Hacía mucho tiempo que un escritor latinoamericano no recibía tanta atención más allá de lo que José Martí denominara “Nuestra América. Es cierto que acaba de morir el más notable escritor latinoamericano desde los días no tan lejanos de Jorge Luis Borges. El fallecimiento de Gabriel García Márquez ha conmovido no sólo al mundo de las letras sino a grandes sectores de la población no generalmente inclinados a la literatura. Y merecía todos esos honores.
Después de que tan eximias plumas dedicaran cientos de artículos en español y otros idiomas al gran novelista, así como las constantes referencias a aspectos de la vida del autor de “Cien Años de Soledad” y de tantos y amplios reportajes sobre la desaparición del Gabo pudiera parecer difícil, casi imposible, añadir algo.
Uno de los artículos se refería a él como gran escritor y pésimo político, aspecto que en cierta forma fue abordado por varias plumas prestigiosas. Sin embargo, en lo que a mi respecta, luego de tantas lecturas, me anima que el talento del maestro haya sido reconocido por todos, de izquierda y de derecha, y que en tantos casos aún las referencias críticas a su amistad con personajes como Fidel Castro, el único latinoamericano más célebre que el Gabo, eran acompañadas de datos acerca de las gestiones de García Márquez a favor de prisioneros políticos que fueron entonces liberados por el régimen cubano.
En cualquier caso, la libertad que tiene todo ser humano de escoger sus amistades y profesar sus ideas políticas y religiosas debe prevalecer por encima de coyunturas, aciertos y errores. Todavía recuerdo el veto a Jorge Luis Borges por aceptar una distinción otorgada por un gobierno de derecha y por sus ideas conservadoras. No se puede combatir dictaduras o regímenes autoritarios olvidando la libertad que se pretende defender, la cual debe se absoluta.
En una ocasión, un amigo dedicado a la crítica literaria hizo comentarios acerca del novelista Alejo Carpentier en los cuáles el mayor espacio estuvo reservado a señalar su condición de eterno “compañero de viaje” del desaparecido Partido Socialista Popular (comunista) de Cuba, integrado hasta cierto punto en el actual Partido Comunista de ese país. El crítico tenía todo su derecho a oponerse a las ideas de Carpentier o de cualquier otro, pero el artículo se presentaba como de “crítica literaria” cuando en realidad era otro comentario político.
Tanto en la derecha como en la izquierda, sin olvidar al “centro”, si es que éste existe realmente, se ha pasado por encima de la realidad de que el talento no sólo es imposible comprarlo en farmacias, colmados y ferreterías, sino que no es patrimonio exclusivo de un partido, iglesia o sector.
Recuerdo una experiencia como profesor de Historia de la Iglesia en un colegio universitario anglosajón y protestante, afortunadamente caracterizado por su tolerancia y su apertura hacia otras confesiones. Me correspondía enseñar un curso sobre la historia de la Reforma Religiosa del Siglo XVI y escogí como texto principal una obra del historiador católico Christopher Dawson. Un estudiante, aunque debo reconocer que en forma muy respetuosa, protestó por mi selección. Con ese mismo respeto le manifesté que para mi la confesión religiosa del autor era intrascendente siempre que su libro fuera, de ser posible, el mejor de todos.
Recientemente recomendé la lectura de la “Historia del Cristianismo” de Paul Johnson, escritor ingles de ideas bastantes conservadoras y afiliado al catolicismo. Sin embargo, Johnson, en un despliegue de honestidad y erudición, presenta los orígenes del cristianismo sin acudir a fuentes de la historiografía tradicional que más parecen colecciones de leyendas y clases de catecismo disfrazadas de lecciones de historia, problema que afecta a historiadores de todas las confesiones, y hasta de ninguna confesión, que repiten como papagayos cosas que no tienen el más mínimo fundamento en la realidad histórica de los primeros siglos del cristianismo y que sólo ocurrieron en la imaginación de algunos.
Pero la novelística no es necesariamente historia, aunque muchos amamos las novelas históricas. Y si el tema es novelística en lengua española, la obra de García Márquez sobresale más allá de las diferencias políticas, las cuales a veces son temporales pues escritores conservadores de hoy fueron de izquierda en el pasado, como el notable novelista Mario Vargas Llosa, u otros cuya trayectoria fue a la inversa.
Retomando los estudios religiosos, en esta época tenemos al más prominente teólogo católico Hans Kung enseñando en universidades protestantes y la obra del principal teólogo protestante del siglo XX, Karl Barth, de confesión reformada, citada incesantemente por teólogos católicos y escritores sin afiliación alguna.
Pero, regresando a la literatura secular, Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges, entre otros, son glorias de la literatura universal sin que importen, al menos en la república de las letras, sus oscilaciones políticas, harina de otro costal. Eso se deja para la propaganda electoral o ideologica.
Por lo tanto, al menos en lo que a mi concierne, rindo mi modesto tributo al gran colombiano y latinoamericano Gabriel García Márquez, ante cuya sombra me descubro reverente.