La genética es el estudio de las leyes que determinan la herencia biológica. Los rasgos heredados permiten la continuidad en las especies, son los que logran que el hijo de una pareja de perros dálmatas nazca como dálmata y no como un chihuahua, una vaca o gallina.
Tenemos relativamente poco conociendo las leyes de la genética, porque fueron descubiertas hace menos de dos siglos por Gregor Mendel un monje católico, quien en una investigación realizada en guisantes logró determinar reglas biológicas que permitían establecer patrones predictivos de los rasgos que manifestarían los hijos en relación con sus progenitores. Los hijos harán una selección entre los rasgos de cada uno de los padres que los engendra, pero Mendel descubrió que existen leyes que determinan cómo esto sucederá.
Según las leyes mendelianas la herencia se transmite mediante un patrón rígido, sin embargo, Lamarck había propuesto que las especies evolucionaban en un proceso de “tanteos” que permitían adaptarse mejor al medio ambiente. Aunque sonaba lógico, las leyes de la genética parecían descartarlo con evidencias científicas. Sin embargo, los estudios de la evolución de las especies de Darwin demuestran de forma contundente que en realidad sí sucedía. Las especies presentaban modificaciones en respuesta al medio ambiente, pese a la existencia de las leyes de la genética. Los postulados de la investigación científica de Mendel estaban siendo enfrentados por las evidencias presentadas por Darwin. La ciencia decía no y también decía sí, posteriormente descubriríamos el “pero” con evidencias científicas más avanzadas que cerrarían esta controversia.
Evidentemente estamos sometidos a leyes que regulan la herencia, pero también es evidente que somos capaces de modificar nuestra naturaleza en respuesta al medio ambiente. Esto pudo ser explicado con el desarrollo de la Epigenética, que mostró que, si bien tenemos rasgos heredados fijos, el que lo genes que heredamos se manifiesten, guarda cierta relación con estímulos importantes y persistentes que se nos presenten. No todos serían capaces de adaptarse a nuevos retos, pero los que lo logran modificándose a sí mismos, son los que sobreviven y propagan sus genes a sus descendientes. Los organismos que pueden cambiar son los que tienen mejores posibilidades de evolucionar.
La epigénesis no cambia los genes, solamente determina que estos se manifiesten o no. Esto sucede mediante el diálogo del organismo con el medio ambiente que provoca unos procesos bioquímicos (metilación y acetilación) que posibilitan que un gen se exprese o no. Nuestra especie en los últimos dos siglos ha estado forzada a realizar modificaciones en su anatomía y fisiología porque nuestro estilo de vida ha cambiado significativamente con relación a como vivíamos durante cientos de miles de años. Por ejemplo: ahora pasamos mucho tiempo sentados, comemos menos carne, nuestros períodos de ayuno no son tan prolongados, necesitamos menos la fuerza física, nuestra agresividad es un inconveniente para la civilización actual, la hembra humana realiza casi las mismas actividades que el macho, etc. Por todo lo anterior estamos evolucionando, pero los cambios biológicos no son tan rápidos, por lo que creamos adaptaciones artificiales para poder subsistir como especie.
Al igual que recibimos los rasgos físicos, también heredamos la cultura y el inconsciente colectivo en el cual vivimos, determinando nuestra forma de pensar. Así como se creyó que los elementos físicos eran inmodificables, muchos consideran que nuestros esquemas mentales no pueden modificarse. Pero nosotros podemos y debemos hacer modificaciones no sólo en los conceptos culturales que recibimos (costumbres, religión, leyes), sino también en nuestra forma de procesar la información. Si algunas cosas no han marchado bien hasta ahora, tenemos que revisar el por qué y modificar los posibles errores ocultos. Recordemos ese principio que han transmitido varios pensadores de que, si nos mantenemos pensando y haciendo lo mismo, seguiremos consiguiendo lo mismo. Como ejemplo: estamos destruyendo nuestro medio ambiente y aunque queremos que alguien haga algo, nos resulta difícil hacer nuestra parte. Tenemos la inteligencia suficiente para poder entender que las posturas individualistas que asumimos además de no ser éticas tampoco son lógicas ni convenientes, pero no lo estamo analizando bien. Sólo podemos evolucionar si nos damos cuenta de que somos células de un mismo cuerpo.
Somos animales racionales y la razón o inteligencia, es precisamente lo más fuerte que tenemos y lo que nos ha permitido la mejor adaptación, pero no la estamos utilizando correctamente. Por nuestra razón hemos llegado hasta aquí, pero sólo mejorando nuestro pensamiento podemos proseguir. Nuestros estados mentales contribuyen a provocar modificaciones epigenéticas en nuestro genoma, por lo que nuestros estilos de vida determinan nuestra calidad de vida y la de nuestros descendientes.
Es posible que ya hayas comprendido las tremendas implicaciones que tiene lo que estamos hablando, simplemente el que la mente tiene repercusiones en nuestra biología molecular ya que es un factor epigenético. Todavía más claro: tu mente puede modificar estructuralmente tu organismo y el de tus descendientes.
Hemos logrado un impresionante progreso a nivel de nuestro mundo exterior, pero nos hemos quedado rezagados en nuestro desarrollo interior. Todavía no hemos logrado la estabilidad emocional y el desarrollo de conciencia necesarios para tomar el adecuado control de nuestros procesos biológicos. Por otro lado, tenemos que aprender a funcionar de forma más integrativa o colectiva, lo que es necesario para que nuestro desarrollo sea realmente sostenible. Estamos aprendiendo, pero debemos acelerar el proceso. Los más rígidos e inadaptados, debido a los mecanismos de selección natural, desaparecerán como siempre lo han hecho. Es preciso que comiences a manifestar lo que realmente eres.