La pasada semana, la directora general de INTRANT, ingeniera Claudia Franchesca de los Santos, informó que entre los objetivos que se ha planteado ese organismo figura sacar los conchos de las vías públicas para sustituir ese obsoleto, costoso, ineficiente, incómodo y riesgoso método de transporte de pasajeros, totalmente inapropiado para una urbe de la extensión y población de la ciudad capital, por un moderno sistema de transporte colectivo.
Pocos días antes, se había producido otro anuncio de la propia funcionaria, señalando que el organismo que dirige tiene como una de sus metas principales, la reorganización y regulación del moto-concho, y en general, de los más de dos millones de motores que circulan en el país.
Involucrados en casi las dos terceras partes de los accidentes vehiculares y la gran cantidad de víctimas que provocan, más de la mitad de los motores circula sin placas y sin seguro; muchos se encuentran en pésimas condiciones mecánicas y cientos de miles de motoristas carecen de licencia. Una conducción temeraria y altamente riesgosa, la violación constante de todas las normas de tránsito y el transportar tres, cuatro y hasta cinco pasajeros, incluyendo niños de brazos, sin la menor protección, completan tan caótico cuadro. Tratar de ordenarlo será el más trabajoso reto que enfrentará el INTRANT.
Ahora, con el plan de sustituir el concho por el sistema colectivo, el INTRANT estaría asumiendo otro gran desafío dentro de la abultada y compleja agenda que tiene por delante para tratar de corregir los males del transporte. Estos se han ido acumulando y agravando por décadas contando con la permisividad de las autoridades.
Durante el gobierno del finado Antonio Guzmán se intentó colectivizar el transporte público de pasajeros en Santo Domingo. El Estado compró todos los conchos, durante meses le estuvo pasando una mensualidad a los choferes desplazados y se creó ONATRATE que con una flotilla de mini-buses comenzó a prestar el servicio de manera muy eficiente, bajo la dirección de Milcíades Pérez Polanco, mientras se esforzaba por ir ampliando sus rutas.
Luego la falta de continuidad de políticas de Estado, devolvió el concho z las calles, se apoderó de estas y fue creciendo en número y fuerza, expandiéndose de la misma forma desordenada que la capital y se multiplicó la cantidad de sindicatos, convertidos en pujantes y lucrativas empresas con la venta de rutas a los choferes con precios que pueden llegar hasta un millón de pesos en las más importantes y transitadas avenidas.
En reciente edición del matutino El Caribe aparece un reportaje donde el ex director de la OTT, Angel Segura, revela que un levantamiento realizado en el 2012 por ese organismo, evidenció que el 80 por ciento del transporte de pasajeros en la capital era servido por los conchos, en tanto las empresas de ómnibus apenas movían el otro 20. Aunque han pasado cinco años puede darse por seguro que los números al presente serían bastante similares.
Sustituir el concho como medio de transporte público de pasajeros es una necesidad cada vez más apremiante. Pero así como del dicho al hecho hay un buen trecho, también para lograrlo hay que tomar en cuenta toda una serie de circunstancias y elementos que no pueden ignorarse.
Necesario disponer de una flotilla de ómnibus y mini-buses suficiente para dar cobertura total a la población lo que implicará una muy abultada inversión de recursos; disponer de un sistema centralizado para manejar el transporte colectivo como una gran empresa, bajo criterios técnicos y económicos que permitan garantizar su sostenibilidad al margen de vaivenes políticos; entrenar personal en el manejo y cuidado de las unidades y el trato a los usuarios; así como disponer de una estructura eficiente de control, mantenimiento diario y reparación. Será también preciso establecer los corredores por donde deberán transitar en las vías principales y fijar las paradas.
En otro orden, enfrentar, lo que no será tarea fácil, los intereses creados de tantos sindicados y federaciones, al amparo de las cuales dirigentes del transporte han labrado sustanciosas fortunas, y reubicar a los miles de choferes que se ganan la vida conchando para todos los cuales no habría cabida en el sistema colectivo. Obviamente proceder a la sustitución de manera gradual.
Posible y necesario aunque trabajoso y complicado. Una verdadera tarea de gigante, que reclamará un plan estratégico bien diseñado, una gran cantidad de recursos, tiempo, paciencia, dedicación, prudencia y coraje.