Génesis  tenía quince años cuando la pobreza extrema la hizo salir de un campo de Ocoa.  Justifica su decisión de esta manera: “Cuando quería una china tenía que esperar que la mata pare,  en la capital  si tienes cinco pesos la puedes comprar”.

Todas las  visas para un sueño no llevan a  Nueva Yol,  tiran más bien a las soñadoras a la entrada de un barrio de la capital donde miles de jóvenes como  ellas han llegado desde los campos más remotos del país detrás del dinerito que permite comprar la china.

La linda y fina jovencita de piel clara y de ojos verdes llegó a un sector donde florecen los hoteles tipo moteles y donde el trabajo sexual es vía de ingresos rápidos. Era una presa fácil. De letras sabía muy poco, de educación sexual ni hablar, solo conocía el abuso de un vecino, era una más sin oficio ni protección  en la jungla barrial.

Veinte años después de su llegada a Villas Agrícolas deambula todavía en las esquinas con su niño menor en los brazos buscando un “servicio”, o mejor dicho un cliente, porque necesita alguito de dinero para la leche y la comida. Sin embargo, la competencia es muy dura para conseguir un “servicio”,  nadie la llama ya que no quedan rastros de su belleza, solo subsiste una mujer flaca y demacrada frente a las jovencitas frescas y recién llegadas.  Ellas son parte de nuevas redes. A ninguna les gusta el hombre dominicano, prefieren los chinos y los españoles porque no las fuerzan a tomar ni meterse drogas.

Génesis tuvo ocho embarazos, siete llevados a término y uno que perdió “accidentalmente”.  En el transcurso de los años fue obligada a entregar dos de sus crías a la abuela y otra a un familiar, porque carecía de recursos y de espacios para tenerlas.

Tiene un compañero del cual se quiere separar. No lo quiere y no comparten nada.  La maltrata si no hay comida y la maltrata si se da cuenta que sale a buscar clientes para conseguir los cheles de la comida. De todas maneras la golpea. Martín trabaja de noche en un colmadón donde se la pasa bebiendo y metiéndose drogas; más  toma y más se mete más la golpea.

Viven con cuatro de los hijos en una habitación minúscula y totalmente insalubre  que carece de las más mínimas condiciones. Para acceder a la habitación hay que pasar por encima de la cama. El olor es fétido, hay residuos de comida por doquiera y un solo colchón donde duermen los que se acuestan primero,  los demás duermen en el piso.

Génesis es una mujer desmejorada físicamente, quebrada,  triste, apagada, transparente e invisible. Tiene la autoestima por el suelo. A veces pasa dos días sin probar bocado alguno. Está muy apegada a los hijos que viven con ella y no está dispuesta a deshacerse de ellos: “solo los perros dan sus hijos y yo no soy una perra”.

A pesar de su situación sigue soñando en dar un mejor porvenir a sus hijos para que no pasen las privaciones que ella ha conocido. No se da cuenta que ellos ya están atrapados en el ciclo de la violencia,  ya han sido abusados y, como ella,  padecen de la negación de sus derechos más elementales.

Hay todavía miles de Génesis en este país,  en situación de vulnerabilidad extrema, y que son completamente transparentes a nuestros ojos: si no las buscamos no las vemos.  Sin embargo, han padecido y padecen una violencia perpetua: violencia física, violencia sexual, violencia económica, en fin violencia en contra de derechos que desconocen y nunca ejercen.

Debemos admitir que esos derechos reconocidos por convenciones internacionales, leyes y tribunales, y que defendemos en este Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, no se conocen y aplican a cabalidad en ningún estrato de nuestra sociedad. Debemos redoblar nuestra vigilancia para luchar con actos y no solamente con palabras y discursos contra los elementos culturales, económicos, religiosos y políticos  que mantienen tan alienadas a nuestras mujeres.