¡Qué interesante! Hay más Zombies. Otros Zombies se chupan mi lollipop. Un Zomby de azul nos pone la rodilla sobre la nuca mientras se dedica a pensar con una mano en el bolsillo y la mirada perdida en una infancia aterradora para mí, pero un juguete feliz para él. La indiferencia del coro justiciero de los 4 fantásticos es pavorosa. Da risa el trance anti poético de la violencia azul. El demonio del viejo orden imagina una risa vergonzosa y decepcionante al ver la pose del orden racial. La pandemia del Covid-19 puso al descubierto las debilidades de un sistema de progreso depredador. Ataca la miseria. Protege a los opresores. Condena la plutocrats a un suicidio histórico inevitable. Por cierto, el curso innombrable ya no es tan isleño. El abuso no tiene un origen tropical. Es una radiografía universal fálica. Una ruleta rusa de media isla. Brutal. Bochornosa. Alimenta muchas desilusiones. La decepción globalizada me recuerda el pasado diciembre. En nuestra funeraria políglota había otros Zombies, carnaval y bachata suficiente para amanecer en un Colmadón del paraíso. Todos los dolientes eran trabajadores esenciales. No vendieron sus lágrimas. Los muertos tampoco. Fue el sombrío mes de mi onomástico. Nadie encendió una vela para llorarme. El ladrón de mi ataúd no estaba en la sala del olvido. Mis flores se las regalaron a una familia de homeless del Valle de los caídos. Fue mi última voluntad. Estaba acariciando la desolación de los nichos apátridas del Cementerio de la avenida Independencia, donde todavía permanecen los restos del poeta dominico haitiano, Jacques Viau Renaud, o en el santuario emblemático de la avenida Máximo Gómez, bautizado con el nombre de uno de los patriotas que liberó la Cuba colonial de otra era mientras Jacques nos liberó de otra urgente humillación imperialista. Las ferias del libro nacionales o internacionales lo segregan hasta el punto de que su grandeza no cabe ni en España ni en su Media isla, la que defendió como una sola. Al orden actual poco le importa. Y yo me pregunto: ¿Es que Jacques Viau es un kurdo negro, un palestino de arena o un gitano de piel neutra? El gran divo de la negritud arrastra el síndrome de su origen. El mundo es tan civilizado que le sigue negando una patria a la razón. Los depredadores de la cultura no comprenden que hay que pagar esa cuenta, tarde o temprano. El olvido es una derrota multi generacional. Nunca es tarde. No olviden que nosotros estamos de paso. Todos somos sicarios de algún orden pandémico. Es mejor ser el pionero de la negritud que el asco de los culturólogos de turno. Tampoco nos avergueza que, a través de los años, le negaran la Secretaría de Cultura al gran poeta, Mateo Morrison. ¿Cómo podemos callar esa deuda impagable? Tal vez es tiempo de que se haga algo distinto. ¿Hay alguna excusa racial de por medio? Mañana lloraremos esa decepción. Al emigrar, la nueva disidencia exiliada corre la misma suerte de Jacques. Todos somos Jacques. No importa si emigras dentro del arca de Noé.

