Es difícil ahora precisar cuándo y cómo se fue formando lo que luego sería conocido como El grupo literario del Cibao. Realmente no había un núcleo central ni un asiento fijo en algún lugar, eran encuentros de escritores libres que nunca censuramos a nadie por su ideología o sus preferencias, pero gracias a esa libertad cada quien pudo, conforme a sus fuerzas, intentar ser originales.

Ciertamente, si algo distinguió aquel movimiento cuasi espontáneo fue la tolerancia de los mayores frente a las aventuras de los más jóvenes, escuchando sus producciones y haciéndoles críticas o comentarios edificantes. Hago hincapié en la libertad absoluta de los creadores por ser algo de lo que soy adicto defensor, de ahí que todos fuéramos diferentes y que nadie tratara de imitar a otros o seguir sus corrientes. La literatura como todo arte es un mundo de solitarios. Es en soledad como se ha creado siempre. Respeto los talleres y los grupos afines, pero en nuestro Grupo del Cibao estabamos bien abierto: A nuestros actos concurría un pueblo ávido entonces de novedades y poroso para recibir el verso o las prosas, que se entusiasmaba con las metáforas como si fuese un manjar del cielo. Todavía la palabra poeta tenía resplandores en este país, de modo que había algo que se ha perdido totalmente en estos tiempos, que era el "ambiente social” y las ansias de saber y conocer que tenía nuestra gente: Todos los periódicos tenían suplementos culturales. Algunos decididamente literarios. Podíamos seguir la evolución de nuestra literatura en diarios, semanarios y revistas. Las emisoras radiales tenían espacios para la poesía. No había el boom actual de publicaciones. Aunque las ediciones eran mucho más baratas no teníamos dinero y muchos no considerábamos que teníamos obras dignas de ser publicadas. Le teníamos respeto al libro como un ente cuasi sagrado además de consagrador (valga el pleonasmo). Nos movía más el entusiasmo del deseo de llenar lagunas culturales, leyendo todo lo que caía en nuestras manos, y el amor a la página en blanco para llenarlas de algo que agradara a los demás o que lo consideraran valioso.
Sin embargo, nadie podrá negar que de aquellos encuentros que parecían y a veces fueron muy bohemios (en algunos inolvidables momentos comimos y bebimos haciendo literatura), se fue gestando en las provincias del país por el eco en los periódicos, obteniendo la espléndida realidad que vivimos años después.
En cuanto a su gestación y desarrollo, algunos aventuran que todo surgió luego del Primer Coloquio de Literatura Dominicana celebrado los días 26 y 27 de abril de 1969 en la entonces Universidad Madre y Maestra de Santiago (UCMM); por coincidencia el mismo día que se dio apertura al evento al que asistieron las personalidades más connotadas y los jóvenes de postguerra que luego se han distinguido en nuestras letras, apareció mi primer artículo de Turismo Literario en el cual narraba un viaje con el poeta Chery Jimenes Rivera por la Línea Noroeste. Sin olvidar que desde antes estaba empeñado en una lucha contra la apatía capitaleña frente a lo que hacíamos en provincias y mi campaña para que se reconocieran algunos talentos preteridos como Juan de Jesús Reyes el gran poeta maeño, la poetisa Melba Marrero de Munné y los viejos poetas provincianos, además de una lucha para que los suplementos, entonces muy abiertos a la poesía y el ensayo, publicaran los textos de los jóvenes.
Aparecer un poema en un suplemento literario era casi consagrador. Por lo menos repetían el nombre y nosotros íbamos por los pueblos a visitarlos y escuchar sus versos.
No me doy por ello el bombo de haber nucleado ese fervor que hubo en toda la región por la literatura. Eso no fue obra de uno solo. Fue producto de algo que estaba en el ambiente. Puede decirse que fue casi espontáneo: Un individuo que decide formarse literariamente no se improvisa de momento: Es el fruto de muchas lecturas, aspiraciones y fracasos antes de mostrar sus primeros pininos a la atención general, con la lejana esperanza de que un día digan que era un intelectual.
Como las aspiraciones de los escritores noveles era que lo leyeran yo tenía facilidades entonces en varios periódicos para presentarlos y hablar de ellos: también para viajar a sus pueblos, conocerlos e intercambiar lecturas.
En ese sentido reconozco mi papel de agitador cultural. Además por mi profesión de abogado que entonces ejercía para vivir, me movía viajando por los diversos pueblos y contactando valores. Tanto en Santiago, como en La Vega, Moca, Salcedo, San Francisco de Macorís, Bonao, más tarde por el Este y el Sur, dando a conocerlos a través de las facilidades que mis artículos me abrían, sobre todo en los ‘turismos literarios”, no niego que pude ser una especie de lazarillo para algunos.
