En las panóias de los desalmados se cuelan las ausencias y memorias. Los Otros no son reconocidos. Se consuma un sujeto que conoce y goza con la consciente claridad de su tragedia, la de convivir con ese Otro racializado que se considera un mendigo/a, negro/a y que por orden del amo, está fuera del cogito y de la luz.
Es ese sujeto/espejo de cuatro siglos. El que no quiere ver/sentir, pero refleja. Aquí baila con sus faldetas coloridas y sudores desparramando espermas de soñación. Tú y él, insondable misterios de tiempos, caldo lechoso de moribundos atardeceres que consumen un jueves santo. Yo y tú, candela de esparadrapo que al jalarse desanudan la piel. Pero allí están esos cuerpos deseando calles. Es el Gagá ese sujeto de amarras cuyo metal fundido atraviesa piel, huesos y entrañas.
Una plaza que no está vacía. El fuego que no es ajeno, ni lejano. Un sujeto de historias sin inocencias. Es ese Otro que con sus toques, movimientos y burlescas danzas consuma recuerdos, resistencias y significantes.
Es el Gagá una historia de carne, fertilidad y sentido de lo corpóreo, panfleto de negritud. Es la no fábula del blanco, ni la delirante mímesis de lo restitutivo. Es el discernimiento entre el pensar y el sentir. Es el hoy ajado de penares. Un balbuceo de babas corrompidas con el clerén del tiempo.
Es el Gagá memoria de cuerpos que resisten y molestan. Embriones maldecidos por la fe de los vencidos y que con rabia ataca el colonizado. Un amo criollo, acorralado de rabia, con pelos desrizados y manteca de cacao para blanquease la piel. Un ser esclavizado que no puede Ser ni Hacer. Es ese moribundo que sin luces ni cantos se refleja y que pide a gritos “no me llames” Negra/Negro.