Las mujeres heterosexuales, los hombres y mujeres homosexuales, bisexuales, intersexuales y las personas trans, han sido discriminadas y violentadas históricamente por ser ellos, ellas y elles. Por ser diferentes, por tener una orientación, identidad y expresión de género que no encaja con los estándares y cánones sociales impuestos por una cultura de Estado cisgénero, heteronormativa que aparta y menosprecia a las personas con sexualidades diferentes a la impuesta en el sistema patriarcal binario –heterosexual. Estas  personas han sido condenadas y marginadas socialmente por vivir en una sociedad donde el género es fundamental para el estilo de vida que pueda tener una persona. Donde ser hombre, heterosexual, macho, varón, “masculino” con pene entre las piernas es un requisito indispensable para no ser discriminado, hostigado y menospreciado.

No podemos hablar de discriminación y violencia contra las mujeres y poblaciones LGBTI, sin abordar el concepto de género. Martha Lamas define el género, “como una construcción simbólica, establecida sobre los datos biológicos de la diferencia sexual” (Lamas, 1996).  Primero la profesora Lamas parte reconociendo que el género es una construcción social que descansa sobre símbolos de la estructura social. La sociedad misma mal construye el género basándose en la  diferencia biológica de sexos. Esta construcción simbólica en un Estado que invisibiliza y excluye las diversidades sexuales,  se refiere a una construcción social que conceptualiza el género de la persona, no a partir de la autoexpresión, la identidad y el derecho libre de autodefinirse que tienen las personas, sino que de manera arbitraria, rígida y heteronormativa; define el género partiendo de los órganos reproductivos y genitales de nacimiento de la persona.  Y esa conceptualización de la persona se representa a través  de sus genitales, en una sociedad que marginaliza e inmaterializa a las mujeres y a las personas LGBTI por ser lo que son, es donde se le atribuyen enormes pesos y características de orden cultural, religioso, económico y social que “naturalmente” le corresponde a un género determinado. 

Por ejemplo en una sociedad como esta, es esperado que la mujer se quede en casa cuidando a los hijos e hijas, se ocupe de las tareas domésticas, sean sensibles y atentas con sus familias y esposos. Tenga buena reputación, control de sí mismas, tengan valores humanos y cristianos, tenga una fe madura y procuren siempre tener un hogar amoroso y armonioso. Entre mil características más junto a  los cánones de belleza que le exige la sociedad occidental. Si hablamos de un hombre homosexual lo tildan de desviado y enfermo, lo llaman “joto”, “maricòn”  y “afeminado”, concibiendo lo afeminado como algo negativo cuando viene de un hombre. Se entiende que los hombres gays quieren ser mujeres, que las mujeres homosexuales son “marimachas”, “quedadas” y “faltas de hombre”. Y las mujeres trans son “bugarrones”, “transvestidos” y fenómenos sociales. Es decir, la expresión y la identidad de género, incluyendo a las mujeres, muchas veces no son respetadas, sino sujetas a la invisibilizaciòn y estigmatización social.  Judith Butler define el género “como el resultado de un proceso mediante el cual las personas recibimos significados culturales, pero también los innovamos” (Butler, 1996). Cada quien interioriza su forma de vivir su cuerpo, su sexo, su género.  Asumiendo y adoptando ciertas características del género que quiera expresar, según su identidad sexo-genérica. No existe un género bueno ni malo. El género no se limita a hombres y mujeres, a blancos y negros. Existe una gran variedad de formas de identidades y expresiones de género que son tan legítimas y validas como la heterosexualidad.  El género es un concepto no acabado y en continua trasformación, como dice la profesora Butler nosotros y nosotras somos quienes lo innovamos; lo definimos y enriquecemos con nuestras aportaciones y expresiones individuales y colectivas.

