir otras muchas explicaciones para los creyentes de a pie.

¿Entonces, los demonios o los diablos existen o no, como fuñidores infatigables en su oficio de tentar a las personas? ¿Si no hay infierno qué papel juegan ahora?  ¿Qué pasó entonces con Lucifer? ¿Dónde fue a parar? ¿ Si no fue al infierno, desapareció? ¿Por qué se ha tardado tanto en entender que el infierno no existe? ¿Le harán caso a Francisco los pontífices qué le sucedan?

Estas declaraciones del Papa Francisco con tanta trascendencia parecen haber tenido poca repercusión hasta el momento entre los feligreses. Suponemos que aceptar un cambio tan drástico de ser a no ser tardará un cierto tiempo en asimilarse. De momento y para algunos debe ser una buena noticia. Uff, sacarse un pesadísimo y quemante infierno de encima ¡qué alivio!