Danilo Medina dijo hace poco que “prefiere hechos y no palabras”, pero sus hechos han demostrado lo poco que las palabras valen para él. Platón concibió una gramática para el poder, un salvoconducto que amparaba la ambigüedad del discurso oficial, sobre el presupuesto de que la mentira del Príncipe beneficiaba a todos. Pero lo que esa licencia no podía permitir era que el Príncipe quedara como un mentiroso a secas, un ambicioso de poca monta cuyos desvelos en realidad no iban más allá de su propio bienestar.
Esta idea de Platón fue tejida para una sociedad que, como el mundo griego descansaba en la armonía, en el equilibrio; dentro del cual la metáfora del Príncipe era la encarnación misma de todos los valores. Pero el tiempo distorsionó esa imagen, elaborada en una comunidad que se balanceaba en el mito, y después del Imperio Romano, los políticos de todas las épocas se han atribuido la licencia ampulosa de mentir sin ambages. ¿Por qué Danilo Medina se comporta como un Dios tutelar, como un ser sobrenatural, como un demiurgo que prefigura “hechos” en el silencio? ¿Cuál es la razón de que no “hable a la prensa”, y sin embargo gravite sobre ella, despliegue sus “buenas noticias”, y luzca tan alejado de lo que ocurre todos los días en el país, como si él fuera la fuente de las más nobles exaltaciones? ¿ Por qué a partir de él todo se filtra como un sueño rosado, y los habitantes de este país no se reconocen en el mundo que él dibuja? Los políticos dominicanos abusan del país no letrado, y aprovechan nuestras debilidades institucionales, nuestra miseria material y moral, el escaso horizonte de realizaciones en la vida social; y se creen con derechos adquiridos sobre la población vista como una inofensiva masa plural, y mienten totalmente desentendidos de la crisis inmóvil de credibilidad que están provocando. Vivimos en la sociedad de la mentira
Es cierto que el mundo es ya un universo sin paradigmas, y que lo importante es disfrutar del poder, pero sería bueno que la vida se tiñera del rubor de la gente sencilla, que cuando miente tiembla, y si la mentira es puesta en la picota pública, como sábana de virgen luego de la primera noche de amor, sería bueno admitir que se estaba equivocado, y que los dioses, como lo demuestra el panteón griego, engañan y son engañados. ¿Por qué Danilo Medina no puede hablar de los estragos del Dengue, del presupuesto reeleccionista que manipula los fondos públicos, del suicidio del arquitecto en la OISOE, de la corrupción generalizada que permea su gobierno, de la inseguridad pública, de todo cuanto interesa a sus gobernados? Simplemente porque tendría que mentir, negaría cualquier intento de situar la realidad. ¿Es verdad, por ejemplo, que en éste país quienes envían sus hijos a los colegios privados, o quienes llevan a las clínicas privadas a sus parientes lo hacen por vanidad; como dijo él en los Estados Unidos? Dicho de otro modo: ¿no son ciertos los resultados catastróficos de todo el sistema educativo; lo que vemos a diario en los hospitales es tan solo una ilusión, es por vanidad que van a las clínicas privadas quienes pueden hacerlo? Ahora mismo el padre del presidente Medina está enfermo, internado en la Clínica Abel González, si fuera consecuente con lo que dijo en New York lo hubiera internado en el Padre Billini. ¿Qué nos podría él decir de los más de cien dominicanos que han muerto por Dengue?
Ni siquiera esa licencia que el platonismo abrió desde la inteligencia para que el poder armonizara la vida en sociedad, puede sustituir la realidad con el ruido del lenguaje, con la propaganda, o con el silencio del Príncipe. La desfachatez de creer que ejercer el silencio desde el poder desvirtúa la realidad ha desaparecido en el mundo posmoderno, y la mentira, aunque la calle el Príncipe, es la mentira. ¿Huele o no huele a Tiburón podrido?