La moral de una nación es como
Los dientes cariados; mientras más
Podridos, más duelen cuando
Se tocan.
B. Shaw.-
Quizás me acusen, como a la sazón lo hacen, principalmente algunos resentidos, en donde otros llegan hasta utilizar seudónimos para regar su mediocridad, de que uso o tengo un lenguaje grosero y hasta vulgar, más bien, una prosa agresiva e irrespetuosa. Acepto de frente y sin tembladera lo que les venga en ganas, si ese es el precio por no dejarme contagiar por una de las peores pestes que cubren la humanidad, como lo es el miedo, lo que no signifique que no tiemble de cuando en vez. Que me ajuste a las normas o haga como aquellos que deberían de publicar sus escritos en espacio pagado, sin necesariamente ser “relacionador público” de alguna entidad gubernamental.
Pues no señor, sin formalidades escribo lo que siento y quiero, con libertad absoluta aun sea ilógico y difícil de comprender lo que garabateo. Quizás por estar hasta la coronilla de formalismos y el folclórico léxico de los políticos y sus adláteres, o quizás, aburrido de ver más que pobre, paupérrima moral que llevan a cuestas la gran mayoría de nuestros “honorables” y desechables políticos.
Y sé muy bien todo lo que esto conlleva, porque con todo y el poder del cual abusan, restregándolo en la cara de quien le venga en ganas, creo como expreso Ferdinand Céline de que; “en el fondo, son débiles, y lo que les da la fuerza es el despojar a los hombres de su prestigio”; esto es, todo lo arreglan tratando de matar moralmente, a quien no se postre a sus pies.
Miserable el poder que se fundamenta en el miedo camuflado, aquel que solo lo sienten los que son presionados de una u otra manera pero, presionados. Tenemos innúmeros legisladores que cada cuatro años crecen como la verdolaga debido a los mecanismos que ellos mismos crean para satisfacer sus espurias ambiciones, sin importarles en lo más mínimo el legislar para que se morigere las miles de miserias en medio de las cuales estamos ¿viviendo?
Esta vida es una eterna guerra, compuesta por diferentes batallas que día a día se transmutan, donde en algunas se gana y otras solo dejan dolores y sufrimientos inútiles. El problema es que no hay que buscar culpables, y eso, no lo queremos entender, sino, las causas que la produjeron y buscar la solución, porque queramos o no, vendrán nuevas batallas en medio de esta guerra que llamamos vida. Problema versus solución, sin importar o perder el tiempo en busca de culpables.
Desde hace tiempo, este pueblo ha estado en busca de una especie de panacea, esa cosa sin definición que le permita poner fin a la indefensión, al estado caótico que callada y cobardemente se ha estado padeciendo desde hace décadas, pero ya el cuento del manjar que baja del cielo pasó de moda, y no existe acto de prestidigitación alguno que por arte de magia lo haga desaparecer.
Son los partidos políticos los llamados a ponerle fin a esta situación, pero ellos mismos se han convertido en grupos fundamentalistas obsesivos, y en nidos de indolentes y abusivos “tigueres”, enganchados a la política, que han convertido los intereses de los partidos como si fueran los intereses nacionales, entonces qué. Y lo doloroso es que las causas o razones que invocan para ponerle fin al caos, son en muchos casos hasta atendibles, pero no necesariamente determinantes, como ese de la ingobernabilidad. Como es el caso también, de la disfuncionalidad de los organismos llamados a mantener la seguridad ciudadana; el caos que diariamente producen los llamados pobres padres de familia del transporte público o los que se dedican a irrespetar la propiedad privada. Esas cosas entre otras, son las que nos tienen jodidos. ¡Si señor!