Lérmontov lloró amargamente la muerte, el asesinato en un duelo del poeta Pushkin a la edad de 37 años.
Lérmontov moriría también en duelo a la edad de 27, cuatro años después.
Gógol se suicidó de otra manera. Abandonó la vida, el deseo de vivir, y se dejó morir de hambre a los 42 años.
En realidad fue víctima de sus demonios (y de médicos endemoniados), de la exquisita educación sentimental que recibió de su madre, una mujer que “se caracterizaba por su espíritu extremadamente inclinado al misticismo religioso y a las supersticiones”. Ella puso desde temprano en su cabecita ideas luminosas sobre el sentido de la culpa y el pecado, una fuerte dosis de fundamentalismo ortodoxo y supercherías, el terror al diablo y al infierno. Lo enseñó a creer en todo eso al pie de la letra, le hizo, en definitiva, un implante maligno de creencias religiosas. Eso que Richard Dawkings considera “una crueldad y un abuso”.
“Su vida se caracterizó por un miedo casi místico a la muerte y a tener que presentarse ante el Dios justiciero; ese sentimiento, heredado de su madre, presidió toda su vida y aumentó conforme pasaban los años. Era un miedo injustificado, una melancolía, que quizá también en cierta parte se debiera a su salud enfermiza, fortalecida a partir de los 24 años, pero no por ello superada; sus enfermedades y desasosiegos eran muchas veces más imaginarios que reales. Por otra parte, carecía de dominio propio; estaba dotado de un carácter vacilante, y esto hizo que a menudo se encontrara en situaciones absurdas, ridículas y hasta humillantes. Su vida tenía toda la apariencia de una fuga de sí mismo, a pesar de que más bien rehuyó siempre toda compañía y amó la soledad. Se mantenía alejado de todo el mundo y jamás confesaba por entero sus pensamientos ni sentimientos, ni tan siquiera a su madre o a sus amigos; espíritu nada abierto, reconcentrado, prefería guardar siempre para sí algún pequeño rincón, algún secreto, por simple que fuera, porque, según él, de este modo conservaba siempre la libertad.
“Gogol era un ser esencialmente contradictorio y enigmático en todos los aspectos de su carácter y reacciones, e incluso en sus más elementales sentimientos, hasta el punto de hacerse incomprensible. Esa dualidad fue notable sobre todo en el aspecto religioso, y a medida que avanzaba su vida iba haciéndose cada vez más evidente; en los últimos tiempos su espíritu oscilaba continuamente entre los pensamientos del diablo y de Cristo. A causa de su debilidad espiritual, llegó incluso a creer que percibía al diablo casi de un modo físico”. (Prólogo de “Almas muertas”).
Con el pasar de los años su condición se agravó y el sentido de culpa y de pecado invadió el espacio de la creación artística y literaria. En la literatura y el arte también metía su mano el demonio. Su obra literaria era cosa del demonio. Los personajes que representaba eran demoníacos. “Se preguntaba si no era el mismo diablo el que guiaba su pluma”.
La influencia de amigos místicos y sobre todo la del fatídico pope Matvéi konstantinosvki (un sacerdote cristiano del rito ortodoxo griego) fue determinante en este sentido:
“El uno de enero de 1852 termina el segundo tomo de su ínclita obra (Almas muertas), pero a finales de mes sufre una grave depresión que le lleva a pensar sobre la idea de la muerte y la valía de su trabajo literario.
“A finales de enero, Gógol, a través de la mediación del conde Tolstói conoce al padre Matvéi Konstantinovski, religioso estricto, retrógrado y con opiniones contundentes sobre el pecado y la condenación, a quien comienza a visitar a menudo. Unas semanas antes de su muerte tuvo lugar una entrevista con el padre Matvéi en la éste le amenazó con los fuegos eternos del infierno y le pidió que renunciara a Pushkin y al ejercicio de la literatura. También le dijo que en su alma de escritor había cierta suciedad y que su obra resultaba poco convincente. Gogol trató infructuosamente de hacerle comprender que su talento literario era divino y que la literatura tenía un gran poder aleccionador, moralizante y didáctico. Sea como fuere, Gógol decidió seguir las severas prescripciones del religioso, que le aconsejó conceder el menor espacio posible al sueño, observar un ayuno estricto y pasar muchas horas rezando.
