TENGO QUE dar las gracias a Bezalel Smotrich. Sí, sí, a Smotrich, el de la extrema derecha, Smotrich el fascista.

Recientemente, Smotrich dio un discurso a sus seguidores, que pretendía ser un suceso nacional, voltear una página en la historia judía. Fue lo suficientemente amable para mencionarme en este monumental mensaje.

Dijo que después que el Estado de Israel fue fundado, Uri Avnery y una pequeña banda de seguidores crearon la ideología de “dos estados para dos pueblos”, y mediante el trabajo paciente durante muchos años lograron convertir esta idea en un consenso nacional, en un axioma, en realidad. Smotrich dijo a sus devotos que ellos, también, tenían que formular su propia ideaología, trabajar pacientemente durante muchos años hasta que se convirtiera en un consenso nacional que desplazara al de Avnery.

El cumplido de un enemigo es siempre más dulce que el de un amigo. Mucho más cuando no se han recibido muchos cumplidos de los amigos. En verdad, los muchos políticos que ahora profesan luchar por “dos estados para dos pueblos”, intenta obliterar el hecho de que fui el primero en proponer esta idea, antes de que ellos se convirtieran a ella.

Así que mi agradecimiento, Smotrich. Y unida a mis gracias, ¿me permíte expresar el deseo de que usted adopte un nombre judío, como corresponde a un hombre que aspira a convertirse en el Duce Hebreo?

AFTER DE cumplido, Smotrich fijó su plan para el futuro de Israel.

Se basa en la demanda de que los seres árabes que viven entre el río Jordán y el Mediterráneo elijan entre tres alternativas:

Primero, pueden aceptar un pago monetario y abandonar el país.

En segundo lugar, ellos pueden convertirse en súbditos del Estado Judío sin pasar a ser ciudadanos y sin tener el derecho a votar.

En tercer lugar, pueden hacer la guerra y ser derrotados.

ESTO ES fascismo, pura y simplemente. En el caso de Benito Mussolini, quien inventó el término (de las fascese fasces, el mazo de varillas, el antiguo símbolo romano de la autoridad), no predicó la emigración de nadie. Ni siquiera de los judíos italianos y muchos de ellos fueron fascistas ardorosos.

Veamos el plan en sí mismo. ¿Puede un pueblo entero ser inducido, pacíficamente, a dejar su patria por dinero? No creo que eso haya ocurrido nunca. La idea por sí sola muestra un desprecio abismal por los palestinos.

Los individuos pueden salir de sus hogares en tiempos de estrés y emigrar a pastos más verdes. Durante la gran hambruna, masas de hombres y mujeres irlandeses emigraron de su isla esmeralda a América. En el Israel de hoy, un buen número de israelíes emigran a Berlín o Los Ángeles.

Pero, ¿pueden hacerlo millones? ¿Voluntariamente? ¿Por alguna ganancia? Muy aparte del hecho de que el precio subirá invariablemente de emigrante a emigrante. No habría dinero suficiente en el mundo.

Le aconsejaría a Smotrich que leyera de nuevo una canción escrita por el poeta nacional Natan Alterman, mucho antes de que él naciera. Durante la “rebelión árabe” en 1937, Alterman elogió las unidades de las fuerzas clandestinas hebreas ilegales: “Ningún pueblo se retira de las trincheras de su vida”. No hay ninguna posibilidad.

La segunda opción sería más fácil. Los árabes, que ya constituyen incluso una pequeña mayoría entre el río y el mar, se convertirán en un pueblo paria y servirían a sus amos israelíes. La mayoría árabe crecerá rápidamente, debido a la mayor tasa de natalidad palestina. Recrearíamos deliberadamente la situación del apartheid sudafricano.

La historia, vieja y nueva, muestra que tal situación conduce invariablemente a la rebelión y a la eventual liberación.

