Valió la pena correr el viernes hasta el Teatro Nacional para encontrarnos por primera vez con Gilberto Santa Rosa.
A las 8.30 p.m se abrió el telón y salió a escena una niña de 6 años, quien en una perfecta dicción, nos anunció: “¡Con Uds. Gilberto Santa Rosa!”.
La noche parecía traer novedades. Con la sala a medio llenar por un público heterogéneo, donde parecía haber de todo: amigos, políticos, el director del teatro, figuras de la televisión y funcionarios,” enamorados”, empezó el espectáculo.
Él estaba allí, el Caballero de la Salsa, ahora comprendo, ha podido ser el príncipe del bolero y la balada también, ahí estaba deslizándose suavemente en el escenario, bailando a pasos cortos, con elegancia, recordándonos, que no obstante la fuerza de la vulgaridad y desespero musical que nos arropa, aún sobreviven los músicos de calidad, los buenos intérpretes de la música popular.
Acompañado de una orquesta de 12 músicos, donde el rigor de la interpretación estaba presente en cada instrumento, disfrutamos de la conga hasta la trompeta espléndidamente tocada por una mujer.
Allí estaba Gilberto, con la frescura de hace 35 años, cuando comenzó a cantarnos y a encantarnos.
Se preguntó “preocupado”, cómo Niní Cáffaro aún permanecía igual a después de tantos años, y luego retumbó la salsa del amargue bien escrita, de la escuela de Blades y el bolero poesía de estos compositores tropicales, capaces de irrumpir en la melodía recordándonos a las mujeres que hemos sido y somos siempre amadas por estos hombres nuestros deliciosamente frágiles e inseguros.
La música de Santa Rosa llega y nos arrastra, entre las tonalidades de una voz agradablemente timbrada, hacia un ser humano sensible, sencillo y solidario, capaz de escoger composiciones de calidad para compartir con sus colegas, pero sobre todo con su público.
¡Cuánta riqueza ofertada a un público fiel, pero disperso, prisionero de la tecnología!
Muchos espectadores, talvez la mayoría, tenían sus BB encendidos, sin importarles el efecto que la luces ejercía en la mirada de los que no hemos podido ascender.
No obstante que al comenzar el espectáculos se les pidió no tomar fotos, los flash igual cortaban la obscuridad; grabaron, filmaron, cantaron y mandaron mensajes, mas no pudieron vivir la intensidad de la entrega de aquel artista a plenitud, porque las cosas no son perfectas. Todo, mientras cantaba Gilberto… “es mentira que los besos no saben a miel, que la magia termina, es mentira, me sabe a mentira”.
Durante 2 horas y media se nos entrego con la misma fuerza y pasión de las letras de sus canciones, mientras toda la platea lucia iluminada por las pantallas de los celulares, de funcionarios y mujeres apasionadas en conciertos de viernes, arrastrando el móvil con la misma destreza con que se porta un chal.
El público estaba en frenesís tecno- exhibicionista, mientras sonaba “que alguien me diga cómo se olvida, como se arranca para siempre un amor del corazón”.
El artista hizo un paréntesis para saludar, a “una persona importante en la sala”, la primera dama. Margarita, vestida de negro, se puso de pie, sí había primera dama también en concierto. Sonaron aplausos y sonó la salsa “Te agarro bajando”.
Mientras Gilberto cantaba, seguía llegando gente atrasada hasta el final del espectáculo, una verdadera orgía de mala educación, como si lo popular no mereciera rigor y respeto.
Entre los invitados del artista , cantando a dúo estuvo una Adalgisa Pantaleón impecable y un merenguero, Ricardo, con una composición de Jhonny Ventura, dedicada a la belleza de la mujer dominicana, súper bien interpretado por sus músicos bajo la colaboración de algunos intérpretes dominicanos.
Loable homenaje a la música tradicional, salpicado por la presencia de una Maridalia Hernández, renovada , sacada del público para cantar a capella con el anfitrión “para entenderte, hay que sentir tu soledad, hay que vivir tu compañía, para decirte amor hay que estar claro…”.
Gilberto había estado todo el concierto centrado, discreto y oportuno en sus comentarios, haciendo honor al calificativo de Caballero de la Salsa, llenando de elogios al país y al público” que le ha respondido desde siempre”. Sinceramente agradecido, hasta de la bella mujer que tiene.
Fue una noche en la que hubo de todo, intimidades, para reflexionar sobre la riqueza de un artista popular y la conducta de un público “generoso” y llenarnos el espíritu con una interpretación de calidad, al dejar deslizar las notas y las letras de aquellas canciones con la nostalgia de tiempos de gente educada, capaz de respectar las reglas del buen y bien vivir. Ahora es otra cosa.
Volvíamos a casa con aquella melodía pegada al alma, no sabíamos si nos dolía más la melodía agridulce o la mala educación de un público engalanado con sus mejores prendas materiales, pero carente de las cosas más esenciales del espíritu, el respeto por el otro.
Mientras pensaba que Gilberto Santa Rosa había olvidado cantar: “En la soledad, aprendí que todo es falsedad, triste realidad, si se tiene fe en la humanidad….”.
Un concierto irrepetible.