“Aquí cuecen vivos los grandes pensamientos y los hacen papilla. Aquí se corrompen los grandes sentimientos; aquí solo dejan que se manifiesten los sentimientos más flacos y mezquinos”. -Friedrich Nietzsche-.
El riguroso proceso didáctico de los círculos de estudios, desarrollados por el maestro Juan Bosch, fue por largo tiempo insignia de orgullo y marca distintiva de un grupo bisoño de la política criolla, con computarizaciones sobre el manejo moral del aparato estatal, que dejaban perplejos a rurales y citadinos. El circulista, producto terminado del transcurso formativo de la política boschista, al que debió someterse todo aquel que pretendiera ser parte del partido-logia, predicaba el ser con el hacer, y su discurso, coherente y consistente, era como la tonada melódica de la poesía homérica.
De aquella pericia ortodoxa, basada en la paideía de un caudillo moralista, nació el PLD de los ochenta y principio de los noventa. Y fue bajo esa mística pedagógica que lograron convertirse en un partido de clase media. Haciendo acopio en sus filas, de técnicos, estudiantes universitarios y profesionales, cuyos anhelos, en apariencia, era trasformar el quehacer político nacional en una práctica fundamentada en la competencia, la ética y la decencia.
Ser peledeísta en épocas de Bosch, para marcar los tiempos, implicaba la arquitectura virtuosa del hombre interesado en aportar sus probidades en una sociedad ampliamente criticada por el hacedor de los que hoy nos gobiernan. Era, el diseño perfecto, enfocado en la formación filosófica integral del individuo, en medio del caos heredado del período post-Trujillo y los desmanes administrativos de gobiernos sucesivos. El boschismo en esos días, conjugaba virtud y conocimiento; desprendidos de la mayéutica en busca de la mejoría sistemática de la sociedad dominicana.
La utopía pudo haberse concretado en innúmeras ocasiones, sin embargo; murió el mismo día en que heredaron de manos de un concesionario foráneo, y con el maestro fuera del juego, el control de la cosa pública. Abandonaron la retórica del servicio al partido para servir al pueblo, y tomaron una ruta decadente de los principios bajo los que fueron forjados, hasta convertirse, para desagracia de un pueblo sometido al abuso constante, en el germen oprobioso de la corrupción y padrinos predilectos de su hija la impunidad.
Bajo esa lógica retorcida, cobijaron narcos, riferos, gaseros y granceros, amasaron fortuna con el robo al erario público y abrieron las puestas a carroñeros dispuestos devorar las arcas oficiales sin el menor de los miramientos. Deshicieron con los hechos, lo que llevó al incólume profesor, sepultado junto a sus ideas en los mausoleos de la Vega Real, años de lucha y sacrificio. Aquella doctrina filosófica del político culto, transparente y honrado; que en realidad nunca fueron, desapareció con la llegada de sus muchachos al poder.
Esa nueva empresa, condujo a los dominicanos a dos décadas de desgracia. Y el sueño de quien fuera su mentor, sucumbió en las manos dos discípulos aventajados que dieron a luz, una insípida entelequia sin principios ni doctrina, gobernada por el cenáculo anquilosado, avaro y en franca desconexión con los intereses de la gente, que algunos llaman Comité Político.
Sin Juan Bosch, sin ideología, sin valores, sin principios. Despojados de preceptos morales y éticos, emprendieron una lucha campal por el control del botín en que convirtieron al Estado Dominicano. El acomodo de la nómina pública a los caprichos del actual preboste morado, condujeron a la derrota del viejo guía y líder, frente a un pupilo de marcada incoherencia verbal. Una sátira envuelta en un guion que no alcanza a comprender el rol que desempeña.
Esa lucha desnudó los verdaderos intereses de una mafia disfrazada de partido, y, trajo como resultado un energúmeno candidato, de méritos, talentos y competencias inciertos. De escasa habilidad discursiva, de una comprensión por debajo de la media y apariencia psicológica retardada. “Es difícil trasladar al papel sus palabras delirantes” como dice Chejov.
Ese bufón, incapaz hilar una oración con sentido, es el producto de los vicios del poder y el oído del macho cabrío nacido en el granero del sur, a su otrora condiscípulo. Un reflejo de lo bajo que ha caído la institución fundada por uno de los mejores cuentistas de América. Y rompe con el mito, de que ser peledeísta, es sinónimo de intelectualidad, mesura y sabiduría. Gonzalo, delfín de Danilo, constituye, la parálisis de una idea en peligro de extinción, sin dudas, la degradación del boschismo a su mínima expresión.