Queda entonces la tercera solución. Se adapta mucho mejor al temperamento israelí: la guerra. No las guerras interminables en las que hemos estado involucrados desde el comienzo del sionismo, sino una guerra grande y decisiva que pondría fin a todo este lío: inevitablemente, los árabes serán vencidos y borrados. Fin de la historia.

CUANDO LLEGUÉ a la conclusión en 1949 de que la única manera de poner fin al conflicto era ayudar a los palestinos a establecer un estado propio, al lado del nuevo Estado de Israel, mi línea de pensamiento partió de una suposición muy original: que existe un pueblo palestino.

Para ser honesto, no fui el primero en darse cuenta de eso. Antes que yo, un sabio estudioso sionista de izquierda, Aharon Cohen, propuso esta idea. Todos los demás sionistas siempre negaron furiosamente este hecho. Golda Meir declaró: “¡No hay tal pueblo palestino!”

Entonces, ¿quiénes son todos estos árabes que vemos con nuestros propios ojos? Sencillo: son la morralla atraída a este país de las áreas vecinas después de que vinimos e hicimos florecer a este país. Lo que viene fácil, fácil se va.

Resultaba cómodo pensar así mientras la Cisjordania estabas bajo el gobierno jordano, y la Franja de Gaza era un protectorado egipcio. “Palestina” había desaparecido del mapa… Hasta que un hombre llamado Yasser Arafat la puso en los mapas de nuevo.

En la guerra de 1948, la mitad del pueblo palestino fue expulsado del territorio que se convirtió en Israel. Los árabes llaman a esto la “naqba” − catástrofe. (Por cierto, no fueron expulsados de Palestina, como muchos creen, una gran parte encontró refugio en Cisjordania y la Franja de Gaza).

DESDE 1949, el simple hecho es que dos pueblos viven en este pequeño país.

Ninguno de estos dos pueblos se irá. Cada uno de ellos cree fervientemente que este país es su patria.

Este simple hecho me llevó a la conclusión lógica de que la única solución es la paz basada en la coexistencia de dos Estados nacionales, Israel y Palestina, en estrecha cooperación, tal vez en algún tipo de programa federal.

Otra solución sería un estado unitario en el que los dos pueblos vivan juntos pacíficamente. Como he señalado varias veces recientemente, no creo que esto sea posible. Ambos son pueblos ferozmente nacionalistas. Además, la diferencia entre sus niveles de vida es enorme. Son tan diferentes en carácter y perspectiva como pueden ser dos pueblos.

Y ahora viene Smotrich y propone la tercera solución, una solución que muchos creen en secreto: acaba de matarlos o expulsarlos por completo.

Esto es mucho peor que el programa de Mussolini. Recuerda a otra figura histórica reciente. Y puede recordarse que Mussolini fue fusilado por su propia gente, que colgó su cuerpo boca abajo de un gancho de carne.

A Smotrich hay que tomarlo en serio, no porque sea un genio político, sino porque expresa abierta y honestamente lo que muchos israelíes piensan en secreto.

Tiene 37 años de edad, es guapo, con una barba cuidada. Nació en las alturas ocupadas del Golán, creció en un asentamiento de Cisjordania y ahora vive en un asentamiento, en una casa que fue construida ilegalmente en tierras árabes. Su padre era un rabino, él mismo fue educado en el yeshivas religiosas de la élite y es abogado. Ahora también es miembro de la Knesset.

Una vez fue detenido en una manifestación contra los homosexuales y retenido durante tres semanas. Sin embargo, después de declarar que estaba “orgulloso de ser un homófobo”, se disculpó. Cuando su esposa dio a luz a uno de sus seis hijos, se opuso a que tuviera que compartir una sala de maternidad con una mujer árabe. También se opone a los hogares que se venden a los árabes en los barrios judíos, y propone disparar contra los niños árabes que lanzan piedras.

Otro poeta sionista escribió una vez que no llegaremos a ser una nación normal hasta que tengamos criminales judíos y prostitutas judías. Gracias a Dios que ahora tenemos un montón de ambos. Y ahora, además, también tenemos al menos un fascista judío de buena fe.