Le ganaste la carrera a millones de otros que nadaban infatigablemente con el mismo objetivo. En relación a tu diminuto tamaño, la hazaña a desempeñarse era larga y difícil, pero lo hiciste: naciste. Hoy, lo que antes  fue una pequeña semilla nadadora, es todo un ser humano capaz de leer estas líneas y hacer suyo el mensaje que a través de ellas se transmite; mensaje que contiene la verdad de lo que somos: ganadores de nacimiento en glorias y portentos.

De hecho, desde siempre,  mucho antes de que fuésemos y seamos,  ya somos. Y fue adrede que  finalicé lo antedicho conjugando el verbo "ser" en el presente, precedido por el adverbio de tiempo "antes"; e hice esto refiriéndome a la realidad circunstancial pluscuamimperfecta de la existencia de cada uno.

Referirme a lo que todo el mundo es sin conocer a cada uno en lo particular puede ser, quizás, un gran atrevimiento de mi parte.  Ahora, para conocer lo que todo ser humano es, no es necesario saber cuánto tiene este en el banco, a qué grado llegó en la escuela, o cuál es su apellido.

Intrínsecamente, somos  lo que somos  y  no lo que hacemos.  Somos, en esencia, seres humanos. A pesar de esto, la sociedad determina nuestro valor de acuerdo a mundanos haberes e insignificantes quehaceres. De manera que si hacemos algo y ese algo fracasa, a los ojos del mundo somos unos fracasados.

En otras palabras, el mundo equivale el "ser" con el "hacer" y, en consecuencia, billones de seres humanos terminan fracasados; renegando la verdad de lo que son y aferrados a la banalidad de lo que tienen. Peor aun es cuando el hombre se deja poner  el título de fracasado y deja de intentar convertir sus sueños en realidad. Ya que, como es evidente, la historia la hacen los que fracasan y no se dejan definir por el fracaso de tal o cual empresa, sino que utilizan la experiencia como peldaño al éxito.

Juan Pablo Duarte disolvió La Trinitaria y creó La Filantrópica; Thomas Alva Edison fracasó cientos de veces antes de dar en el clavo y crear el bombillo; los hermanos Wright se estrellaron en numerosas ocasiones antes de volar; y Dios establece en su palabra que si siete veces cae el justo Él, con sus omnipotentes manos, lo levantará y lo guiará por senda de rectitud.

Ganadores es lo que somos.  Sin embargo, todos, sin excepción alguna, hemos adulterado nuestra naturaleza ganadora con los afanes de este mundo. Afanes que crean un espejismo de placeres que a final de cuentas convierten al hombre en un ganador de riquezas terrenales, tal vez, pero destinado a fracasar pues vive enfrentado al binomio muerte-y-pecado que en su mortal naturaleza le es imposible vencer.

Por eso es necesario re-nacer; no de acuerdo a la naturaleza de carne que a la muerte no puede vencer, sino de acuerdo a la sobrenaturaleza de espíritu a través de Jesucristo quien al pecado venció y al sepulcro la victoria le arrebató.

Solo así podremos vivir de acuerdo a lo que somos desde antes que existieran los cielos y la tierra;  desde que fuimos concebidos en la mente del Dios omnisciente quien sopló en nosotros aliento de vida y que hoy, a pesar de nuestros delitos y transgresiones, nos ofrece la oportunidad de nacer de nuevo de acuerdo a nuestro diseño original de vencedores en Cristo Jesús, nuestro Señor y único Salvador.