"El Estado tendrá que ejercer una influencia orientadora sobre la propensión a consumir, a través de su sistema de impuestos, fijando la tasa de interés y, quizás, por otros medios… una socialización bastante completa de las inversiones será el único medio de aproximarse a la ocupación plena…”

John M. Keynes

Vivir de opinar, es decir, generar el grueso del ingreso personal del oficio de opinar –le podemos llamar comentar, analizar, consultar, y debe ser lo mismo- tiene muchas dificultades, principalmente en lo que tiene que ver con la fidelidad a uno mismo. Siempre se va a generar la siguiente disyuntiva: ¿digo lo que pienso, o lo que conviene a quien me paga? Una alternativa elemental es ¿lo que pienso o lo que me conviene? La conveniencia no tiene que ser inmediata ni evidente, muchas veces se dice para más adelante y otra conveniencia. Tampoco hay que pecar de estrictos: existen circunstancias en que revelar la convicción propia es peligroso, ocasionalmente suicida. Pero en el otro extremo están quienes simplemente mercadean su opinión, es decir, su inteligencia, su formación, sus emociones. Desafortunadamente no hay una raya fija e inamovible que divida lo fiel a uno mismo de lo que no lo es, pero esa raya innegablemente existe indicando en cada momento lo que es moral y correcto a quien tiene conciencia y responsabilidad.

Se me dirá que los abogados hacen exactamente eso, defender a quienes les pagan. Digo que así es como debe de ser, todo reo tiene derecho a un defensor. La diferencia de fondo está en que el fundamento del juicio es exactamente ése: revelar actores y evidencia, y dejar que un jurado determine la culpabilidad. En el caso de las ciencias sociales es diferente por cuanto el analista no tiene un vínculo visible y evidente con sus promotores. El tema no es nuevo; décadas atrás Don Patinkin se expresaba en los siguientes términos: “Empezaré a creer en la economía como ciencia cuando salga de Yale una tesis empírica de doctorado que demuestre la supremacía de la política monetaria en algún episodio histórico, y de Chicago una que demuestre la supremacía de la política fiscal”. En otras palabras, cuando el disertante diga algo que no beneficie directamente a sus socios.

La situación se hace más incómoda e irritante cuando los economistas se trasladan a una jerga abstrusa e ininteligible: producto, ingreso, utilidad “marginal”, “excedente”, “déficits” y “desequilibrios”, expectativas, etc. Cuando tiene una experiencia inmediata con el tema del discurso, el lego tiene una “sensación” de corrección o de error: “la inflación disminuye el poder adquisitivo y, con ello, el bienestar de la población”. Es algo que se entiende; de hecho, cualquier oyente pudiera explicar la causalidad que va desde expansión monetaria a la inflación, a la disminución en la capacidad de compra y la utilidad. Sin embargo, cuando se habla de recesión, crisis, medidas anticíclicas, etc., la conexión conceptual entre la situación de la economía nacional y el estado del bienestar personal es más complicada, por lo que decide “dejar la economía a los economistas”. Subsiguientemente olvida investigar qué intereses representa cada economista.

Varios economistas de renombre mundial han dicho, refiriéndose a la crisis europea actual, que disminuir el gasto público -es decir, imponer la austeridad en las finanzas del gobierno como lo está haciendo Rajoy en España-, disminuirá la demanda agregada, añadiéndose a los demás causales de la crisis. En pocas palabras, la austeridad, lejos de ayudar a salir de las dificultades, se suma a ellas. De inmediato los economistas oficialistas y otros funcionarios –entre ellos, el ex presidente Leonel Fernández- encontraron el argumento perfecto para justificar su déficit fiscal de 180 mil millones de pesos: la austeridad. Reducir el gasto público hubiera sido recesivo, ya lo dijo Stiglitz.

Ahora, en la República Dominicana, “todos somos keynesianos”. Esto es, sin embargo, una lectura miope –además de interesada- de Keynes. Con 50 millones del erario se puede construir la mansión de un funcionario, como se pueden construir 25 escuelas de 2 millones cada una. Si sustituimos una cosa con la otra, ¿dónde está la disminución del gasto? Por supuesto, este cambio provocará un reacomodo de la oferta (la mansión conlleva maderas preciosas, mármol, herrajes de lujo, pinturas costosas, etc.), pero eso es otra cosa. También habrá un enorme aumento en la utilidad de los usuarios de las escuelas, y, lamentablemente, una disminución en la de nuestro sacrificado funcionario.

