Mucho se viene hablando de reformas de Estado, y de la significación que estas tendrían para el futuro del país, en la construcción de ciudadanía. Pues la noción de reforma del Estado, no es más que una sana y efectiva distribución del poder, pero sobre todo evoca la necesidad de una clase política respetuosa y generosa con el Estado.

Durante años, venimos observando los factores que inciden y dificultan la madurez del Estado. Se destaca como determinante, la relación dual entre gobierno y Estado – que a nuestro entender, es lo más peligroso que existe para llevar a cabo reformas en América Latina y tener un Estado sano. Relación doble que además se expresa en el desconocimiento de la ciudadanía y la ambivalencia de los roles, al confundir gobierno con Estado, en medio de un híper presidencialismo que deslegitima todos los actos institucionales.

Mientras se utilizan las instituciones para el bienestar de los gobiernos, esa relación dual (que emana desde los gobiernos hacia el Estado) viene acompañada de violencia, de la agresión que cada cuatros años se ejerce contra el Estado. Siendo el gobierno, el primer opresor del Estado, que se enfurece contra él, descabezando funcionarios, liquidando planes, desviando presupuestos, eliminando proyectos, botando documentos, cambiando imagen – y acomodando instituciones, que niegan la continuidad administrativa. Mientras los aspirantes a dirigir el Estado se mercadean a sí mismos como “nuevo”, “definitivo”, “otra cosa”, … expresiones publicitarias que anuncian la futura gestión de gobiernos, cual equipos deportivos o marcas de productos en competencia.

Situaciones que reclaman la presencia de disciplinas, como la antropología, para explicar las relaciones de poder (y con el poder) que permiten que las instituciones pasen a ser mini gobiernos, en manos de funcionarios y empleados desaprensivos. Cabe explorar los aspectos culturales que subyacen en las conductas ocultas de la gerencia pública local, y en las relaciones institucionales, que parecen responder a misteriosas patologías de la conducta. Ya que se desconoce lo que sucede en las cabezas de estos individuos que pierden la perspectiva, al ocupar un puesto en instituciones del Estado (“se les subieron los humos”, dirian algunos).

Mientras el Estado aparece desacreditado, como es el caso nuestro, todos parecen hablar mal del Estado – incluso aquellos a los cuales se les paga el pasaje, para que vengan a legitimar que se trata de un Estado fallido. Mientras muchos otros dicen que es “ineficaz, fracasado, racista y corrupto”. Sancionado a nivel internacional, se trata de un Estado indefendible, incapaz de ser respectado, desprotegido ante los ataques de sus enemigos.

Los eventos parecen indicar que hemos intentado construir un Estado que no coincide con lo que pretendemos ser. Si el Estado es todo eso que dicen que es, tenemos que defendernos entonces de un Estado desprestigiado y malo. Mintiéndole al Estado, y protegiéndonos de él. Pero sobre todo, se nos hace necesario que empecemos a pensar qué venimos haciendo con el Estado y sus instituciones, tras años “amenazándonos” con reformas que lo llevarían a ser diferente. Y que hoy nos muestran un pobre escenario institucional.

Pareciera que el Estado es sólo una aspiración mítica de los ciudadanos dominicanos, que no tiene nada que ver con nuestra realidad: es un brujo, un titán repleto de esperanzas, de bolsas de mentiras que se traducen en programas gubernamentales clientelares. Nos ha faltado rigor para mejorar el Estado, porque no ha habido un rendimiento de cuenta, una sanción oportuna para aquellos que se han servido de todas las iniciativas, para construir una institucionalidad a la medida, manejando los asuntos del Estado a su antojo.

Hoy, cuando se vuelve difícil enfrentar los problemas que nos agobian como sociedad, pues sólo un Estado bien cimentado, de fuerte institucionalidad, puede enfrentar el acoso de todos los males sociales del presente. Debemos interrogarnos ¿Qué será de nosotros entonces, en medio de esta incertidumbre institucional, con un Estado desprotegido – donde nadie sabe lo que debe hacer para protegerlo, para mejorarlo ; y si lo sabe no tienen la capacidad, la voluntad, ni el compromiso para hacerlo?