Las evidencias existen: el senador republicano Lindsay Graham es quien mejor ha defendido a Donald Trump en los dos últimos años. La anterior afirmación está corroborada por las continuas proclamas de Graham. Sus declaraciones pueden accederse con un simple click en las páginas virtuales de los principales medios norteamericanos. En esta nota no trato de defender a Graham ni a su jefe, la verdad sea dicha.
Sin embargo, queremos destacar que el senador ha inventado una especie de retaguardia –de dinamita– para explotar cualquier argumento contra su presidente. Sus declaraciones entran en materia de política exterior, economía e inmigración –seamos claros, en todos los temas, para eso es senador– y son expresados con la más sorprendente calidad literaria. Emplea una retórica de profunda ideología, enmascarada en la genialidad de una defensa de proporciones antológicas. Su última noticia fue la discusión en Ankara sobre el status de Siria con Tarik Endorgan, el gobernante de Turquía, mientras acusa al príncipe heredero Mohamed bin Salman, del asesinato de Jamal Kashoggi.
De cualquier manera, Trump tiene que ser defendido por sus amigos como cuando en un restaurant, en el clamor de la noche, una turba ataca por el asunto de un dinero prestado. Lo interesante es que no encontramos un caso de más enfebrecida defensa a un presidente. Los ataques contra los últimos habitantes de la oficina oval no fueron tan intensos. Nada como el momento actual, incluyendo el proceso del impichment al viejo Bill que, como un cid campeador, se salvó del constante asedio de mucha gente y tuvo que batallar contra apasionadas gladiadoras –y también gladiadores–, que buscaban de unos cuantos dólares y un chin de fama que resultó ser astronómica.
La creatividad de Graham no tiene punto de comparación si se analizan sus tuits. Un gran escenario para comprender como se estructuran los abismos, son sus opiniones emitidas en el último mes. Todas las posturas del senador de Carolina del Sur pueden ser tomadas como el caso importante de un político que tiene claro lo que quiere, y defiende una visión que tiene la admirable elocuencia de la consistencia, que no siempre existe en los enfoques coyunturales. Repito: no le prendo velas ni a Trump ni a Graham pero uno se sorprende con la capacidad de respuesta de un político, y la valentía que ha demostrado en el escenario internacional, donde podría poner en juego la misma estabilidad de regiones enteras, lo que representaría muerte de civiles. Ergo, el poder de un presidente salva vidas. Y una sola, es ya un buen trabajo.
El fenómeno de Nancy Pelosi mueve a pensar que es la némesis de Graham. La política norteamericana que con más ahínco ha destapado un arsenal de respuestas contra iniciativas trumpianas. Su pasión es de colección y sus descarnados motivos son una expresión de una intensidad que algunas veces luce como una expresión inédita. Un director de cine podría decir que las suyas son pulsiones dramáticas. Encarna un personaje que podría interpretar perfectamente Sharon Stone. El asunto de Pelosi es delicado porque implica cierta visión radical que no deja de muy buen humor a nadie en el partido republicano y en el staff de algunas grandes organizaciones.
Hubo gente que no se molestó mucho cuando le dieron la noticia de que el muro seria de acero y no de cemento. El cambio estructural quizás haya sido por un asunto de economía presupuestaria, –siempre hay que ahorrar dinero que puedes investir en otras cosas– pero lo esencial era saber qué pensaba López Obrador porque Peña Nieto resultó muy duro, tan duro como el mismo acero del muro. Trump ha ofrecido proteger a los dreamers, a cambio de 5,700 millones de dólares para construir su muro.
Aun con el hilo de Ariadna, sería difícil salir del laberinto si, en esta estructuración del discurso –y la estrategia misma de respuesta republicana a todas las iniciativas–, creyéramos que la perspectiva de Pelosi –y ese arte que tiene de torpedearlo todo con maestría e insistencia– son meros argumentos que ella elabora desde un viejo libro moralista, un libro que lea todas las noches con intención de salvar al mundo de los enemigos de siempre. Ella, como una Peter Pan moderna que es más fuerte que lo que sospecharon muchos en el inicio de su entrada. Graham, como otro caballero de la mesa redonda que permitirá que mucho ocurra en el intermedio de una misión que hoy luce cada vez más importante.
Hemos pagado el ticket para presenciar todo el show que puedan ofrecernos. Amas el pop-corn y estás sentado en primera fila. Lo único que nos falta son dos o tres correos electrónicos desde el escritorio de Jodie Foster y saber si dos políticos de District of Columbia han visto la película de diez horas de Kobayashi, La condición humana, el mismo título de un libro de André Malraux, ministro de información de Charles De Gaulle.