En la Crítica a la economía del status quo (2010) digo lo siguiente: “Cualquier teoría de la insuficiencia de la demanda –del subconsumo- eventualmente arribará a la conclusión de que la recuperación del ingreso se logra por medio de aumentar el consumo. Es decir, el consumo aumenta la producción. Una conclusión realmente sorprendente. Si la falta de consumo es el problema, no hay problema puesto que todo mundo anda deseoso de consumir. El consumo es la fuente del placer; entonces, la recomendación sería algo así como que consumiendo más, estaremos mejor, una tautología. Esto  contrasta con el principio del costo de oportunidad, de que no hay más sin menos, placer sin sacrificio, el fundamento de la elección. Por supuesto, las cosas no son tan simples, aunque por esta vía se han propalado las más increíbles interpretaciones de Keynes y cometido los errores más absurdos.”

Ciertamente Keynes planteó que sólo mediante el gasto público se puede alcanzar el pleno empleo (la situación en que todos los trabajadores tienen empleo). El razonamiento es el siguiente: los empresarios van a producir únicamente lo que esperan vender. Al aumentar el empleo (son los empresarios los que contratan a los trabajadores) crece la oferta junto con la demanda agregada. Pero no crecen paralelamente, una junto con la otra; a partir de un punto –siempre menor al empleo total-, la demanda se hará inferior a la oferta por lo que no hacen un equilibrio viable. De nuevo: los empresarios no producirán lo que creen que no podrán vender, de manera que ajustarán el empleo a la condición de que la oferta agregada sea igual a lo que denomina demanda efectiva.

Si se quiere llegar al pleno empleo deberá intervenir el Estado; éste deberá absorber el ahorro excedente asociado al empleo pleno mediante el gasto público. ¿Dijo gasto público? Sí, gasto público, pero gasto público ¿en qué? Lamentablemente Keynes no hizo esta precisión; sin embargo, la consistencia de su sistema exige que se trate de gasto público en “bienes públicos”. Ahora bien, ¿qué son bienes (y servicios) públicos? Dice el teórico: aquellos que financia el Estado y que se caracterizan porque no se puede restringir a nadie de su consumo, y el consumo de una persona adicional no aumenta apreciablemente su costo. En cualquier caso bienes, es decir, objetos económicos que aumentan la utilidad de quienes los pagan, su utilidad directa como bienes de consumo (un parque, una escuela), o como bienes de inversión –bienes que sirven para la producción de otros bienes- (carreteras, puertos, policía, etc.). En otros términos, el gasto público incide positivamente en el ingreso nacional cuando se asigna a bienes públicos, a bienes útiles, lo que es una tautología.

Si el gasto público no se asigna a bienes públicos entonces ¿en qué se gasta? Dos son las opciones: dispendio –despilfarro, ineficiencia, desperdicio, son sinónimos-, y/o corrupción. Ninguna de estas alternativas estimula el ingreso por cuanto no son fuente de oferta adicional. Y si no hay oferta adicional no puede haber demanda adicional, lo único que producen es una redistribución regresiva del ingreso, un efecto Robin Hood inverso: quitar a los pobres para dar a los ricos. Por supuesto, los mercadólogos oficiales insistirán en que el gobierno necesita aumentar la presión fiscal para “mejorar” la educación, la salud, la vivienda, “el gasto social”, etc., pero es lo que han dicho siempre, y el presupuesto nacional ha servido más que nada para enriquecer a los funcionarios de turno. Si el gasto desbordado fuera estimulante para el crecimiento, ¿cómo es que con un déficit fiscal record el crecimiento de este año se espera –lo estima el mismo oficialismo- que va a ser menor que el año pasado? La teoría de Keynes no dice que el despilfarro y la corrupción son las vías del crecimiento y el progreso, y si se sabe leer dice más bien lo contrario.