El mayor regalo que Dios me ha dado ha sido mis hijos y ellos me han dado un regalo muy grande, mis dos nietos.
Hoy me siento sumamente orgullosa de ellos. Los dos han podido hacer sus carreras, tener trabajos estables, pero más que nada, ser responsables, serios y grandes seres humanos. De esto tengo varios testimonios.
Hace casi veinte años, un violinista de la Orquesta Sinfónica Nacional estaba poniendo en circulación un CD en la Biblioteca Nacional. Mi hijo mayor y yo asistimos a ese evento, allí también se encontraba el Maestro Martínez Persia, también violinista, no nos conocíamos y me lo presentó. Mi orgullo fue tan grande cuando él me dijo que mi hijo no solo era un gran músico, se llevó las manos al corazón y me dijo, “esta es su mayor virtud”.
He recibido de ellos a lo largo de los años grandes satisfacciones.
Por ejemplo, yo no sabía que mi hijo mayor cantaba más allá que en la iglesia y una tarde en una premiación en el auditorio del Banco Central, en la que participó el Coro de Cámara del Conservatorio Nacional de Música, del cual formaba parte, al escucharle cantar la emoción fue casi más grande, que verle tocar el violín, casi lloré.
Cada vez que ha tocado como solista con la Orquesta Sinfónica Nacional, ha sido un regalo para mí.
Pero la emoción más grande que he sentido al verlo tocar fue hace unos cuantos años. Nos encontrábamos en el emblemático “Bar Restaurant Cinzano” de Valparaíso, Chile -si vas para Chile, no dejes de ir allí- con más de cien años de existencia. Había una pequeña orquesta de planta y nuestra anfitriona se acercó al director de la misma. Pensé que había ido a dedicarnos alguna canción o darnos algún saludo. Grande fue mi sorpresa cuando el director dijo que entre el público se encontraba un joven violinista dominicano, que pertenecía a la Orquesta Sinfónica Nacional de la República Dominicana.
Se acercó a nosotros y portando su violín como si se tratara del tesoro más preciado, se lo pasó a mi hijo y le pidió que por favor nos deleitara con alguna pieza. Mi hijo tomó el violín en sus manos, se puso de acuerdo con los músicos e interpretó el tango “Por una cabeza”. Al final una interminable ovación, pero lo más emocionante para mí fue que el público se acercaba a felicitarme. Todavía me erizo al recordarlo.
Mi hijo menor también me ha dado grandes motivos para sentirme sumamente orgullosa. En cierta ocasión estaba yo en un grupo en donde se encontraba su jefa, socia de la compañía en que trabajan y dijo que uno de los socios le había dicho que si él moría, quería que mi hijo le llevara todos sus negocios, porque era incapaz de tomarse un centavo que no le perteneciera.
En otra oportunidad, me contó frente a su madre y su esposo, que todo lo que llegaba a sus manos para su firma y que se lo pasaba mi hijo, ella con los ojos cerrados lo firmaba.
Pero mayor satisfacción sentí, cuando una noche llegó a mi casa un español, que fue profesor suyo en la universidad en Madrid, vino a buscarlo porque quería instalar un negocio nuevo para catar café y que solo había pensado en él para que lo llevara. No quiso irse. En cierta oportunidad le pregunté si valió la pena desestimar tan buen trabajo y lo que me contestó fue, cito: “Lo que yo tengo aquí, no lo tengo allá. ¡Esto no tiene precio!”. Lo abracé pues se refería a los afectos y a la familia.
Cada día doy más gracias a Dios por los tesoros que me ha dado, mis hijos y mis nietos.