Nunca me habían llamado gringo. Así me llamó un niño de aproximadamente ocho años cuando estaba de excursionista por el Salto El Limón, en Samaná, este 18 de febrero del 2018 con un grupo compuesto por aproximadamente 28 niños con sus respectivos padres.

El niño de esta comunidad pobre de Samaná, pareciera que ver caminar a dominicanos es algo sumamente extraño. Por la experiencia que tuve en ese día, la cual es limitada, parece que la percepción que este niño tiene sintoniza en gran medida con la realidad percibida por mí. En mi recorrido pude percatarme que eran “extranjeros” con acento francés, inglés e italiano los que hacía la excursión. Los dominicanos que encontraba en el camino eran los paisanos de la comunidad, los guías, los veía arreando los caballos donde cabalgaban los turistas, los veía caminando, como guías de camino.

La tupida y hermosa vegetación, la bella cascada de El Limón… Las comunidades y la cantidad de niños que vi me recordaron la canción de “niños color de mi tierra, con sus mismas cicatrices millonarios de lombrices”, andando desnudos por las calles. La vegetación, la pobreza de las comunidades son una estampa de los contrastes del país. Y a la vez, lo acogedora que es la gente de pueblo con los extraños. Sentía que todavía caminaba por el país de Pedro Mir.

Creo que llegué a cruzar en más de dieciocho ocasiones el rio El Limón. En algunos tramos, el río se veía limpio, en otros me dolía el corazón al ver cómo el plástico y la basura se acumulaban en él, como si éste en vez de ser río, fuera un vertedero. Justo al lado del río vimos un caballo muerto, aparentemente de un tiro en la garganta, mientras los 28 niños de la excursión se quedaban sorprendidos. Yo sabía que irremediablemente, en algún momento, toda esa basura iba a parar al mar.

¿Por qué tiran la basura en el río papá? Fue la pregunta de mi pequeña. La falta de una buena educación, la gente necesita tener una mejor educación, y a la vez necesita de un lugar seguro para poner los desperdicios. Pero a la vez le decía, el Estado tiene la responsabilidad de educar a la gente para que no tire la basura así, y también tiene que poner los medios los medios para que puedan colocar la basura en un lugar seguro. Fue lo que pude balbucear, tratando de poner algo de realidad y esperanza en su corazón. Y mientras, yo caminaba, pensaba en los impuestos que pagamos y en el número de botellas que hay (no en el río), sino empleadas en el Estado sin función útil.

Cada día trato de convencerme que, para construir futuro promisorio, el Estado tiene que cumplir con su deber, y la sociedad ha de cumplir igual con sus deberes y a la vez exigir propositivamente al Estado que se legitime en el poder cumpliendo con su deber. Dirán algunos representantes del Estado que estamos mejor que hace unos años atrás. A la vez hay que decir que nuestra aspiración es a mejorar lo que tenemos y lo que somos. No ser conformistas. Hay que aspirar al más. Cada vez estoy más convencido que para construir futuro promisorio es necesario una educación en la sensibilidad con la naturaleza y con la otra persona, la educación y la práctica en el cumplimiento de deberes y las normas que tenemos, empezando con “los de arriba”, como diría mi padre, son ingredientes fundamentales para un mejor mundo. Un mejor país y un mejor mundo no se construyen al azar. Cada país, este país en particular, necesita de líderes ejemplares, no líderes que tomen decisiones sólo tomando como parámetro la propia conveniencia, y el arribismo.

Es preciso que los dominicanos de todos los sectores podamos conocer nuestro país, más allá de los centros comerciales y de los resorts. Es preciso que las comunidades puedan mejorar su nivel de vida educativo y económico para que exista mayor integración social, que se encuentren en un sistema que genere inclusiones, no exclusiones. Es preciso que el Estado pueda promover políticas públicas que fomenten la equidad, no el despilfarro y el clientelismo. Es preciso caminar por el mundo y conocerle, como seres glocales que somos o aspiramos ser, para desde esa visión de glocalidad exigir lo que queremos, amar lo que tenemos, y cuidarlo, sin importar nacionalidades. Al fin y al cabo, la nacionalidad es un constructo social ya que primigeniamente somos ciudadanos de la propia Tierra.