Nunca he sido gremialista, me he privado de organizar huelgas y formular demandas. Sin embargo, mantengo membresía en algunos colegios médicos y observo su funcionamiento, y cómo contrasta con el del Colegio Médico Dominicano. Me confunde la  verdadera naturaleza y propósito de este colectivo.  Sobre  esa ambigüedad  he escrito y concluido: es un gremio, no  un colegio.

Como gremio, busca reivindicaciones laborales para sus afiliados. Somos testigos de ello en este interminable conflicto que mantienen con el Estado. En el desacuerdo, el  sindicato reconoce al Estado como empleador y a sus afiliados como  empleados con  derecho a huelga. Como tales, negocian.

Pide lo Justo el gremio: aumento salarial y mejores condiciones de trabajo en los hospitales. Buenas causa por la que luchar, pues al final, bien remunerados y en un ambiente laboral óptimo beneficiarán al paciente; razón última de cualquier  acto médico, y quienes tendrían que ser los ganadores de estas crispadas conversaciones. 

No debemos olvidar, sin embargo, que todo empleador vela por la debida actuación de sus empleados, asegurándose de elaborar el mejor producto posible para satisfacción del cliente, el paciente en esta ocasión. En el caso que nos concierne, los galenos, empleados, deben ejercer con eficacia y tiempo cumpliendo reglamentos de la empresa (Secretaría de Salud). El dominicano desearía imaginarse que empleador y empleado persiguen un mismo resultado: mejorar los servicios estatales de salud.

Por un lado, se demanda aumento salarial  y, por el otro,  horas extras  de trabajo.  Desconozco si los colegas  han ofrecido otras cosas a cambio de sus reclamos, ni si las autoridades piden algo más que un tiempo adicional. Quizás  ya acordaron una mejor disciplina y mayor profesionalidad en los hospitales, e incrementar de mutuo acuerdo normativas éticas y educativas para quienes allí ejercen. Es una interrogante de la que no se habla ni se escribe. ¿Están escritos esos acápites en los  acuerdos?

El fiasco seria que sólo se trate de trabajar y pagar más. De ser así, ni el gremio ni la Secretaria de Salud asumen sus verdaderos deberes;  ninguna transformación estructural puede esperarse de un cheque jugoso o de tandas extendidas. “Otro gallo cantaría”, no cabe duda, si la agrupación médica ofreciera a su empleador  medidas conducentes a mejorar la “praxis”, y si el Estado reclamase el cumplimiento de reglas que eleven el rendimiento y la capacidad de quienes cuidan a los pacientes de la sanidad pública. Ese sería un doblete constructivo y transformador.

Puede que ese acuerdo, fruto de tantas discusiones, esté escrito repleto de dignidad y trascendencia. Pero el  dominicano no lo sabe. Debería saberlo. De no enterarse, las partes corren el riesgo de acabar ninguneadas y desprestigiadas por la población.

La Ministra de Salud es una funcionaria ejemplar de probada capacidad y eficiencia, ha sido una experimentada gremialista. De frente tiene a  un aguerrido y sagaz dirigente sindical defendiendo el bienestar de sus agremiados. Estoy convencido de que ninguno de los dos, ni sus consejeros, pueden conformarse con un par de demandas dirigida a una paz política. Confío leer muchas exigencias de ambas partes en los pliegos resultantes del enfrentamiento. Y que el país también las lea.