Volviendo a la introducción de este ensayo, la esencialidad asegura ese rol suicida. Hablo de finales del 2019. Teníamos que alimentar la peste transnacional. Después de un ciclo de cosechas mortuorias poéticas, se demostró que los poetas no eran invencibles. No eran incorruptibles. Hablo del norte presente. Entramos en estos brotes aterradores de la mala poesía, de las turbas del placer, de los eternos fundraising de la supervivencia política, de la industria del reconocimiento. Es decepcionante ver a algunos desertores de la pasión por la verdad demoliendo sus vértebras para arrodillarnos ante la sombra tardía de uno de nuestros más nefastos caudillos, dichosos del oficio de rodar por el fango imperial. Mueren en vida y, a veces, descienden hasta convertirse en cadáveres deliciosos de la más solemne putrefacción política, o literaria. Visitan las redes de la disolución social para defender al policía abstracto, al arquetipo del que asesinó a George Floyd en 8 minutos y 46 segundos. Fuimos dichosos de que el reverendo Al Sharpton tuviera el mérito de reconocer la victoria de George Floyd ante el gran púlpito de la sombra que hoy ilumina el mundo. Surgió otra pedagogía libertaria. Algunos policías aprendieron a hincarse. Otros extendieron las manos. Abrazaron otra filosofía. La brutalidad tropezó con un signo de interrogación. El agresor se convirtió en el héroe de un proyecto fallido. Hay una masa literaria de los que continúan entubados, conectados, sin ningún pudor, ni rigor, a una derrota vergonzosa. Atan lo último que les queda de deshonor a la metamorfosis de la agonía, como dice un audio poema del autor de este juego literario, de esta enfermedad que le devuelve al poema su conexión oral, su angustia musical rebelde. Estos falsos profetas se dejan dominar por la vanidad estomacal de comer mejor que su pueblo, al menor costo. El universo de un YO globalizado rige la cultura de la opresión. Parece imposible que la isla Saona o Boca Chica pueda dialogar con La histórica Tortuga, antiguo monumento pirata. Esa es una de las razones, por las cuales es ya muy difícil encontrar a un poeta joven y vivo, a pesar del efecto multiplicador de la pandemia amoral del planeta del vacío. Nunca encontramos el lenguaje que nos salvaría de tanto dolor continuo. Algunas de las ferias del Zoom Zoom Zoom son aterradoras. Se gesta una desaparición a plena luz del día. La imaginación del poder ha muerto en los predios del aburrimiento. Un poema falso asalta la conciencia pequeño burguesa. Es el negocio de una cultura que vive en la sombra, aislada de sus orígenes, desconectada de sus exilios. La democracia es un tumor maligno. Aplaudan esta mirada o disparen hacia esta verdad. Es el carnaval de una peste agónica donde cobra un ministro arrogante, aplaude un dictador y ladra un perro oportunista, arrastrando el hueso de “Los amos”. Se celebra una comedia presumiblemente presidencial. La transgresión absoluta sería leer frente a una fosa común. Puede ser una antología armada a la parrilla, un cementerio esperanzador o una morgue alegre, llena de guloyas; los sicarios esenciales cantando para que nos asalte, a propósito del alzamiento actual pro los infinitos Floyd, un poema más apasionante que la Divina Comedia actual. El 7 de julio jugarán otra vez al cambio sin promesas, a una dialéctica turbia y sospechosa. De este lado, esperaremos a noviembre para confirmar si es otro Matadero electoral pandémico. Es una farsa que contagia a los mercenarios sin cartera o a los futuros asesores culturales, así como a los supuestos miembros de la Secretraría de relaciones exteriores como al adefesio humano que dice ser Sonia Vargas, ex embajadora en Chile; es ella quien se ha dado a la tarea de denigrar a los inmigrantes de su mismo origen, ignorando qué papel, en el teatro de la miseria, representan tantos trabajadores esenciales, artistas, profesionales e intelectuales, sin cuyos aportes, en todos los órdenes, la situación sería más frustratoria. Señores, el suicidio es colectivo, pero nadie se da por enterado.

Yo morí puntualmente mientras leía mi obra maestra. El ocaso se hizo cargo de mi desilusión. Nos convertimos en herramientas de una mentira pegajosa, asquerosa, celebrada para alimentar un fascismo frívolo. No tiene seguidores inteligentes. Administrado por un Calígula glorioso, es encantador ver lo que el sistema esconde y todo lo que de otro modo no podíamos entender. Triunfó un ejercicio cultural apocalíptico. Falta el desfile militar. Pagamos por el teatro de “la subculture” de una segregación histórica. Todos confirmamos que esta última peste no la escribió Albert Camus. Es un carnaval que golpea de manera inmisericorde a los mismos empresarios del batey sin caña porque creen que estamos en otro planeta.

Deseaba celebrar el fracaso de tanta virulencia sin sentido con otra conclusión. Lectores queridos, a propósito de George Floyd, esta hubiera sido otra brillante oportunidad para descubrir que somos negros aunque no tengamos la menor intención de casarnos con la locura de un mundo nuevo.