Se ha publicado que el gasto en publicidad en campaña electoral supera los 600 millones de pesos. Si se le agrega a esa cifra la publicidad que los medios y programas de televisión y radio  tradicionalmente bonifican o regalan a los partidos y candidatos podríamos hablar con propiedad de alrededor de 900 o mil millones de pesos en promoción electoral directamente en los medios. Sea cierta o aproximadamente verdadera, la cifra es excesivamente alta para un país con los problemas que todos conocemos, a pesar de que la publicidad bonificada reduce el gasto real en ese renglón.

Además, conforme a la ley de financiamiento estatal, la Junta Central Electoral entrega unos 1,800 millones de pesos, o algo más, a los partidos políticos para costear sus actividades de campaña. Como se puede observar hay una enorme diferencia entre el gasto de publicidad o promoción y la enorme cantidad de recursos provenientes del presupuesto nacional, que se le entrega a los partidos tradicionales, sin que estos se vean obligados a decir la forma en que gastan el dinero que tanto le cuesta producir a los ciudadanos que cumplen religiosamente con sus obligaciones tributarias.

¿Qué hacen con el resto del dinero? ¿En qué lo invierten o gastan? Sólo un idiota puede llegar a creer que las caravanas de fines de semana consumen lo restante. Primero porque es de general conocimiento que los repartos de alimentos, zinc, electrodomésticos y ataúdes que el oficialismo y la oposición distribuyen para atraerse adeptos y votos, provienen muchas veces de otras fuentes, oficiales y privadas, y porque, además, los empresarios son también desangrados por los partidos y los candidatos bajo promesas de colaboración o amenazas de represalias. Intrigado por ese vacío de información he preguntado a varios amigos qué creen que hacen algunos con ese faltante y la respuesta fue unánime: “se quedan con él”.