"Yo descubrí que existía otra clase de literatura infantil. Algunos de estos libros, como Tom Sawyer, Mujercitas, Peter Pan y Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas se encontraban en la estantería de cualquier biblioteca (…) Y estos eran los libros sagrados para los niños: los de esos autores que nunca habían olvidado lo que era ser un niño". Alison Lurie.

Escribir sobre un escritor amigo tiene sus desventajas, el prejuicio suele aflorar al instante entre los lectores. Sin embargo y obviando está condición muchas veces ineludible, voy a tomar el riesgo de presentar a alguien que, hasta cierto punto y a mi modo de ver, es un caso especial e impactante en la literatura que se produce en estos medios. Me voy a referir a los microrrelatos de una escritora y multifacética mujer llamada Goyta Rubio.

La literatura es una actividad que no siempre lleva las manecillas del reloj justo a tiempo. En muchas ocasiones nos pasan por delante, sentados en la estación de un tren, vagones conteniendo novedades en el ámbito de las letras. Con frecuencia insospechada, muchos años después, nos percatamos de que ante nuestros ojos pasó tal o cuál escritor dotado de una fuerza y de una vitalidad increíble y al que no prestamos atención. En el caso de la exquisita escritora a la que me refiero, debemos poner sobre ella un foco de atención, pues es fundamental en esta ocasión ya que nos encontramos ante una mujer de gran sensibilidad que reúne unas características poco comunes. Hay en ella un buen decir, al que habría que añadir una vasta cultura que sin ser pretenciosa se delata a sí misma y una capacidad para abarcar temas diversos con soltura y maestría innegables. Así puede tocar tanto  el área de la plástica, como el mundo del cine y  la fotografía. A todo ello deberíamos sumar la literatura como colofón desde el  cual se expresa de modo sorprendente e innovador.

He sido testigo, quizás desde una posición oculta y discreta, de su crecimiento como escritora. Desde su poesía inicial de carácter confesional, muchas veces matizada de dolor y de una crítica abierta a la falta de comunicación sincera y honesta entre las parejas, hasta una poesía más madura, pausada y franca, toda su obra se muestra sin la menor pose ni falsas posturas de aparente exceso de conocimientos. Una vez dicho lo anterior, nos encontramos ahora con sus relatos cortos, joyas de buen gusto, pequeñas sinfonías contenidas en palabras. En ellas la persona culta no ahoga a la artista sensible ni tampoco existe una pretendida ansía de exhibir ante el lector sus muchos años de lecturas previas. Por el contrario sus relatos se deslizan con tanta naturalidad ante nuestras pupilas que lo complejo se filtra sin arrogancia, sin esa petulancia con la que los falsos narradores esconden sus cortas piernas montados sobre zancos ajenos.

Sus textos nos devuelven, bajo el prisma de sus ojos, una reinterpretación de obras clásicas de la literatura universal con una maestría que parece proceder de años de práctica. La realidad a veces no es como parece ser. Para sorpresa de los que no la conocen, quienes hemos seguido su rastro desde hace algunos años, sabemos que estos relatos no son más que el producto de una escritora, que en este preciso momento, ha puesto en marcha todos sus recursos personales de manera armónica, en un género bastante difícil de manejar como son las historias breves. Ella, por fortuna, logró encontrar a tiempo la llave con la que abrir una bóveda no siempre fácil de penetrar. En su haber breves relatos, historias reinventadas de antología, que recuerdan a un escritor como Augusto Monterroso por su capacidad de unir síntesis y al mismo tiempo mantener la fuerza comunicacional de manera impecable. Su relato en el  que el lobo es invitado por los cerditos a su casa para ofrecerle algo caliente de beber es bello y conmovedor. “Sopló y sopló tanto el lobo feroz que quedó exhausto. Los cerditos que atisbaban agazapados tras la ventana, reunidos en apresurado contubernio, acordaron rescatarle. Abrieron la puerta con cuidado. Le invitaron a pasar al salón. Le ofrecieron su mejor butaca frente al fuego. Cubrieron con una suave manta sus heladas patas y le dieron una taza de humeante cacao que templara su garganta. Cuando observaron que las lágrimas corrían por su rostro se miraron e hicieron un pudoroso silencio"

De igual modo la relectura que hace de la Cenicienta no lo es menos. “¿Y por qué habría de negarlo? – me pregunto. Desafié abiertamente a los dioses y a las hadas. Sabía que me enfrentaba a todos ellos en abierto desacato, pero me demoré y con sumo gusto aún unos minutos más en los brazos del príncipe. Posdata: Llegué a tiempo y confieso que apurada. Perdí por la prisa el zapato izquierdo al bajar la escalinata. Ojalá alguien tenga a bien devolvérmelo”.

Estos textos de la autora nos llevan a plantearnos acerca del significado oculto  subversivo de estas breves piezas de literatura infantil, en la medida en que hacen una relectura del pasado y nos son devueltas desde la ironía de una mirada completamente nueva.  Estamos ante un caso especial que debería ser tomado en cuenta. Por último, me gustaría que la comunidad de lectores incluyera en su agenda a ésta interesante prosista de Logroño (España) sin esperar a que el vagón de tren esté lejos para reconocer que ante nuestros ojos cruzó una importante escritora.