Nadie se imaginaba que “un sencillo encuentro’ en la casa de verano del Presidente Trump iba a desencadenar tantos editoriales. Muchas especulaciones se tejieron alrededor de la invitación a algunos Presidentes del “borde caribeño” a Mar a Lago, en Florida. ¿Por qué esas conjeturas? Porque la reunión se convocó de un día para otro, fuera de agenda oficial, se celebró en una residencia civil y ningún otro Presidente había exhibido tanta informalidad con los gobernantes de la región. ¡Muchas razones había para agradecer al presidente haitiano, Jovenel Moïse; al primer ministro de Jamaica, Andrew Holness; al de Santa Lucía, Allen Chastanet, al de Las Bahamas, Hubert Minnis y a Danilo Medina, de la República Dominicana, por obedecer a una invitación repentina, ¡casi una orden!.
Hasta los geopolíticos fueron sorprendidos por esa inusual invitación pero también por otro aspecto: América del Norte, desde la llegada de su actual Presidente, en un largo primer tiempo, dio la impresión de olvidarse de América latina y en particular del Caribe. Sin embargo, a favor de los cambios recientes de gobiernos latinoamericanos y la cooperación súbita de América del Norte, con esos sistemas de derechas, se evidencio que su interés perduraba pero que actuaba, bajo nuevas modalidades “subterráneas” o invisibilizadas o blandas. Tío Sam no dormía, solo estaba en hibernación.
En cuanto a su política hacia el Caribe Insular, es obvio que América del Norte, lo trata conforme al tamaño de sus islas y a la calidad de sus gobernantes, actuando sobre “la soga” de manera distendida por momento y en otros, “tendiéndola”: en relación con Cuba, Obama la distendió, soportando el régimen pero hoy Trump castiga, amenaza e impone a Cuba un nuevo embargo y sanciones comerciales incluyendo a los socios europeos de Cuba ; con Haití, vigila y monitorea por desconfiar en sus elites, que ella misma pone y corrompe ; en R.D. aconseja y acompaña como a un paciente enfermo (para mejorar la tolerancia sexual, la lucha contra la droga, el lavado, el crimen, la eficiencia administrativa) con asesorías y cuotas preferenciales (migración, comercio) pero tolera la corrupción ; en cuanto a Puerto Rico, la sanciona con abandono financiero por su expulsión de Vieques y Culebra- como se comprobó después el paso del ciclón María- pero facilita la fuga de cerebros hacia Florida ; en cuanto a las posesiones neo-coloniales de Francia, Holanda e Reino Unido, como no constituyen amenazas, las invita al diálogo amistoso, pero como no tienen grandes recursos (excepto la base aeroespacial de Gurú en Guayana) las usa con múltiples fines, con el turismo de alta gama con campos de golfs agotadores de las reservas de agua (que poco tienen) y como escala, en la ruta de la droga hacia el mercado europeo.
Pero de manera repentina, el Presidente Trump llama a los gobernantes del Caribe insular, a su casa, en Mar a Lago, no a todos. Ningún de los países en “conflictos de intereses con EE.UU” fue invitado, lo fueron países, sin contencioso, que acudieron sin pestañar a la cita.
El Gran Caribe, con su mar interior está conformado por un total de 25 países, de idiomas y culturas diferentes producto del proceso histórico de dominación y de muchas confluencias e interrelaciones, pero sin o con pocas relaciones entre ellos. Su importancia es eminentemente coyuntural pero América del Norte, considera como espacio vital, el Mar Caribe, por tener su plataforma continental rica en petróleo, sus costas Sur, albergues de grandes bases navales y aeroespaciales (Houston, Cabo Cañaveral) y Venezuela, la mayor reserva petrolífera del Planeta.
Se entiende la preocupación y el interés incrementado, con la presencia reciente de China, en Nicaragua, Cuba, Panamá y Venezuela y Rusia en Cuba y Venezuela; esta realidad ha despertado en la zona, de nuevo, intereses geopolíticos diversificados, avivados por las inversiones en infraestructuras que impactaran en la economía norteamericana y las inmensas reservas naturales descubiertas en Venezuela y en Guayana francesa (oro).