Sin embargo, debo admitir que los verdaderos impulsos para ese renacer cultural en la región, que ahora abarca toda la geografía nacional, tuvo dos mentores: Uno que apenas se nombra: Don Héctor Incháustegui Cabral, cuya gestión en Santiago, centro de la zona, no solo con la organización de aquel evento pionero que puso en hora los relojes literarios del país, sino por el remozamiento cultural que él significó tanto personalmente como a través de las publicaciones y del rescate de valores jóvenes que se hizo. La hoy PUCMM pionera en el interior del país de una auténtica universidad, por el solo hecho de existir, por sus exigencias académicas, por la formación que hizo de profesores que se especializaron fuera del país en humanidades, sobre todo por la publicación de la obra de Alberto Baeza Flores que generosamente mencionaba a muchos de esos jóvenes que surgían, comentando sus textos, sin duda alguna, aquel centro de estudios vino a llenar una necesidad cultural que siempre hubo y hasta entonces no tuvimos, quedando en la historia señera y airosa como el Gran Monumento Cultural y Educativo del Cibao.
Debiendo mencionar no solo a monseñor Agripino Núñez Collado, sino a monseñor Hugo Polanco Brito y naturalmente, a quien fue otro inolvidable rector: monseñor Roque Adames, que acogieron la idea de don Héctor y la llevaron a cabo.
Otro elemento importante para el auge y la importancia que tuvo el grupo fue la presencia física y el apoyo de prominentes figuras de la Poesía Sorprendida como Aída Cartagena Portalatín y Freddy Gatón Arce y la inclusión entusiasta de Juan Alberto Peña Lebrón, uno de los más importantes poetas de la Generación del 48, que era la cabeza cultural más relevante que residía en la zona.
De modo que tuvimos de primera mano, con anécdotas y textos a estos dos movimientos importantes. Freddy nos mostró la colección que conservaba de La Poesía Sorprendida haciéndonos familiares los nombres de Franklin Mieses Burgos, de Manuel Llanes, de Rafael Américo Henríquez, amén de Manuel Valerio, Manuel Rueda, Antonio Fernández Spencer, y no solo sus textos leídos con su plástica voz grave como la de un locutor clásico, sino de poetas universales. Peña Lebrón nos hablaba de sus compañeros, especialmente de Lupo Hernández Rueda, de Luis Alfredo Torres que jugó un papel estelar en la propaganda del Grupo; de Papo Vicioso, de Víctor Villegas, de Fefé Valera Benítez, a veces simplemente por su apodos familiares.
En el caso de Aída fue su presencia en Moca adonde íbamos a la casona paterna o en sus frecuentes viajes a Pimentel donde hicimos las lecturas y conocimos secretos chismes de los sorprendidos y de tutirimundachi.
En el caso de Freddy Gatón Arce, tuvimos la suerte de que el padre de doña Luz, su esposa, viviera en Pimentel, y continuamente viajara a visitarlo y se quedara por el fin de semana que aprovechábamos para leer poemas, especialmente sus últimos libros.
En Pimentel había entonces un fervor por la literatura en diversos grupos que desde 1961 se compactaron en la Sociedad Literaria Amidverza (Amigos de la verdad y la belleza, que habíamos fundado Francisco Nolasco Cordero, Elpidio Guillén Peña y yo en febrero de 1961) y en la revista del mismo nombre que desapareció después de la muerte de Trujillo. Entre otros recordamos a jóvenes entusiastas que llenaban los bares y las plazas de comentarios y lecturas literarias, entre ellos a Freddy Ortiz Landrón, Osvaldo Cepeda y Cepeda, Pedro Grullón Antigua, Mendy López Quintero, Héctor Polanco Pérez, José Joaquín Burgos, Rafael Mejía Amparo y Benigno Taveras Castro, al que se sumó Héctor Polanco Pérez. Luego residiría en nuestro pueblo Héctor Amarante y desde su llegada formó parte integral del grupo, y con él recorrimos muchos pueblos y participamos de sus coloquios.
Además, debemos señalar que la presencia de Juan José Ayuso y Eulogio Santaella animó tanto en Santiago como en Pimentel diversos encuentros. Sin olvidar las tertulias con Chery Jimenes Rivera y bien aparte con Tomás Morel, que culminaron con el encuentro en Santiago en la casa de Zaidy Zouain donde firmamos un manifiesto respaldando el pluralismo de Manuel Rueda.
Los del grupo nos reuníamos con cierta regularidad en diversos escenarios. Ofrecíamos recitales, misas líricas, conferencias.