Elena Garro (1916-1998), ha sido llamada la madre maldita del realismo mágico (ver). Sin embargo, es probable que esa maternidad, luego de una experticia, no sea legitimada.

De acuerdo con algunos estudiosos, hay otras novelas latinoamericanas escritas antes que su primera novela, Los Recuerdos del Porvenir (1963), clasificables dentro del movimiento literario.

Eso no sería todo. Hay otras dificultades con esa primacía. Por un lado, ella era la peor crítica de su novelística; por el otro, la categoría póstuma que algunos le atribuyen a esa novela habría ocasionado uno de sus conocidos enfados. La escritora consideraba al realismo mágico solo una mera etiqueta de mercadeo editorial.

Los defensores de la preferencia en su favor entienden que la técnica desdeñada por Garro solo había estado procesada en la narrativa corta, en colecciones tales como Pedro Páramo y El Llano en Llamas (1955). La opinión preponderante parece inclinarse en favor de Juan Rulfo (1917-1986), como el creador del género.

Las páginas de la obra de Garro, por años escondida, son atrayentes. Garro es escasamente publicada y, por ende, conocida. Descubrirlas, amerita alejarse del maniqueísmo que procura sepultar el legado artístico de todo aquel que cometió actos cuestionables y seguramente ilegales en su vida personal, profesional o política.

En el caso de Elena Garro, el señalamiento de su participación presuntamente culposa en la masacre de Tlatelolco de 1968, lastima su legado artístico.  Por motivos diferentes, este sufrió la suerte que amenaza a las obras de los actualmente acusados de hechos contrarios a la ley por el movimiento Me too. Se dictó una sentencia editorialmente sancionadora contra la obra artística de Garro, porque es posible que ella se hiciere cómplice de un horrendo crimen.

Esa costumbre me parece tan desgraciada como la de los pueblos antiguos, que enterraban en vida a las parejas de reyes o caciques en sus sepulturas. Las obras del ingenio, al término de la protección temporal que otorgan las leyes de propiedad intelectual, forman parte del patrimonio universal.

Elena Garro y Gabriel García Márquez.

Cierto que poetas, músicos o pintores las alumbran, pero ¿hasta qué punto las bellas artes no nos pertenecen un poco a todos?  El diseño de las leyes para proteger la dimensión mercantil de la obra no es un bautizo creacionista. Su duración temporal indica que el bien colectivo responde a una apreciación evolucionista de los inventos y las creaciones, siempre que su integridad sea preservada.

Quizás por esas tendencias radicales que enterraron en vida su obra, Elena, sabiéndose desprestigiada por actos propios que negó hasta su último aliento, prefirió definirse en el oficio de lectora y no de escritora.

De la olvidada autora, Emmanuel Carballo (1929-2014) recuerda en 2006: En 1953, conocí a Elena Garro … Desde entonces acá la he estimado, la he padecido y en ningún momento he dejado de admirarla. Es, quizás la mujer más brillante que he tratado; también una de las más intrigantes y perversas. La perversidad, se dice, es una de las bellas artes. Gracias a ella, y sus intrigas, dejé de hablar con Octavio Paz.

Mientras conozco los trabajos de Garro, evito distraerme con su dramática relación marital con el Nobel en Literatura (1990) Octavio Paz o por sus malas decisiones políticas. Aunque ella ha servido de personaje literario a otros, me interesan los de ella. También, evito las categorizaciones. Dejo a los que saben de literatura o se consideran autoridad de la moral social juzgar si era Elena o no un ser humano lleno de cuarteaduras, no sin antes recordar que, nadie permanece como una pieza de cristal irrompible toda su vida.

¿Qué más quisiera que ser Corín Tellado? Si hubiera sido rica, nunca me hubiera sentado horas enteras a la máquina para escribir estupideces. Ese tiempo precioso lo hubiera dedicado a releer a mis autores favoritos que ya nadie lee, escribió en una carta a Carballo.

En esa colección de “estupideces” que estampó en hojas de maquinilla intituladas como Los Recuerdos del Porvenir, atraen un estilo sofisticado, propio de quien tuvo contacto temprano con las obras clásicas, como fue su caso, gracias a la biblioteca de su papá.

Sus apologistas destacan la originalidad de esa novela publicada cuatro años antes que la mundialmente famosa Cien años de soledad (1967). Es un texto que escoge una perspectiva surreal para contar la historia de una familia durante la Guerra Cristera (1926-1929), poco después de la Revolución Mexicana (1910-1920), especie de hermanas mayores para Elena Garro, con gran influencia en sus tormentos creativos y personales.

Como acostumbran las hermanas grandes, las contiendas bélicas le enseñaron el mundo según ellas a la voraz lectora. El surrealismo de los traumáticos conflictos se impone sobre la mente de la benjamina con inclinación literaria.

Acuartelada en las letras aprendidas en los estantes de libros de su progenitor, Elena construyó en Los Recuerdos del Porvenir una narrativa de ficción inspirada en eventos atestiguados. Explican los analistas que la técnica de la autora se deriva del surrealismo francés, con el que tuvo contacto durante su estadía en París junto a Paz y su hija Helena, en los años cincuenta del pasado siglo.

Sin embargo, los personajes de la novela parecen emprender un viaje quimérico, fuera de sí y de la refriega, asociables al poema filosófico Primero Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695). (Aquí) Ambas recogen conceptos de los pueblos originarios.

Y como la memoria contiene todos los tiempos y su orden es imprevisible, ahora estoy frente a la geometría de luces que inventó a esa ilusoria colina, como premonición del nacimiento.

Elena creció en Iguala, Estado de Guerrero, mientras la Guerra Cristera, su caótica hermana mayor, imponía el estado de las cosas en Ixtepec. La Revolución estalló una mañana y las puertas del tiempo se abrieron para nosotros.

Al inicio de la década del sesenta, escribió esta novela en España. Se asegura que un buen amigo de su casa, Gabo, debió conocerla. En la de Elena: Hay dos Isabeles, una que deambula por los patios y las habitaciones y otra vivía en una esfera lejana, fija en el espacio. Supersticiosa, tocaba los objetos para comunicarse con el mundo aparente y cogía un libro o un salero como punto de apoyo para no caer en el vacío.

Las comparaciones resultan odiosas, por lo que solo me imagino al amigo cercano redescubriendo su propia historia familiar y social, también habitada de personajes llenos de conflictos, atrapados en los accidentes geográficos del Caribe colombiano.

Remedios, José Arcadio, Úrsula, Mauricio, Aureliano y otros personajes de Cien años de soledad (1967), a partir de ese año trotaron por el globo quedando en la memoria colectiva mundial con la facilidad que Lucy en el cielo con diamantes, el señor Kite o la adorable Rita, lo hicieron en un disco de acetato desde ese año. Por el contrario, muy pocos saben quiénes son Isabel, Juan, Félix, Martín o el general Rosas de Ixtepec, el Macondo de la autora mexicana.

Elena Garro podría ser la primera mujer en novelar la tragedia de olvido y silencio de estas tierras americanas adheridas al Occidente, porque un almirante chino prefirió quemar sus naves siglos antes del Descubrimiento. Noveló una circunvalación entre la tradición clásica europea y la autóctona, un proceso creativo revalorado en tiempos más recientes.

Garro dijo una vez: Los recuerdos del porvenir es una novela rosa … en general, todo lo que escribo padece del mismo tinte.

En la novela hija de madre tóxica se lee: Él sabía que el porvenir era un retroceder veloz hacia la muerte, y la muerte, el estado perfecto, el momento precioso en que el hombre recupera plenamente su otra memoria.