Los fundamentalistas anti-mineros suelen satanizar la minería y en todas partes afirman que es una de las industrias más dañinas de cuantas existen en la actualidad. En la mayoría de los casos basan sus ataques en el ejemplo de viejas actividades mineras o en la realidad lamentable de ciertos depósitos de desechos abandonados. Sin embargo, tales hechos son más reveladores de la irresponsabilidad y falta de compromiso de los reguladores con su gente, que pruebas de la inevitabilidad destructiva de la actividad.

Pero en todo hay un grano racional. El punto de partida para abordar el tema de la sustentabilidad de la minería es el reconocimiento de que se trata del aprovechamiento de unos recursos finitos y no renovables. En otras palabras, agotadas las reservas, estos recursos no pueden ser reemplazados, aunque nada impide que sus ganancias puedan ser efectivamente “sembradas”, como sugería Uslar Pietri en los finales de la tercera década del siglo pasado, planteando con ello otro tipo de sustentabilidad de las industrias extractivas.

Ese carácter objetivamente finito, no renovable o no reemplazable de las sustancias minerales, además de los inevitables impactos ambientales, es el fundamento primario de la afirmación de que el desarrollo sustentable, tal y como se define en el Informe Brundtland de la Comisión Mundial del Ambiente y Desarrollo (Naciones Unidas, 1987), es incompatible con la minería.

El ala radical de los fundamentalistas va más lejos, afirmando que la minería en cualquier forma no es sustentable. Es lo mismo que cuando nos dicen que por ser la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) no sustentable, deberíamos ser responsables con las futuras generaciones y apagar para siempre nuestros autos y volver a la leña cortando el gas y a las velas dejando de utilizar electricidad.

Sabemos que eso no es posible. La humanidad, a pesar del radicalismo fundamentalista que tanto daño está haciendo en diversos frentes, ha optado por otro camino: el desarrollo constante de nuevas tecnologías, más limpias y eficientes, lo cual toca también a la minería, en tanto que la búsqueda de mejores condiciones de vida por las sociedades modernas, una aspiración legítima, no podría ser considerada sin el aprovechamiento de la gran diversidad de sustancias minerales de la que está dotado nuestro planeta Tierra.

En todo caso, el tema de la sustentabilidad minera tiene exigencias muy particulares.  Hoy ella incluye tres aristas que entendemos es importante repasar para pasar luego al otro tipo de sustentabilidad: la de explotar sembrando.

Arista económica. La creación de riqueza mediante una actividad industrial o de servicios, supone la apuesta a una rentabilidad estable y razonable, siendo ello parte integral de la ecuación del desarrollo sustentable. El Estado, por su parte, permite la inversión porque sus regulaciones aseguran la responsabilidad ambiental del proyecto minero y porque ellas obligan de manera expresa a prever, mitigar, remediar y rehabilitar los lugares afectados, con una garantía financiera ex ante, en muchos casos.

Junto a estas exigencias está también el interés del Estado en ganar a través de un proceso legítimo de contraprestaciones y tributos, y/o por medio de su participación como accionista o como propietario de empresas. De modo que el capital espera una rentabilidad para pagar a sus accionistas -toda inestabilidad en cuanto a ella provocaría la huida de los inversionistas y la reducción del valor de las compañías-, mientras el Estado tiene la expectativa de unos ingresos variables que, en el caso de la minería, la autoridad está obligada a “sembrarlos” en bienestar nacional medible.

Por otro lado, la sustentabilidad económica se basa hoy en gran medida en la tecnología. Las nuevas tecnologías, como las técnicas de extracción hidrometalúrgicas y biotecnológicas que no producen emisiones de azufre o ácido, por ejemplo, no solo son ambientalmente superiores, sino que además refuerzan los niveles de rentabilidad y de credibilidad de los proyectos mineros.

El único problema es que la inversión en ellas no es una apuesta a corto plazo. Por ello, como señala el profesor Jeremy Richards (2002) de la Universidad de Alberta, Canadá, “…Las soluciones sustentables a problemas económicos deben repensar las estrategias de inversión en parte de la industria y talvez también incorporar cambios en regulaciones. Por ejemplo, se pueden implementar cambios de regulaciones para asegurar que los futuros costos y responsabilidades estén completamente considerados en los estudios de factibilidad económica y también deberían ser introducidos incentivos de impuestos para la incorporación de tecnología sustentable y para inversiones en investigación”. Este es, precisamente, el enfoque prevaleciente en la nueva Ley de la Minería Nacional avanzada por el Ministerio de Energía y Minas recientemente.

La rentabilidad de las empresas, pues, no niega ni merma en principio la sustentabilidad. Las más modernas están convencidas de la conveniencia de invertir en prácticas sustentables y en adoptar visiblemente los más altos estándares de la industria, sencillamente porque, como señala el profesor Richards antes citado, “muchas de ellas a la larga prometen mayor rentabilidad, aunque ciertamente en plazos más largos que lo percibido por los mercados de valores. Si tales mercados “conocen solo dos emociones: codicia y temor”, entonces talvez la sustentabilidad de esos mercados de inversión merece el escrutinio de reguladores, así como de nuestros gobiernos, más que de la industria minera misma” (negritas mías, js).

De este modo, la sustentabilidad económica de la actividad minera se refleja en la conocida ecuación: Ganar (las empresas), Ganar (el Estado) y Ganar (la sociedad) en un contexto institucional funcional, transparente y a toda prueba ético y responsable.