“El conde Tolstoi, preocupado por el estado de salud del escritor decidió recurrir al consejo de varios médicos y solicitó la ayuda al metropolita Filaret que escribió una carta personal a Gógol para solicitarle que pusiera fin a su inhumano ayuno.
“El siete de febrero de 1852, Gógol, se confiesa y de madrugada despierta a sus sirvientes delante de los que procede (como hizo 23 años antes con su primera obra Hans Küchelgarten) a la quema del manuscrito de la segunda parte de Almas muertas.
(Fue, a mi juicio -pcs-, algo de lo que posiblemente se arrepintió al instante, pues, según se afirma, “Inmediatamente manda llamar al conde Tolstoi, y le dice: ‘¡Ved lo que he hecho! ¡Qué poderoso es el diablo! ¡He aquí a qué me ha empujado!’ Tolstoi intenta consolarle, pero para Gogol ya no hay remedio…”).
“A partir de ese momento Gógol entró en un estado de apatía absoluta: apenas se levantaba de la cama, casi no dormía ni comía y apenas tenía fuerzas para contestar a las preguntas y solicitudes de sus angustiados amigos y de los preocupados médicos.
“El 20 de febrero alarmados por el estado de salud de Gógol, los facultativos (doctores Over, Evenins, Kliméntov, Sokologorski, Tarsénkov, Vorvinski) celebraron un consejo en el que se planteó la necesidad de prescindir de la voluntad del paciente y cuidarlo como si tuviera las facultades mentales perturbadas. Se le diagnosticó gastroenteritis por inanición. Los médicos no acababan de ponerse de acuerdo sobre su tratamiento y cada uno dispuso su remedio, a cual más estrafalario e inconveniente.
“Los últimos días de Gógol están marcados por una serie de torturas inhumanas: baños de agua caliente con aspersión de agua helada sobre la cabeza, cataplasmas en las piernas, aplicación de lonchas calientes de pan en el cuerpo desnudo, aplicación de sanguijuelas en la nariz que acababan deslazándose al interior de su boca, algo que no podía evitar por tener las manos atadas.
“Finalmente, el 14 de abril de 1852, sumido en una profunda e irreversible depresión, Gogol deja de comer y se deja morir en su residencia de Moscú”. (Roberto Monforte Dupret, “Nikolái Vasílievich Gógol”).
“Pushkin había muerto en 1837, y, tras su desaparición, muchos creían que Gógol era el padre de la literatura rusa. Nikolái Vasílievich Gógol había escrito: ‘No quiero que nadie llore por mí’, pero, ante la noticia de su muerte, Turguénev dirá: ‘En toda mi vida, nada me ha impresionado tanto como la muerte de Gógol’, y Serguéi Aksákov exclamará: ‘Ayer fue enterrado Nikolái Vasílievich. Todo está perdido. Tendremos que empezar a vivir sin Gógol.”’ (El viejo topo, “Vivir sin Gógol”).
El asunto Gógol
Órdenes de San Petersburgo
“A la atención de Su Excelencia el Comisario Principal, Maxim Pétrovich Artamónov, en Moscú.
“De orden de Su Majestad Imperial, se servirá redactar y enviar a este Ministerio del Interior, en el plazo máximo de tres meses, un completo informe sobre las causas del fallecimiento en esa Ciudad, el pasado 4 de marzo, del ilustre escritor Nicolái Vasílievitch Gógol. Hará extensivo dicho informe a investigar lo que haya de cierto en los rumores acerca de la destrucción, por esa misma fecha, de alguna o algunas de las obras del citado literato y, en su caso, de las causas de la misma.
“S.E. dará al informe de referencia la máxima prioridad, empleando para ello los medios materiales y personales que juzgue convenientes.
“En San Petersburgo, a 26 de marzo de 1852.-
“El Ministro del Interior.”