En cuanto, al Caribe insular, el aparente desinterés de los EE.UU era evidente: habían “soltado” a Puerto Rico, usando su mano de obra especializada para el desarrollo de los Estados del Sur de su territorio, permitiendo que el flujo migratorio desde Haití y República Dominicana continúe para mantener las plantaciones de café y que sea usada como receptáculo de la droga que entra a New York o a Europa. La despoblación -de Puerto Rico y todas las islas de las Pequeñas Antillas- se convirtió en una estrategia económica, que permite, por un lado la depreciación del capital invertido en ella a la espera de una recuperación especulativa y a los diferentes Estados presentes, mantener a un costo mínimo, sus posesiones territoriales: para Francia, sirven, de “base” militar, para sus operaciones nucleares en el Pacífico y en Guayana francesa y para Holanda, tiene en Trinidad y Tobago, sus intereses puestos en las refinerías de petróleo en el Caribe. En todos los casos, esas pequeñas posesiones no reciben grandes inversiones en obras, el ciclón María las desnudo en su semi-abandono. En algunos casos, son lugares de turismo de alta gama, exclusivos por su acceso difícil.
La percepción de EE.UU en relación con las islitas del Caribe se pudo apreciar en varias oportunidades durante varias décadas. Con Puerto Rico, Vieques y Culebra, en tiempos de la guerra fría convertidas en campos de entrenamiento militar y campos de mina. Después, con la Iniciativa de la Cuenca del Caribe, cuando las tierras fueron convertidas en desechables por los vertederos y la contaminación del manto freático con la instalación de las industrias farmacéuticas, eléctricas, petroquímicas o con las políticas de exportación de sus desechos peligrosos de los hospitales como ocurrió en Puerto Rico pero también en Rep. Dominicana en la llanura de Sanson en Oviedo, o con el rockash en Samaná y Manzanillo y en Haití con la creación de vertederos para enterrar los residuos radiactivos.
Entonces, ese interés súbito por el Caribe insular y el Gran Caribe, en nuestros tiempos, no se debe a una reingeniería política, se debe relacionar con la presencia de China en el continente americano como en Nicaragua con el canal interoceánico, como constructora del puerto Mariel en Cuba, del canal de Panamá, China presente con su ofensiva diplomática, seduciendo, invitando, prometiendo a todos sus visitantes, en particular a Danilo Medina recientemente.
Es evidente que Donald Trump habló de China, pero también de Venezuela y de Nicaragua a nuestros gobernantes y es fácil imaginarse que las conversaciones, no fueron solamente diplomáticas, fueron de “amigos necesitados”, recordándoles que América sigue siendo de los americanos, a pesar de las percepciones y la seducción ejercidas por el Sr Obama.
Y el señor Trump, para ser más convincente, exhibió un mapa con el último reducto del califato del grupo terrorista (EI) en Siria y como había sido eliminado "ciento por ciento". Así, los invitados, gobernantes de Bahamas, Santa Lucía, Jamaica, Haití y República Dominicana sintieron la potencia militar del anfitrión. De igual manera, se convencieron que su posición sobre la cuestión venezolana, asumido ante la OEA, propiciando la paz, era difícil de mantener. Entonces, el presidente Donald Trump les aseguro que tratarán formas de beneficios mutuos.
Pues en ese clima de confianza, Haití, aprovechó para solicitar ayudas para definir sus límites territoriales marítimos y su condición de archipiélago ya que todos tienen presentes el valor incalculables de los nódulos polimetálicos a explotar en los fondos marítimos, que si son de costos elevados, no menos cierto, es que con la ayuda de los EE.UU reportarán beneficios a los gobernantes, que impulsen su explotación. Por su parte, Andrew Holness de Jamaica, pidió fondos por su desarrollo energético y su Seguridad ya, que el deseo apenas confesado del Sr Trump es liquidar lo que queda del programa de PetroCaribe con las islitas del Caribe. ¿Qué pidieron los otros? No trascendió, pero es fácil imaginar: ejemplo con la Iniciativa de Seguridad de la Cuenca del Caribe. Esta fue suscrita por Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, República Dominicana, Granada, Guyana, Haití, Jamaica, St. Kitts y Nevis, Sta. Lucía, San Vicente y las Grenadinas, Surinam, Trinidad y Tobago y Estados Unidos….. ¡y casi todos esos países formaban parte del acuerdo Petrocaribe!. Es obvio que los Estados Unidos pusieron el blanco justo ahí donde se fortaleció una coalición no sometida a sus normas y reglas y en un extenso territorio –marítimo y no- altamente estratégico.
Es evidente por lo tanto, que el Gran Caribe es y sigue siendo, uno de los más sólidos pilares de la supremacía de EE.UU en el planeta. No está en discusión soltarlo, nadie olvidó la suerte de Grenada. Pero, es también un territorio en disputa entre bloques militares y comerciales, Es evidente que el Gran Caribe es un punto de bifurcación con horizontes dislocados, con sujetos variados y donde las cuatro potencias mundiales se enfrentan con visiones de dominación y explotación de largo plazo. En esas condiciones, el Sr Trump, en nombre de los EE.UU deberá, no solo seguir jugando golf, deberá aprender a bucear y a surfear en aguas turbias y tumultuosas.