En República Dominicana la posibilidad de vivir tu cuerpo no es una elección de las mujeres ni de las personas LGBTI, sino es una imposición social y religiosa. Con esto me refiero que la cultura, las instituciones y la sociedad misma imponen sobre los cuerpos sexuados de las personas, en palabras de Marcela Lagarde, ciertos “deberes y prohibiciones del género” (Lagarde, 1996). Que son las conductas y comportamientos esperados por la sociedad de parte de las personas, con fin de complacer ciertas estructuras de poder. Es decir, es normal que la sociedad dominicana espere de la mujer sumisión, obediencia y mansedumbre frente a los hombres, así como es normal que las niñas jueguen con muñecas y los niños con carritos. Yo recuerdo cuando la sociedad levantada su vara para castigarme cuando me decían: “los niños no juegan con muñecas”. Y es en este contexto de prohibición y violencia simbólica donde ocultamos nuestro género, la sociedad diseña y moldea el género que quiere que seamos; dándonos responsabilidad y prohibiéndonos actitudes y comportamientos.

La invisibilidad de las poblaciones LGBTI y la discriminación machista que sufre la mujer dominicana  es un fenómeno anclado en dogmas religiosos que exigen de estos grupos ciertos comportamientos en sociedad y en su vida familiar. La Organización Gallup realizó una encuesta en el 2006  donde determinó que aproximadamente el 40% de la población es católica  (practicante), 29% católica romana (no practicante) y el  18%  es  protestante evangélica, que incluye a las Asambleas de Dios, la Iglesia de Dios, los bautistas y los pentecostales. Esto quiere decir que más del 80% de la población según esta información profesa alguna religión, religiones que predican la existencia de una sexualidad únicamente binaria (heterosexual) y que condena cualquier otro de tipo de expresión o identidad de género, imponiendo “deberes y prohibiciones de género” (Lagarde, 1996).   

La violencia, la estigmatización y la discriminación que sufren las mujeres y las personas LGBTI en Rep. Dominicana a razón de que estos  y estás  no cumplan ciertos comportamientos sociales esperados, con ciertos deberes y responsabilidades adjudicados a la fuerza a sus géneros, se suscriben en lo que Robert Connell determina como “regímenes de género y orden de género”. (Connell, 1987). El régimen de género se interpreta los vínculos y la correlación del género dentro de una estructura u institución determinada. Por ejemplo en la sociedad dominicana, en la institución de la familia que es una estructura social, se espera que esta sea una familia tradicional (compuesta por madre, padre, e hijos)  la mujer se subordine al esposo, la niña tienda la cama, lave los trastes y el niño se vaya a explorar. Así es como se relaciona el género o al menos se espera que se relacione en la cotidianidad dominicana.  Y cuando hablamos de orden de género nos referimos  a las constituciones, interacciones, participaciones y vínculos de los géneros en la macropolítica, es decir, se explica el rol y la participación de las mujeres y los hombres la infraestructura y estructuras de poder en la sociedad. Cuando vemos que el machismo, la violencia y la discriminación hacia las personas LGBTI es  normal  y la sociedad simplemente contempla estas prácticas racistas y violatorias de DDHH, cuando vemos que  las instituciones del Estado  y sus leyes son hechas por los hombres y para hombres,  estamos frente a una sociedad que tiene una macroestructura – política misógina y profundamente patriarcal que sópala la violencia estructural que viven las mujeres y las poblaciones LGBTI.

REFERENCIAS:

Lamas, M. (1996). “El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. Ed. Porrúa/ UNAM,   México, D.F.

Butler, J.  (1996). “Variaciones sobre sexo y género: Beauvoir, Wittig y Foucault”, en El género: la construcción cultural de la diferencia sexual, Marta Lamas, compiladora, Ed. Porrúa/UNAM, México, D.F.

Lagarde, M. (1996). “Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia”. , Ed. horas y HORAS, Madrid, España.

Connell, R. (1987). “Gender regimes and the gender order”.  Ed. Oxford Polity Press. GB, UK.