La lucha anticorrupción viene acompañada por un protocolo muy particular, dado por las características e independencia que tenga la justicia y, fuerza simbólica de la sanción social de las sociedades en que se desarrolla dicha lucha. Permitiendo conocer además, cuan sincera es la misma .

Algunos países cuentan con más de un organismo para investigar y castigar la corrupción, en otros apenas existe una pequeña oficina (Comisión ) con tres funcionarios, haciendo de guardianes de tan compleja conducta. Y hasta los presidentes salen en defensa de sus corruptos especiales.

Mientras la corrupción corroe las democracias, siendo tema impostergable para los gobiernos. Cada día, los ciudadanos indignados se empoderan de los temas y, reclaman mayor transparencia, mejor gestión de los políticos . Siendo los mediatizados casos de corrupción española, – que parecen arropar la clase política tradicional,- lo que mejor ilustran el esfuerzo institucional con el castigo social.

En América Latina, donde la gestión de Estado es parte del patrimonio personal de cualquier político, los pueblos vienen dando señales de su hartazgo, y las reacciones empiezan a manifestarse en casi todos los países de las Américas. Esto se ha visto especialmente en Brasil, sumido en una crisis política y económica, donde la corrupción en cadena amenaza con acabar con el mandato de la presidenta Dilma Rousseff. Que tiene varios funcionarios en prisión.

Dentro de la diversidad de instituciones y organismos para frenar la inconducta, cabe destacar como la lucha contra la corrupción viene también acompañada de una “gestualidad” que va a determinar el nivel de compromiso que tiene la nación en llevar a cabo sus políticas y planes de prevención y persecución.

Lo que se puede ilustrar, al observar la gráfica de la detención del ex vice presidente económico del gobierno español y ex director gerente del FMI, Rodrigo Rato, último gran imputado en varios casos de corrupción, quien al ser aprendido por los agentes de vigilancia aduanera, fue dejado en libertad 7 horas más tarde. Esto dejó impactada la sociedad española, sumergida en la corrupción por el aparataje del arresto y rapidez de la liberación.

Lo cierto es ,que sí existe un manejo político para calmar los ánimos de los opositores o ratificar cualquier error judicial. El intento de subsanar la afrenta que recibió el Sr Rato es inútil: las marcas que han dejado la gestualidad de la justicia española en la trayectoria de lo que fue un político emblemático del PP, son todo menos indelebles.

Aquella imagen del agente de vigilancia aduanera tomando por la nuca al político acusado, para hacerle entrar al auto, lo condenan de por vida. Este gesto solo ilustra el tratamiento que se le da a cualquier delincuente común, sospechoso de no someterse a la reglas y al orden, cayendo el peso de la sanción social, el desprecio de la sociedad, que observa horrorizada.

En nuestra realidad donde (la sanción social es escasa) no existen tantos órganos especializados para perseguir delincuentes – acusados de corrupción – de diferentes orígenes sociales y políticos, resultaría extraño ver algún político imputado por corrupción, sujeto a la gestualidad de la justicia. La misma gestualidad a la cual fue sometido Rato, trae consigo la justicia, cuando se aplica con rigor, en países como EE.UU o China, por ejemplo – donde se esposan los imputados, se les viste de vestimentas especiales, se les corta el pelo, se les toma foto. Y se les mantiene alejados de familiares y amigos durante los juicios.

Cabe observar que nuestros históricos y actuales imputados de corrupción, jamás son esposados, ni tratados como delincuentes comunes: no son humillados socialmente, como fue el caso de Omega y otros. Estos llegan a los tribunales trajeados, en sus jeepetas, con escoltas y familiares. En los recesos, ellos twittean, chatean, toman café y se distienden; no hay rigor ni siquiera en el decorado que acoge la justicia. Y mucho menos en la gestualidad de la justicia, la cual les trata más bien como sus invitados. Pareciera que las “autoridades” están allí para hacerles grata la estadía.

Lo que se puede ilustrar con algunas imágenes: basta con recordar la salida de Franco Badía, liberado tras ser acusado en el escándalo de RENOVE. En la prensa de la época, aparece el político acusado de corrupto, deslizándose por las escalinatas del Palacio de Justicia, pañuelito blanco en la mano derecha, saludando sonriente, cual pasajero descendiendo de un crucero, aplaudido y victoriado por sus seguidores, tras quedar en libertad.

Otro ejemplo de carencia de gestualidad judicial, es el caso del senador Félix Bautista quien, durante todo el juicio, se manifestó seguro, relajado y hasta alegre en algunas sesiones. Siendo el colmo de la exuberancia, aquel gesto victorioso que lo muestra felicitado y aupado por su público (defensores, funcionarios, familiares y seguidores), al recibir el fallo de “No a lugar” de un juez que parece desconocer la gestualidad judicial.

Esas imágenes, carentes de los estigmas sociales que acompañan la gestualidad judicial, vehiculan la imagen triunfadora del corrupto local. Ellas alientan la impunidad, al superponer los imputados a la sociedad y al sistema de justicia, que no alcanza a hacer sentir su presencia, su peso. Es una justicia light, carente de autoridad simbólica, inclusive. Sus miembros desconocen el rol que juegan social e históricamente.

La lucha contra la corrupción en nuestro país ,debe ser analizada a partir de esa carencia de instrumentos sociales y culturales, ejemplarizantes, del ritual y la gestualidad sancionadora – dentro de la cual la sociedad pueda contribuir a castigar, aunque sea socialmente y simbólicamente,- como suele suceder en otras sociedades.

La impunidad ante los delitos de corrupción en sociedades – como la nuestra -donde la sanción social ha disminuido, y la sanción institucionalmente es inexistente para ciertos actores sociales, contribuyen a socavar la confianza de la ciudadanía, y el peso que representa la fuerza social coercitiva, de la cual forman parte las instituciones de persecución y sanción.

El imaginario colectivo del pueblo dominicano está impregnado de falsos mensajes en torno a la lucha contra la corrupción: “No importa ser corrupto, siempre saldremos triunfantes”.