Varios días sin comerme un chimichurri que me parecieron otro intento del universo dietético. Me refiero a eso que todo el mundo maneja con optimismo y planificación. Lo mismo puede decirse de esas frutas que uno no siempre come en la mañana. Lo mismo podemos decir de esa pulsión desatada que permite comprender cómo un originario de Francia procura no tomar nada de la Rioja, o cómo en medio de la más preclara información uno considera muy chulo el Pinot Noir de ese supermercado no caro.

Recurro a una vieja estrategia: primero, lo que dice un congresista no tiene que ver siempre con lo que propone, para ir a tono con eso que proclaman algunas revistas como Político, que no tiene que ver con las exclamaciones de ningún grupo. Tienes que estar claro: se debe terminar por comprender lo que se origina en las verdaderas estrategias de un portafolio en la escena del Dow Jones, la nefasta prueba sin serlo porque sin Dow Jones la economía mundial no sería economía y a uno le correspondería entender –sin ninguna bebida en la mano–, eso que otros comprendieron cuando leyeron al magistral Paul Krugman. El Nobel dijo que el acero de una imagen se parecía a un teorema de Keynes. Compramos dos tickets para entrar en la cueva repleta de bits y gente: dos españoles, tres canadienses y una cantidad indeterminada de otros extranjeros y dominicanos.

Alan Greenspan lo hubiera dicho de manera perfecta y no simplemente en una cámara del Congreso. Todos recuerdan los instrumentos de destrucción masiva que llevaron a la quiebra de numerosas empresas en Estados Unidos. Aun las causas de aquel desbarajuste tendrían que ser analizadas en sus minucias tomando en cuenta lo que otros llaman profundidad argumental en el análisis de las variables.

Sin embargo, lo que Greenspan dijo esa mañana en el Congreso, tenía que ver con una manifestación del lenguaje. Sabemos bien que lo que se registró allí tiene que ver con eso que decimos por varias variantes: número uno, Greenspan se mostró elocuente, quizás como ningún otro político norteamericano de ese año. Lo que quiero decir es que la quiebra de Fanny Mae no tenía que ver sino con esa explicación que algunos llegan a a entender con una hipercrítica a las propuestas del Banco Mundial. Se lo dije a varias personas: uno tenía que ver primero lo que se invertía en un pedazo de parque mirador para comprender eso que otros comprendieron después con un Cuba Libre en la abigarrada noche de Santo Domingo en esa área de Bella Vista que te conduce a la Guácara taína, una discoteca de las profundidades.

Aseguramos que no íbamos a invertir en Coca Cola y dirigimos nuestras observaciones a Procter and Gamble o mejor dispusimos de la certeza inconclusa que nos decía que el mejor de los mundos posibles –no estamos hablando de Bacon aquí–, no tenía que ver con eso que manifestaron los del círculo de Viena o una canción de Phil Collins, that’s all. Con un fondo de Bob Marley, decían que David Ricardo no había sido tan explícito como en el libro de Krugman o los amantes de los sintetizadores. Lo mismo ocurría cuando en una debacle del PIB los financistas criollos concedían mucho tiempo al análisis de las más delicadas variantes econométricas.

Se calculan por millones de dólares los nuevos recursos que han entrado en el país producto de esta expansión industrial del turismo. Algunos argumentan que conformarse con 7000 habitaciones no es sino una prueba de indefensión o de debilidad crediticia en el mercado internacional.  Lo mismo me pueden decir que es lo que otros conocieron cuando demostraron que en el FIB –el indicador de Bután–, tal es el caso del profesor Vega, no es sino una prueba de las tantas que hay que tener cuando se intenta comprender lo que es equilibrio de las finanzas y justa y sana distribución del ingreso. El ingreso per cápita del país conocido como República Dominicana es tan flexible que no podemos negar que el mundo que se enseñó en las aulas universitarias no tiene sino como prueba eso que otros conocieron desde los interesantes procesos de exclamación en Harvard Business Review. Al cabo de unos años, resultó dormido ese instinto del empresariado que promovía proyectos no siempre nacionales, y consideraba que nadie tendría la capacidad de abismarse en esas consideraciones que nos hacen contemporáneos de Adam Smith, el más contemporáneo de los economistas de la sociedad moderna. Lo mismo me pasó cuando me dijeron que parecía que el mundo no entraría en un análisis para establecer que era fácil comprar un jamburguer en la zona de Bella Vista (llamado El Caco, después de salir de la Guácara Taína). 

