El guardia Manuel Emilio Báez se había sublevado en la sierra del Baoruco, en el área de Pedernales, y muchos pensaron que se trataba un cacique taíno Enriquillo resucitado. Año 1952.

El runruneo era cada vez más intenso. Un desafío al “Jefe” no era común. Menos de un simple guardia en el suroeste de la frontera dominico-haitiana. El brazo terrorífico del tirano Trujillo (1930-1961) trascendía los límites nacionales; tanto que influía en las decisiones de Haití y era capaz atentar contra presidentes de otros países, como lo haría cuatro años después, 12 de marzo de 1956, cuando dispuso usar un avión dominicano para viajar a Nueva York con esbirros a bordo, para raptar, traer al país y desaparecer  al periodista español, catedrático de la Universidad de Columbia, Jesús de Galíndez, solo por publicar el libro La era de Trujillo. http://vanguardiadelpueblo.do/1956/03/12/agentes-de-la-dictadura-de-trujillo-secuestran-en-nueva-york-jesus-de-galindez/. O el atentado, la mañana del 24 de 1960, contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt. http://hoy.com.do/el-dia-que-el-dictador-trujillo-intento-matar-a-betancourt/.

DESESPERANZA

Nada era imposible si salía de los caprichos malévolos del tirano.

La corredera militar hacia la montaña preñada de pinos erguidos era “masiva”. Había que ubicarle hasta debajo de la tierra. El mandato no dejaba brecha a la duda. Pero el guardia –se creía–, no solo era diestro en el manejo de la estrategia, sino poseedor de dotes divinos para esfumarse desde las manos de sus perseguidores, que buenas intenciones no tenían.

No resultaba tan fácil sobrevivir mucho tiempo allá arriba. De noche, sobre todo, las temperaturas bajan mucho, hasta menos de cinco grados, y los pinos emiten un sonido tétrico que se agrava con la oscuridad y el coro desafinado de insectos y mamíferos que tienen aquel sitio escabroso como hábitat. El montón de guardias que tenía el encargo de la captura esperaba que el ambiente hostil obligara a la rendición en el menor tiempo posible. Mala idea. Báez se crecía con las horas. Balas y balas, y nada. Dicen que le resbalaban.

Pedernales seguía en tensión. Los guardias subían y bajaban sudorosos. El rumoreo se intensificaba. Los pedernalenses se preguntaban: ¿Resistirá?

Habían pasado 30 horas de asedio, sin respiro, cuando el insurrecto optó por entregarse a sus pares.

La versión oficial destacaba que al guardia  Manuel Emilio Báez se le habían acabado las balas y bajaba sigiloso hacia la fortaleza para reabastecerse, pero fue sorprendido y herido en el vientre.

La versión no oficial resaltaba que, desangrándose, en plena fortaleza, fue interrogado y torturado frente a la tropa “para que aprenda la lección”. Y que el militar nunca tuvo la intención de herir a sus compañeros.

En el Pedernales de aquellas décadas de sangre aún queda la bruma sobre las causas de la llegada del guardia Báez. Unos dicen que huía tras matar a dos mujeres; otros, que lo habían enviado de castigo a la frontera, por “desafección al régimen”. Y que, al oler que lo eliminarían, cogió su fusil Mauser y se encaramó en las “escarpadas montañas” del Baoruco. Sea lo que sea, lo eliminaron.

Nadie podía con el “Jefe, Benefactor de la Patria, Padre de la Patria Nueva, Generalísimo Invicto de los Ejércitos Dominicanos, Rafael Leónidas Trujillo “Chapita” Molina. Nadie. Hasta que el 30 de mayo de 1961 le llegó su hora.     

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