El poeta peruano César Vallejo patentizó en su luctuoso poema Los Heraldos Negros –igual a decir Los Mensajeros de Negro o Los Mensajeros de la Muerte- los golpes abstrusos repentinos del destino: “Hay golpes en la vida tan fuertes. ¡Yo no sé!/ Golpes como del odio de Dios” (…) Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero/ (…) Esos golpes sangrientos son las crepitaciones” (…)
La revolución de 1965, desde el 24 de abril hasta el 3 de septiembre, ha quedado en mi inconsciente y en una franja claroscura de mi memoria como una inesperada sucesión de “golpes como del odio de Dios”, al ver al hombre transformado en el lobo del hombre y a seres humanos antes aletargados desarrollar instintos de fiera sangrienta. En ambos casos registro una que otra persona que hasta el 23 de abril tenían aire de monaguillo atemorizado y que en la revolución se transformaron hasta tragarse figurativamente a un ser humano y no eructar.
Cual “golpes como del odio de Dios” se me han grabado las muertes en 1965 de algunos compañeros de viejo cuño, entre otros Rey de Jesús Lugo (“Reyito”) y Armando Aybar (Armandito), y el conocido y/o amigo efímero Carlos Gómez Ruiz y de él voy a hablar por la asignación de Dios de su destino.
A Carlos Gómez Ruiz le conocí el miércoles Santo 14 de abril de 1965, 48 horas después de llegar al país y 14 días antes de su muerte en combate. Había llegado como enviado especial del ex presidente Juan Bosch ante los militares y civiles que conspiraban para reponerlo en la Presidencia del país. Arribó como turista, vestido de mujer, por Boca Chica el lunes Santo 12.
Era domínico-arubeño, nacido en Aruba en 1943, hijo del presidente del PRD allí, el exiliado Carlos Facundo Gómez Peralta, y de Célida Ruiz Moreno, y primo hermano de mi amigo Luis Ruiz, político, radiodifusor y periodista.
Carlitos, como aún le nombran sus familiares y amigos, llegó al país con sus padres a principios de 1962, luego de la muerte del tirano Trujillo. Porque era fornido, de piel muy clara y con el hablar distintivo de los holandeses lo apodaron “El Bebé Holandés”, y así lo llamaron sus compañeros del cuerpo policial represivo Cascos Blancos, en el que se enroló en 1963.
Días después del Golpe de Estado al gobierno democrático del profesor Bosch fue dado de baja, y como los Cascos Blancos se caracterizaron por reprimir a quienes protestaban contra el gobierno de facto, organizó acciones de sabotaje y ataques a sus unidades móviles, siendo delatado y encarcelado. Como se trataba de “una locura”, con la ayuda de un siquiatra acordaron con las autoridades su deportación a Aruba. De ahí viajó a Puerto Rico y se puso a las órdenes del ex presidente Bosch.
En compañía de “un Capitán del Pueblo”, Héctor Lachapelle Díaz, en horas de la noche, a las 48 horas de retornar al país en 1965, trató infructuosamente de enrolarnos a los catorcistas sancarleños en los preparativos de acciones de apoyo al Golpe de Estado constitucionalista en proceso.
Carlitos Gómez había ganado nuestra confianza porque estaba alojado en una residencia de la Felix María Ruiz, cerca del parque San Carlos, la casa de “los Suá” –¿amigo en holandés?-, la de Freddy, Alberto y Jorge Sigarán, también domínicoarubeños.
Valiente, activo, sagaz, culto –dominaba 4 idiomas- Carlitos Gómez y su intenso accionar, organizador del primer Comando Civil Constitucionalista, son citados con frecuencia en entrevistas por el ex presidente Bosch en varios escritos, el doctor Peña Gómez en alocuciones y entrevistas, y el doctor Rafael Molina Ureña en diversas páginas de sus memorias.
Cincuenta años después lo recuerdo de verde olivo militar desde el 24 de abril en la tarde armado de un fusil FAL a la cabeza de dos jeep Land Rover ocupados por miembros de su Comando Civil Constitucionalista, a saber, entre otros, Freddy Elías Sigarán, de 18 años, Carlos y Edickson Soto, de 18 y 19 años, un haitiano y otros dos jovencitos; y a veces se le veía en compañía del legendario Ramón Mejía Pichirilo.
Murió en combate la mañana del 28 de abril en la calle 30 de marzo casi esquina La Trinitaria, próximo al Palacio Nacional. Las circunstancias curiosas y peculiares de su muerte y más allá, son dignas de una segunda entrega en recordación de este olvidado mártir y héroe caído a los 22 años de edad por el ideal del retorno al constitucionalismo democrático y que nos troncharía la ocupación estadounidense.