Siempre dije que Arva Moore Parks tenía que ver conmigo porque ella había hecho el mejor libro de Miami. Un libro tan precioso que uno no se tiene que desayunar con ostiones para comprender que en el Merrick Park existen minucias que otros consideran motivaciones estéticas del texto. No me gusta el Merrick Park para ir a jugar golf sino para tomar una foto y decir que visite el histórico lugar de la zona más allá de Coconut Grove.

En el caso de los asuntos dominicanos hemos visto como algunos han perdido la compostura cuando el periodista mexicano Enrique Krauze lee lo que se publica en Perú, lo mismo que todos coinciden que las denuncias de algunos periodistas no tienen que ser tomadas como averiguaciones en bruto. Lo mismo ocurre cuando se tiene en la mano eso que se llama “poder de funcionario” y se extreman las condiciones para que otros hagan un desfalco a una institución o procuren demostrar que por todos los medios posibles lo esencial en el arte de la política se parece a ese proceso de indefensión de gran cantidad de gente. Nadie está en condiciones de hacer ese proclamado mundo sin antes no detenerse en esa canción que tiene que ver con todo –arquitectura aparte–, que nos recuerda Gazcue de 1990, cuando Steve Winwood reposaba en Higher Love, Finer things y otras variantes.

“Somos un país muy especial”, decía un comercial de televisión en los ochentas. Los que trabajamos en el marketing de las cosas, nos damos cuenta que no es menester entenderlo todo para comenzar a sacar cálculos sobre todo lo que se origina cuando se apuesta de más a un equipo perdedor. Yankees a más, no siempre resulta el mejor indicador de nuestra situación económica y la expansión de nuestro poder de influencia.

Por esta razón, consideraba recientemente que la exclusión de Pete Rose del Salon de la Fama era algo histórico por aquel asunto del gambling. No se puede resistir uno a no apostar unos cuantos miles –o específicamente 20 pesos, o ahora 100–, a un equipo como los Cardenales de San Luis, o mejor a los Bravos de Atlanta porque se sabe que su resolución es mejor en cuanto a la disponibilidad de lanzamientos: en todo screwball hay escondido un PIB desmarcado y una propuesta sintagmática que tiene que ver con las buenas inversiones en bolsa o el análisis del mundo del Nasdaq.

Lo que nadie encontró fue que el mundo de la moda había previsto eso cuando Yves Saint Laurent dijo que esta capacidad de cambiar de traje era una petición para elaborar un nuevo estilo en el mundo de la moda. Lo mismo le ocurrió recientemente a Giorgio Armani cuando se dio cuenta, en la deshora quizás, que en todo momento hay una pulsión desatada de la economía por aquello de que las necesidades de Maslow hablaban del vestido como se habla de un error de cálculo en la inversión en un país tercermundista, o como se habla de un plato de la gastronomía costera: el chillo, de acuerdo al pescador que corre de la propuesta de la diputada, se pesca en profundidad.

“Un chillo es un chillo” nos decía una persona y se quedó mirándome como si mirara a Marco Polo, ese investigador oriental que fue viajando por la ruta de la Seda que conquistó Arabia, y que dijo que era imposible que eso se entendiera, algo que no pasó a los chinos del norte que si se dieron cuenta de la dificultad de explicar todas las misiones del gusano. El capullo de un gusano procura ser entendido para analistas de la biodiversidad, y ahora sostienen que nadie está en capacidad de negar su pertinencia cuando se propone que nos gusta Versace o un abrigo en las calles de cualquier ciudad Divietto Transito. Pero, así como la seda es aún una de las formas de expresión en materia textil para la producción de los trajes y vestidos del mundo de Roma, Milán y New York, así también uno se pregunta de la variedad que tienen algunos fabrics. Lo mismo sucede con otros productos en una economía, si necesitas comprar un traje en Londres no tienes nada que ver con eso que ya vieron los griegos y los romanos; la vestimenta tiene eso que otros comprendieron como expresión intima de la comodidad y el confort que te hace ver como si fueras un GQ.