Un pensador identificado como An Wang es citado en “Lessons: An Autobiographic” diciendo -publicado en una importante revista popular- que “El éxito se debe más al sentido común que al genio”.
Este es un juicio apresurado e irreflexivo (aunque el contexto de la frase se dirige al “genio”, no necesariamente a la genialidad). ¿Qué tipo de éxito es ése?
No está de más aclarar que la genialidad no persigue cualquier éxito sino la confirmación de ideas creativas que suelen ser originales y que están obligadas a ser precisas y plausibles, con vocación de universalidad.
El sentido común suele tener prisa y andar en vuelo rasante sobre la realidad, no en las honduras de sus profundidades intrínsecas.
La escasa genialidad que ha visto el mundo se mueve bajo otras premisas más cuidadas y cuidadosas, más minuciosas y severas, verificables, llenas de ser y de pervivir.
El sentido común no desafía nada y actúa con ceguera, guiado por el curso regular de los acontecimientos sin pretensiones de modificación de nada
El sentido común no intenta desentrañar nada sino que se guía por lo visual e inmediato. No es entrañable ni minuciosa. Es inmediatista y tiene prisa.
La genialidad, aunque no prescinde del sentido común (que le sirve de arrancada, sobre todo en lo que concierne a la ciencia, por ejemplo), se guía por criterios racionales, por exactitudes, por premisas que puedan ser sancionadas como ciertas, no inmutables pero sí verídicas.
El sentido común es un sentimiento colectivo que arroja más incertidumbre que certezas dado que no tiende a las exigencias y severidad del racionalismo que acompaña al espíritu científico.
(Ahora bien, no se necesita del genio para adquirir un producto a un precio y venderlo más caro y hacerlo pasar como “éxito”) como tampoco es necesario para hacerse poderoso.
La genialidad, si se le puede seguir llamando de esa forma ya que junto a la iconocidad, la ha ido gastando el uso, recurre a las dudas, al excepticismo exento de dogmatismo, libre de la espantosa marea de la superstición, a la concisión, a las flamas de la seguridad a su favor, a la insuperable idea del acierto indudable.
El sentido común no desafía nada y actúa con ceguera, guiado por el curso regular de los acontecimientos sin pretensiones de modificación de nada, sin búsquedas transformadoras.
El genio llega para transgredir, para izar otras banderas, para mostrar un devenir inédito y de ahí la perdurabilidad de sus éxitos.